El “levántate y anda” de la industria nuclear criolla

Por Daniel E. Arias. En U-238 Mayo 2013

 

 

Con un estrépito de distintos “ringtones” como fondo, inevitablemente llega la frase: “Perdone, ¿no me llamaría mañana? Hoy tengo un día de locos”. La disculpa repetida resume las conversaciones iniciales con varios directivos de algunas de las empresas privadas que trabajan en la finalización y pruebas “en frío” de la central nuclear Atucha II. Otros ejecutivos directamente no atienden números desconocidos: están hasta las manos.

 

Dirigen decenas de firmas, y van de multinacionales a PyMES. Este informe está hecho de entrevistas fragmentarias con ellos. Refleja el ir y venir de máquinas, el chisporroteo de soldadoras, el chirrido de amoladoras, el ir y venir de personal y contratistas uniformados por su pertenencia a tal o cual firma o capacidad, una multitud que, derramada por los corredores y salas de un edificio colosal, acciona, discute y examina planos como si fueran sentencias judiciales. En los exteriores, donde hay señal, se ve a más de uno hablando por dos celulares a la vez mientras un tercer interlocutor parado enfrente le reclama atención. El escenario no se compara con la torre de Babel porque se habla castellano, porque la obra no es el capricho de un rey loco, sino la necesidad de una república que recuperó la razón, y sobre todo, porque se termina.

Las “pruebas en frío” de Atucha II, ya en curso, son miles. Se van haciendo según un protocolo de complejidad laberíntica y creciente: hay que comprobar caso por caso la estanqueidad de miles de tuberías de agua, vapor, aceites, y la funcionalidad de otros tantos sistemas electromecánicos de cierres, esclusas, válvulas. Luego de testear componentes, se ponen a prueba subsistemas, y luego sistemas enteros, con una paciencia maníaca.

Atucha II se acerca a los ensayos “en caliente”. Estos se harán con agua y vapor a temperaturas y presiones de operación real (casi 300 grados, casi 120 atmósferas). Llegado el momento, entrará en línea con sus 2200 megavatios térmicos y sus 750 gloriosos megavatios eléctricos. En realidad 692 netos, deducida la electricidad que la central usa para su propia operación.

Gloriosos igual, pese a que inyectados en la red nacional actual, representarán el 3% de la potencia eléctrica instalada. Porque la red creció enormemente en la última década. Pero por el diverso factor de carga de los ríos argentinos, cada kilovatio instalado nuclear produce del doble al triple de electricidad anual que su equivalente hidroeléctrico. 750 “mega” nucleares o térmicos producen tanto como 1500 “hidro” sobre el Paraná, o 2100 sobre el Limay. Lo atómico, de todos modos, tiene otros encantos ocultos: aún con el poco uranio que hay en la Argentina, tenemos combustible aunque no llueva; y si se lo juzga contra el gas, un elemento combustible nuclear es una manufactura local de alta tecnología, ciencia aplicada criolla de materiales cerámicos y metalúrgicos.

El país querrá celebrar que se dotó de un “enchufe” importante. Sin embargo, los capitanes de la ingeniería, como Sergio Marsilli, de CRUMA SRL, o Adrián Arbarello, de TERMIPOL, celebran algo menos evidente: lo que le queda como saldo no es una central, sino una fábrica de centrales: Nucleoeléctrica Argentina S.A. y decenas de industrias agrupadas por el proyecto sacan “diploma de calidad nuclear”. “Por más que uno tenga 40 años en lo suyo y las certificaciones ISO que se te ocurran, esto es energía nuclear y eso da “chapa” —reflexiona Arbarello mientras lo esperan en otros tres lugares. “Y esa chapa pensamos usarla aquí y en el mundo”, remata Marsilli, y se disculpa pero tiene otros compromisos.

CRUMA hace cerramientos de alto desempeño. Son 1550 en toda Atucha II si se suman puertas, escotillones y escotillas a prueba de fuego o de fugas de fluidos o de radiación, así como portones antitornado y antimisil. También hizo el doble cerco perimetral olímpico coronado de alambre concertina, reluciente de navajas. TERMIPOL, en cambio, colocó andamios multidireccionales de seguridad, que han permitido una accidentología cercana a cero, pese a que en esta obra centenares de personas trabajaron a alturas de vértigo. TERMIPOL hizo escurrimientos, tajamares y las aislaciones térmicas de lana basáltica en esta central y de casi cuanta otra central térmica se construyó este decenio, afirma Arbarellos por mail: Campana, Timbúes, Río Turbio, más obras en YPF y plantas de biodiesel y una punta de contratos afuera del país.

Da para pensar: la empresa está en Atucha II desde 1981… cuando Arbarellos, de 38 años, estaba en la escuela primaria. Pero la paciencia rinde: ahora TERMIPOL tiene una división nuclear. “El país tiene ahora 400 ingenieros nucleares nuevos y muchos están en la industria” —dice Báez por teléfono—. Si lo que cuenta son los cerebros, más que los megavatios, más que una central, Atucha II fue una escuela.

 

Aprender es carísimo

Si Atucha II hubiera sido terminada en tiempo y forma, hace 27 años, ya estaría en el último tercio de su vida útil programada. En 1984, la contribución nuclear total (producida por Atucha I y Embalse) al Sistema Interconectado Nacional (SIN) —entonces mucho menor que la red actual— era del 10% de la electricidad anual circulante.

Pero en la segunda mitad de los 80, se disparó al 14 o 15% toda vez que, por esas oscilaciones secas que hoy llamamos “eventos Niña”, faltaba agua simultáneamente en enclaves hidroeléctricos tan alejados uno de otro como el de los ríos Limay y el Uruguay. Bienvenidos al cambio climático.

De haber entrado en línea en 1987, como debió, Atucha II habría aumentado el aporte atómico al SIN a un 17% sin esfuerzos, y el gobierno de Raúl Alfonsín quizás se hubiera salvado de algunos de los apagones que corroyeron su autoridad y que, sumados a las hiperinflaciones, le pusieron fin prematuro a su mandato. Hasta su muerte en 2009, Alfonsín jamás mentó el tema. Pero desde que la demanda eléctrica empezó a crecer en flecha en 2003, a razón de 1,5 puntos por cada punto de suba del PBI, al menos un par de presidentes se negaron a repetir su historia.

Sin embargo, la historia tiene su prehistoria, además de una tremenda inercia. Ya en 1983, antes del advenimiento de la democracia, la CNEA se quedó sin fondos en medio de un plan de obras a lo grande, pensado para 6 centrales, de las cuales las 3 últimas serían aún mayores que Atucha II, además de la mayor fábrica de agua pesada del mundo, junto con la promesa de una asociación estratégica con SIEMENS para venderle al Tercer Mundo clones legales de distinta potencia de las Atuchas. Y todo eso con la Argentina como contratista mayor, dado que nuestra hora/hombre de ingeniería era, a igual calidad, mucho más barata que la germana.

Pero en 1982 la Argentina se había metido en una guerra inesperada con un país de la OTAN, y en 1983 anunció —para sorpresa de la mencionada alianza— que tenía dominada la tecnología de enriquecimiento de uranio. En los días que corren hoy, por menos que eso a uno lo invaden.

Sin embargo, resultó mucho más fácil lograr que al hasta entonces poderoso Programa Nuclear Argentino se lo devoraran los costos improductivos de tanta obra parada. Sólo había que pararlas, dejarlas sin fondos, y que los precios se dispararan por renegociación de contratos, juicios, almacenaje de piezas críticas, etcétera.

Intocable desde su fundación en 1950 hasta 1983 para decenas de gobiernos de la más distinta laya y legitimidad (o sin ella), la CNEA se quedó sin presupuesto, incluso sin cobrarle al Estado la electricidad que fabricaba para el Estado, y pasó no de reina, pero sí de señora a mendiga en pocos años. Se la degradó en el tótem estatal y se buscó con ahínco la jubilación prematura, el desaliento y la dispersión de sus expertos, mientras se impedía el ingreso de profesionales jóvenes. Y todo sucedió sin que ningún presidente explicara que se cumplía con un ultimátum externo, luego plasmado como “recomendaciones” de países acreedores, y sin que ningún dirigente hasta 2004 se planteara los costos a futuro de semejante “apagón nuclear”, si alguna vez salíamos de la monodietanoventista de nuevos ajustes y más recesiones.

Pero en 2003 fuimos dejando la noche atrás y la economía volvió a crecer y a tropezarse con sus límites energéticos. En 1987 la Argentina había descubierto por las malas que, a la hora de los kilovatios/hora, no se puede ser muy hidrodependiente en el descalabro del clima mundial, porque los ciclos de seca son brutales y se corta la luz. En 2004 el país descubrió también que no se puede ser gas-dependiente, al menos tras haber despresurizado Loma de la Lata y la Cuenca Austral quemando metano a costo cero, o exportándolo como si fuéramos un país gasífero. Y descubrió también que necesita otra matriz energética.

 

Operación “Levántate y anda”

En 2005, el presidente Néstor Kirchner ordenó sacar Atucha II “del freezer”, medir el avance de obra y estimar los costos para terminarla. Faltaba de todo: procesos de montaje, inversiones y tiempo, pero sobre todo, faltaban más ingenieros nucleares. La inercia de la historia…

¿Y de dónde sacarlos? Al cerrar la empresa mixta ENACE (75% CNEA, 25% SIEMENS), el ministro de Economía, Domingo Cavallo, logró disuadir a los ingenieros nucleares argentinos de su especialidad, de su argentinidad o de ambas cosas. Y tanto éxito tuvo que, en 2005, cuando se quiso recontratar jubilados y otros menos canosos (pero remisos a emigrar), sólo volvió a filas el 10% del plantel original.

La vieja Dirección de Centrales Nucleares (DCN) de la CNEA había sido particularmente devastada: era el reducto de los fieles del extinto Jorge Sabato, el ideólogo del Programa Nuclear hasta 1976. Allí se juntaban ingenieros muy de la idea de desarrollar en forma independiente una central argentina de tubos de presión parecida a la CANDU canadiense. Los de la DCN no estaban locos: en realidad, es el único tipo de planta de uranio natural que tuvo éxito de ventas internacional: hay 29 “legítimos” vendidos por la AECL en Canadá, Corea del Sur, China, La India, Pakistán y Rumania, y 11 “clones” más en la India, hechos sin autorización de Canadá. En cambio sólo existen dos reactores de tipo PHWR (presurizados de agua pesada) con recipiente de presión. Son nuestras Atuchas.

Pero además de cerebros propios, habíamos perdido ajenos. En los 90 SIEMENS le había vendido su división atómica a la francesa FRAMATOME que luego se transformó en AREVA. Cuando en 2005 la Argentina quiso resucitar Atucha II, los alemanes ya no entendían de la materia, y los franceses nos hicieron saber que éramos un “peludo de regalo” del que no pensaban hacerse cargo. A nuestro país le cayó la ficha: somos los únicos expertos en “Atuchas”. Cuando los alemanes de la KWU nos la presentaron durante el gobierno del general Juan Carlos Onganía (casi gratis, para que la gente de Sabato no hiciera un CANDU criollo), la CNEA se tuvo que avenir. La opción era que Estados Unidos nos vendiera un reactor de uranio enriquecido. Como la Argentina no tenía entonces tecnología de enriquecimiento, el país se habría vuelto un rehén energético: al primer choque diplomático con el país proveedor de combustible (o con sus múlti ples aliados), embargo y apagón. Hablar de enriquecido en la CNEA de los 60 era como nombrar al diablo. La CNEA apretó las muelas y encargó Atucha I a KWU, pero le impuso un rediseño radical del sistema primario, con dos generadores de vapor en lugar de uno solo: aumentaba la seguridad. A KWU no le hizo gracia, pero aceptó: no le sobraban clientes. En 1987 se rompió un elemento combustible dentro del primario de Atucha I, y la SIEMENS (ya dueña de KWU) ofreció el favor de reparar la central por 200 millones de dólares, parándola un año y medio, mientras al país se lo comían los apagones.

La doctora Emma Pérez Ferreryra, presidenta de la CNEA, apretó los dientes, juntó a la DCN, INVAP y TECHINT, la reparó en 9 meses y por 17 millones. Con cero ayuda externa y en la peor hora de su historia, la CNEA aumentó, durante los 90, la potencia neta de Atucha I de 320 a 335 megavatios eléctricos, cambiándole el uranio natural por ULE (levemente enriquecido) y, además, logró duplicar el bajísimo quemado de diseño original, con un ahorro de combustible de 7 millones de dólares anuales. Sacada la cuenta de todo, en 2005 le pedimos ayuda al único país que podía dárnosla: el que está bajo nuestros pies.

 

El fin de lo infinito

Nucleoeléctrica dividió la obra, se asignó el montaje del reactor y de los sistemas de cambio de combustibles, de ventilación y de control, y empezó a licitar la finalización de otras partes. Electroingeniería hizo el edificio del reactor y su “annulus”, amén de sistemas de refrigeración de emergencia. En realidad, la firma cordobesa ya se va retirando de Atucha II mientras se prepara para jugar en la siguiente gran licitación: el “revamping” de Embalse, para sacarle 20 años más de vida útil. TECHINT hizo el edificio auxiliar. IECSA, los piletones para combustibles gastados y las plantas de tratamiento de aguas. DYCASA, las terminaciones de obra civil.

Nucleoeléctrica hizo magia. Con las viejas ENET (Escuelas Nacionales de Educación Técnica) cerradas durante más de una década, en el país no había ni siquiera suficiente cantidad de soldadores de alta calificación para la obra. Hubo que organizar una escuela y formarlos “in situ”. Incluso logró que SIEMENS reapareciera para montar la turbina, y la propia AREVA está reconvirtiendo la vieja sala de mandos de instrumentación analógica a digital.

Debemos tener encantos ocultos. INVAP, la única empresa exportadora nuclear del Tercer Mundo que compite con el Primero y en el Primero (y gana), hizo tres obras modestas en plata pero capitales: construyó dispositivos y máquinas especiales para las penetraciones del recipiente de presión, alineó con precisión de 0,5 milímetros los canales de refrigeración con las penetraciones de la tapa (son 356 agujeros en una pieza de 250 toneladas) y, con su mucha experiencia de puesta en marcha de reactores, escribió los procedimientos para la entrada en línea de Atucha II. A futuro, INVAP se encargará de definir el tratamiento y gestión de los residuos radioactivos “de alta” (combustibles quemados), “de media” (resinas y filtros de depuración de los sistemas de enfriamiento) y “de baja” (derrames de agua pesada, guantes y guardapolvos usados en “áreas calientes”, etc.). Esto me lo explicó el ingeniero Fernando Macario, y a deshoras. Lo estoy haciendo quedarse hasta tardísimo en el trabajo…

Hoy Atucha II interesa no tanto por su tecnología, una rareza ya más criolla que alemana, ni tampoco por la electricidad que dará, por muy firme que sea. Interesa porque significó el reagrupamiento de firmas de ingeniería alrededor del Programa Nuclear, un milagro tras décadas en que los ingenieros manejaban taxis y los científicos eran mandados a lavar los platos por el mentado señor Ministro de Economía. Hoy algunos empresarios sacaron chapa de calidad nuclear, como dijo Arbarello, y los que lo tenían de tiempos viejos, lo lustraron para quitarle la pátina.

Y cuando se haya puesto en marcha Atucha II, muchas de estas empresas tendrán un nuevo campo de entrenamiento en la extensión de vida útil o “revamping” de Embalse. Y probablemente también jugarán en la cuarta central, 1500 megavatios, la mitad de los cuales tal vez provengan de un sistema de tubos de presión, con AECL dispuesta a colaborar… ¡y China deseosa de dar financiación! ¿Sólo para salir en la foto? El mundo nuclear parece tomarse nuestro renacimiento en la materia más a pecho que nosotros mismos. De seguir en este mundo, Jorge Sabato estaría extrañado, pero probablemente contento. Maestro de la ironía como era, tal vez estaría buscando alguna frase mordaz para definir este momento rarísimo. Pero más probablemente, no tendría ni 10 minutos para dar una entrevista, ni siquiera por teléfono.