El “modelo CNEA” y su aporte al debate energético argentino

12-fotos-edicion-impresaPor Gustavo Barbarán. En u-238 # 18 Agosto – Septiembre 2015

65 años de trayectoria en el sector nuclear le han permitido a la Argentina construir una profusa historia en este ámbito y, simultáneamente, desarrollar un estilo socio-tecnológico que le han dado al país una particular relación entre tecnología y desarrollo nacional.

En algunas discusiones sobre el futuro energético de nuestro país, alguien marcó como un punto extraño la diferencia que había en la promoción (difusión) de las energías renovables y los planes anunciados por el gobierno para la construcción de nuevas centrales nucleares, como diciendo “en todos los ámbitos se habla de las energías renovables como la energía del futuro, pero a la hora de elegir la tecnología y de poner recursos, el gobierno elige la nuclear… ¿Cómo se explica esto?”

Al margen de destacar que no son energías que compitan entre sí (el objetivo de ambas es buscar reemplazar el uso de combustibles fósiles), es posible afirmar que la principal diferencia se encuentra en la profusa historia del desarrollo nuclear en la Argentina y la reciente aparición de las renovables, donde todavía no se encuentra definido un claro patrón de desarrollo. Esto, de manera alguna, presupone menospreciar a las energías renovables que están llamadas a jugar un rol cada vez más relevante en la matriz energética argentina.

Por el lado nuclear, ya son 65 años de historia en los que se atravesaron buenas y malas épocas y en los que se fue depurando un estilo socio-tecnológico sobre la contribución de esta tecnología al desarrollo nacional. Por estilo socio-tecnológico se comprende a la compleja interconexión entre tecnología y el medio social e histórico en el que se desarrolla, es decir, cómo se produce la tecnología y el funcionamiento y utilidad que esta aporta a la sociedad. Ampliando el concepto, tecnología no es solamente un compendio de “fierros” y ciencia, sino que también se expresa en formas organizacionales y de valores usados en su producción.

CNEA y su estilo

Aquellos que asocian energía nuclear con militarismo, lo hacen desde la concepción del estilo socio-tecnológico de las potencias nucleares dominantes, donde lo que importa son “los fierros”. Opiniones personales al margen, quienes sostienen esta postura son presa de un pensamiento impuesto desde fuera, donde la energía nuclear está asociada directamente con poderío militar. El pensamiento local en materia nuclear es mucho más rico, menos lineal y contempla tanto la posición que ocupa Argentina en el juego de las naciones, como lo que hace falta para poder desarrollar las fuerzas productivas del país.

El estilo de la CNEA (Comisión Nacional de Energía Atómica) se puede rastrear en sus orígenes y primeros proyectos. Cuando Estados Unidos lanza su programa de “Átomos para la Paz” en 1956 ofrece colaboración a numerosos países para la construcción de un reactor de investigación. La decisión fundamental de construir el reactor en el país, y no comprarlo llave en mano —como en otros lugares del mundo—, puede catalogarse como el germen del pensamiento de CNEA, donde había una marcada preferencia a la adquisición de capacidades locales que a la adquisición en sí de la tecnología. La creación de las capacidades locales tenía por objetivo ayudar al país a tener la capacidad autónoma de decisión en materia de tecnología nuclear.

Otro puntal fue la creación del SATI, el Servicio de Asistencia Tecnológica a la Industria, una colaboración entre CNEA y la Asociación de Industriales Metalúrgicos (hoy ADIMRA). Esta iniciativa creada en el año 1961, inédita para un organismo de ciencia y tecnología en esa época, buscaba servir al perfeccionamiento tecnológico de la industria metalúrgica a través de la experiencia lograda en los laboratorios estatales. Así, se conseguía un doble objetivo, la mejora de productos industriales y la contribución real de la ciencia y técnica de un organismo estatal al desarrollo del país.

Si bien la energía nuclear posee múltiples aplicaciones tecnológicas, la generación de nucleoelectricidad es el motor económico de la actividad. Simplemente por una cuestión de escala respecto a las otras actividades. Para el año 1964, en CNEA se comenzó a pensar que tenía sentido la instalación de una central nuclear (ya planteada por el entonces presidente de CNEA en agosto de 1955 durante la 1ª Conferencia de Átomos para la Paz), de 300 a 600 MW para la zona de Gran Buenos Aires y Litoral. Con este fin, el gobierno le encargó a CNEA el estudio de prefactibilidad para la instalación de dicha central.

Se decidió que, en lugar de contratar el estudio de prefactibilidad, se realizaría localmente, a contramano de lo propuesto por agencias internacionales. Esto permitió conocer íntegramente los requerimientos que tendría un proyecto de estas características: requerimientos energéticos, problemas técnicos, económico-financieros, políticos, jurídicos, sociales y sanitarios (ahora radiológicos), además de aspectos asociados a la conservación de los recursos naturales, el autoabastecimiento energético, el desarrollo de la industria nacional, el futuro del mercado de la energía nuclear y el impacto sociocultural derivado de la tecnología nuclear.

El estudio demandó tres años, desde 1965 a 1968. Esto le dio la ventaja al país que, habiendo realizado el estudio exhaustivo de las tecnologías, consiguió ofertas de prácticamente todos los proveedores, inclinándose por la oferta alemana que cumplía con los tres requisitos solicitados: promover la participación local, ceder la tecnología de fabricación de los elementos combustibles para que se realice localmente y financiar gran parte de la obra.

Aquí ya se destacan las características primordiales de la política nuclear Argentina, retener la capacidad de decisión. Si bien a priori se había establecido que por una cuestión estratégica de acceso al recurso era conveniente una central de uranio natural y agua pesada, se realizó el estudio comparando todas las tecnologías disponibles en ese entonces. Eso, además del llamado a licitación amplio que se hizo, impuso unas condiciones competitivas de los proveedores interesados que colocó al país en la posición de poder elegir de la mejor manera el tipo de tecnología para utilizar.

Dentro del “estilo-CNEA” se dio una de las discusiones decisivas sobre la tecnología para utilizar en el país. Esta discusión trascendió los ámbitos especializados y llegó al gran público a través de la prensa, donde también se volcaban las opiniones. Fue la del tipo de combustible que usaría la central, si uranio enriquecido o uranio natural. A fines de 1960 la tecnología de enriquecimiento era considerada demasiado compleja para un país como Argentina y si bien el agua pesada (componente necesario en caso de utilizar uranio natural) estaba sometida a las mismas restricciones que el uranio enriquecido existían, de hecho, más proveedores que para éste último, siendo el único proveedor los Estados Unidos. En esta concepción de diversificar los riesgos y no depender de un único proveedor es que se tomó la decisión de utilizar uranio natural en las centrales argentinas.

Ya lograda la conclusión sobre la factibilidad de la nucleoelectricidad, el segundo paso era convencer a las autoridades sobre su conveniencia. En un ámbito donde se mueven tantos intereses como en el energético, Jorge Sabato cuenta en un artículo del año 1972 que CNEA encontró un fuerte reparo dentro de la Secretaría de Energía (en aquellos momentos se estaba realizando el complejo Chocón – Cerros Colorados y otras centrales), aunque finalmente se decidió llevar adelante la iniciativa de comprar una central nuclear.

Luego de la entrada en operación de la CNA-I, se comenzaron los estudios para una nueva central nuclear en la provincia de Córdoba. El proyecto originalmente era para una central que abasteciera a la provincia únicamente, pero con la interconexión de este mercado eléctrico con el de Buenos Aires-Litoral cambiaron los requerimientos, por lo que la propuesta original de 150 MWe pasó a 600 MWe. Como se había realizado previamente, se llamó a presentación de ofertas a los principales proveedores de occidente. Las propuestas que recibieron y entraron en competencia fueron tres; la primera de la Westinghouse, con uranio enriquecido; la segunda de un consorcio entre KWU, Siemens y FIAT, también con uranio enriquecido; y la tercera también un consorcio entre AECL e Italimpianti, por un reactor con uranio natural tipo CANDU.

De las tres propuestas, se seleccionó la canadiense por el tipo de combustible, diseño robusto y participación local. La propuesta estadounidense quedó en tercer lugar y si bien la propuesta alemana venía con la promesa de una planta de enriquecimiento porcentrifugación, desde CNEA se incentivó a la segunda opción por estar más adecuada a la realidad industrial nacional. Se avanzó un paso más en la compra llave en mano y se separaron los trabajos en dos partes, por un lado, la isla nuclear, entregada la AECL y, por el otro, la parte convencional y trabajos civiles entregados a un consorcio italiano liderado por Italimpianti. La participación de Argentina se eleva al 40% y dentro de los componentes electromecánicos, al 35%. La selección de los canadienses primó sobre el resto debido a la apertura de su oferta y las posibilidades, luego truncas, de transferencia de tecnologías.

Dos meses después de la firma de los acuerdos con Canadá sucede la explosión de un dispositivo nuclear en la India. Esto significó un punto de quiebre en la cooperación internacional. A nivel nacional provocó una ruptura unilateral de los contratos por parte de Canadá en la fabricación del reactor de Embalse. La reacción mundial ante la explosión india fue de sorpresa, ya que echaba por tierra todos los supuestos sobre los que se asentaba el TNP y mostraba las falencias de un creciente mercado internacional nuclear (con intereses económicos por parte de las potencias) y las decisiones políticas de los países, y también mostraba que los “subdesarrollados” eran capaces de avanzar tecnológicamente.

El tercer paso del programa nuclear Argentino fue la creación de una empresa arquitecta industrial de centrales nucleares en conjunto con la proveedora de Atucha II, Siemens-KWU.

La justificación de una tercera central distinta a las dos anteriores fue nuevamente el argumento de la autonomía tecnológica. Se decía que de haber sido provista por los canadienses, Argentina hubiese dependido de un solo proveedor, debilitando sus posiciones de negociación, máxime teniendo en cuenta la probada política canadiense de ceder a las presiones de los EEUU. La oferta alemana también incluía la creación de la empresa ENACE, con un 20% de participación alemana que iría disminuyendo a medida que se cumpliesen las etapas del plan nuclear. Por esa época se crearon también las empresas CONUAR y FAE. El camino elegido por la Comisión, tomando en cuenta que no existía un entramado industrial que pudiese competir con empresas internacionales, fue de creación de empresas que sean las que actúen como brazos ejecutores de la política nuclear.

El terreno internacional se puso más escabroso y en el país no lo hacía fácil tampoco. Una dictadura cuestionada que lanza un ambicioso plan nuclear, en medio de un escenario regional de competencia con Brasil. Dicho plan fue producto la negociación entre dos facciones del gobierno militar de la época, la desarrollista y la liberal. Mientras hubiese desarrollo nuclear, la facción desarrollista no cuestionaría el desguace industrial y las reformas económicas. Por otro lado, la facción liberal condicionaba el desarrollo de la política industrial de CNEA a realizar acuerdos con los grupos económicos concentrados que fueron favorecidos en ese gobierno.

Argentina finalmente accedía a las instalaciones productivas que deseaba, a un costo mucho mayor, tanto en términos económicos como diplomáticos (cada desarrollo era visto como un desafío de este país al resto del mundo). El cenit de esta estrategia se dio al momento de seleccionar la tercera central nuclear y anunciar un plan nuclear hasta el año 2000. Atucha II fue comprada a los alemanes a un mayor costo que lo que ofertaban los canadienses, si bien ambas presentaban ofertas de plantas de producción de agua pesada, la alemana era de la firma suiza Sulzer, mientras que la canadiense era propia.

Aunque suenen razonables las justificaciones, lo cierto es que la estrategia seguida por Argentina significó grandes erogaciones y costos para un país cuya base industrial estaba siendo destruida.

Con este panorama, el retorno de la democracia trajo un poco de racionalidad al alcance y extensión del plan nuclear Argentino. Por un lado, una de las primeras acciones que realizó el presidente Raúl Alfonsín fue la de formar convenios de cooperación nuclear con Brasil y a través de gestos políticos, como invitar al presidente brasilero a la planta de enriquecimiento de Pilcaniyeu, distender la tensa situación político-diplomática a la que había llegado el gobierno militar. Pero las urgencias económicas fueron mayores y gran parte del plan nuclear fue demorado y/o cancelado.

El panorama de la energía nuclear no era el óptimo luego de finalizada la dictadura. Planes ambiciosos con pocas posibilidades de llevar adelante, un gas natural que se volvía cada vez más competitivo y del cual se habían encontrado enormes reservas, el accidente de Chernobyl y el horrible manejo de la situación que presenta la URSS. Una sociedad que despierta de los años de dictadura y comienza a reclamar participación en las decisiones políticas le da un revés político a la energía nuclear al rechazar, de manera intransigente como lo hizo con Gastre, cualquier avance sobre el desarrollo de un repositorio nuclear de alta actividad.

La década de 1990 trajo un nuevo panorama. Acercamientos con Brasil, entrada en los regímenes de no proliferación internacionales (TNP, Tlatelolco, ABACC), y un Estado con vocación anoréxica, desprendiéndose de todas las actividades productivas que venía llevando hasta esa época. Se crea Nucleoeléctrica, con el objetivo central de privatizarla, y se cancelan actividades productivas no rentables.

A pesar de todas las acciones llevadas a desmantelar y disgregar al sector nuclear, este mantuvo un cierto grado de cohesión y algunas premisas básicas para el mantenimiento de su actividad. Su carácter de institución con una fuerte pata científica fue la que lo salvó de la desaparición como por ejemplo sucedió con Agua y Energía.

La reactivación del mercado interno, el impulso al desarrollo industrial y de las actividades que apuntaban a darle centralidad al sistema científico-tecnológico a partir de 2003 dieron pie a que la finalización de la Central Nuclear Atucha II sea una posibilidad cierta, a 20 años de haber sido iniciada. En agosto de 2006, luego de analizar el panorama, el PEN toma la decisión de finalizar la CNA II y junto con eso relanzar el Plan Nuclear.

La finalización de la central nuclear es uno de los hitos más importantes de la historia nuclear del país. Un sector nuclear desguazado que se recompone y logra, a pesar de todas las dificultades encontradas, finalizar una obra parada durante casi 20 años.

El marco que deja este gobierno es auspicioso, ya que se están ejecutando proyectos importantes y se están definiendo otros más. Lo que queda para el sector nuclear es mucho trabajo (lo mejor que puede pasar) y la continuidad de un estilo que apuesta siempre por las industrias nacionales y la utilización de la actividad nuclear como una herramienta para el desarrollo.