La energía nuclear como guardiana de la memoria

Por María Laura Guevara. En U-238 Diciembre 2012

 

Décadas de estudio sobre las aplicaciones de la energía nuclear son la base para abrir la puerta a nuevas utilidades de las radiaciones ionizantes. Por eso en 2005 la CNEA creó el Laboratorio de Conservación y Restauración de Colecciones en Papel, que trabaja en la investigación y la aplicación de la energía nuclear como método de limpieza y conservación de piezas históricas.

 

Todos tenemos historia. Las personas, las instituciones, los países, los continentes. La historia, eso que fuimos y que hicimos, es lo que nos hace ser quienes somos y hacer lo que hacemos. Ese camino que recorrimos es tan importante como el presente. Y el Laboratorio de Conservación y Restauración de Colecciones en Papel no sólo lo reconoce y valora, sino que también tiene la propia.

El laboratorio fue inaugurado en 2005, producto de la necesidad de conservar, restaurar y poner en valor el material bibliográfico de la CNEA, también con el aporte de fondos del Concurso para Bibliotecas organizado por la Fundación Antorchas. Pero el camino de este laboratorio había comenzado a ser escrito tiempo antes.

“Este lugar es fruto del trabajo de mucha gente”, cuenta Ana María Calvo; al referirse a esta instalación; que es el producto de la conjunción, en el Centro Atómico Ezeiza, de tres factores principales: la experiencia de la CNEA en la esterilización por el método de radiación, contar con una de las pocas plantas de Irradiación Semi Industrial del continente; y la vasta trayectoria de los laboratorios de microbiología, donde se realizan los análisis de las dosis.

El mayor problema de los tratamientos químicos que se utilizan para combatir los hongos es que dejan residuos en el papel, causando su propio deterioro y que además, pueden llegar a ser muy dañinos para la salud del conservador.

“Los fungicidas como el óxido de etileno, en las dosis necesarias para eliminar los hongos, puede ser cancerígeno”, explica Calvo. Por eso a fines de la década del 90 encara una tesis sobre la posibilidad de utilizar la radiación gamma para el control de hongos; y tras esa experiencia y varios años de trabajo, el 22 de agosto de 2005 se inauguró oficialmente el Laboratorio de Conservación y

Restauración de Colecciones en Papel. Una vez más, la CNEA se posiciona a la vanguardia de la aplicación de la energía atómica para fines pacíficos.

 

¿Cómo conservar la memoria?

Por supuesto que una actividad de estas características debe ser llevada a cabo en instalaciones adecuadas y con profesionales aptos y capacitados, pero el proceso de aplicación de la energía atómica sobre documentos de papel es más sencillo de lo que uno se atrevería a imaginar.

Luego de una breve evaluación, los documentos que se reciben son llevados al laboratorio de microbiología que trabaja palmo a palmo con el equipo de conservación y restauración. Allí, se evalúa qué tipo de hongo es el que está afectando el documento y se sugiere un rango de dosis.

Una vez que se definió el hongo contra el que se está batallando y la dosis requerida para exterminarlo, los documentos se envían a la planta de irradiación semiindustrial, que depende de la Gerencia de Aplicaciones y Tecnología de Radiaciones, la cual también funciona en el Centro Atómico Ezeiza.

Allí, la ingeniera Andrea Docters, jefa de la planta, ajusta los últimos detalles respecto de la dosis y da la orden para que se lleve a cabo la irradiación propiamente dicha. Los documentos son irradiados en el embalaje con el que llegan a la planta y pueden ser utilizados inmediatamente después de terminado el procedimiento.

La radiación gamma es un rayo electromagnético que, como la luz, atraviesa el material. “La radiación gamma no contamina, pasa a través del papel interactuando con las moléculas de celulosa, pero sin dejar residuos. Es uno de los métodos más efectivos porque deteriora o destruye, según la dosis, el ADN del microorganismo, tiene un efecto biocida, por eso se utiliza para tratar microorganismos”, apunta la Magister Ana María Calvo.

El proceso de irradiación de este tipo de objetos no difiere en nada del que se utiliza con alimentos o elementos quirúrgicos, salvo en la dosis que se aplica que, para documentos históricos de papel, ronda entre los 9 y los 15 kilograys.

Una de las pocas consecuencias que este procedimiento provoca en el papel, por no decir la única, son los cortes en las moléculas de celulosa. Claro que dichos cortes también son producidos por el calor, la humedad, los rayos UV y por los mismos hongos que la energía atómica ayuda a combatir. Dependiendo de la dosis de irradiación, esos cortes serán mayores o menores.

“Uno puede aplicar una dosis durante diferentes cantidades de tiempo, dependiendo de lo que se elija en tardar en dar esa dosis. Cuanto más rápido se da la dosis, menos deterioro va a tener el material”, explica la encargada del laboratorio.

Aunque lo acostumbrado para este tipo de objetos son dosis muy bajas, el papel puede soportar una irradiación hasta cinco veces superior de lo aconsejable. “En 2001, luego del atentado a las Torres Gemelas, todo el correo que ingresaba a la CNEA se irradiaba a unas dosis altísimas. Tenemos guardadas publicaciones que fueron irradiadas a 50 kilograys y todavía son funcionales”, ilustra Calvo.

 

No termina en la energía

Una vez que las piezas fueron irradiadas, son llevadas inmediatamente al laboratorio de restauración para comenzar a trabajar sobre ellas. Los restauradores trabajan con documentos “libres de hongos”, pero eso no significa que el trabajo esté terminado.

Luego de la irradiación, y de ser necesario, los documentos son secados con procedimientos especiales, prensados, restaurados, transcriptos y digitalizados.

Luego de terminado todo el proceso, cada documento es guardado en carpetas alcalinas y, de ser posible, conservados en un freezer para evitar el deterioro.

“Todos los materiales que usamos son inertes y se pueden retirar con agua. Los procedimientos son reversibles, porque el material tiene que tener la posibilidad de estar como cuando se confeccionó”, expone Calvo.

El cuidado que se le dé a los documentos una vez que pasaron por el Laboratorio de Restauración y Conservación de la CNEA es igual o más importante que el trabajo de restauración en sí mismo. “La irradiación no previene, lo único que hace es sanar. Si no tenés el material limpio y en las condiciones adecuadas de temperatura y humedad, el documento se vuelve a infectar porque las esporas están en el aire”, trata de concientizar Ana María Calvo.

El problema más severo, y a través del cual puede empezar una infección con hongos, es que los documentos se mojen producto de filtraciones o inundaciones, como sucedió con los BAPs (Boletines de Administración Pública) de la CNEA, uno de los primeros documentos en ser irradiados de manera previa a la creación del laboratorio.

Otras de las variantes intervinientes son, por ejemplo, la imposibilidad de secar el material antes de las 48 horas, que la temperatura y la humedad sean altas y que además, haya suciedad, que se constituye como un “caldo de cultivo” para el crecimiento de microorganismos.

Por eso, a cada institución que se acerca al CAE para utilizar los servicios que el Laboratorio presta, Calvo recomienda adecuar los espacios físicos donde se encuentran los archivos y bibliotecas para su correcta conservación, con temperatura y humedad controlada y, por sobre todas las cosas, capacitación para las personas a cargo de su cuidado y custodia.

“Los cuidados que tenés que tener para conservar el material son, sobre todo, la higiene; después, la humedad y temperatura, y el hecho de preservar que no haya ninguna filtración. La persona a cargo del patrimonio tiene que estar muy atenta”, se explaya Calvo.

 

El pasado, en el presente y en el futuro

La CNEA, como en muchas áreas, se ubica en una posición de vanguardia respecto de la utilización de la energía nuclear para la restauración y conservación. A saber, los únicos países de la región que manejan este tipo de aplicaciones son Argentina y Brasil, que viene realizando un arduo trabajo, especialmente sobre pinturas en caballete.

A nivel mundial, uno de los primeros países en innovar con este uso de la energía atómica fue Italia, que investiga y utiliza estos procedimientos desde la década del ochenta. Recién en 2007, tiempo después que nuestro país, se sumaron a la cruzada Holanda, Bulgaria y Rumania, que ya lleva más de 10.000 objetos irradiados.

Por supuesto, en lo que respecta a América del Norte, Estados Unidos también ha utilizado esta técnica para salvar importantísimas colecciones.

Pero este camino está sólo comenzando. Ahora, el laboratorio que lleva adelante Ana María Calvo se encuentra investigando respecto de la tracción que la radiación produce en el material, qué resistencia presenta el papel y, también, el envejecimiento acelerado comparado con la radiación UV.

“Con la Ingeniera Docters, el Jefe de operaciones de la PISI, Victor Raverta y la Doctora María Cristina Area, estamos evaluando cuáles son las mejores dosis y tasas de dosis para su aplicación, es decir, en cuánto tiempo se debe aplicar la dosis al material para producir el menor efecto negativo posible. Hemos visto que cuanto más rápido se da la dosis, menos deterioro se produce en el material. El estudio se ha realizado a tres papeles, dos de uso comercial y uno de conservación”, comenta Calvo.

 

La energía, la memoria y la controversia

“Uno de los objetivos del laboratorio es ayudar a no perder la memoria, para que las generaciones futuras puedan acceder a esa información”. Las palabras de la responsable del Área de Conservación son contundentes.

Pero ella y su laboratorio, al igual que muchas otras experiencias vinculadas a la energía atómica, no estuvieron exentos de la polémica.

En el campo de la conservación, son muchos los expertos que están a favor de estos métodos, y muchos otros en contra. Claro que, según Calvo, “hay mucha desinformación, hay gente que lo critica y no tiene la menor idea cómo se realizan los procedimientos”.

La realidad es que, a pesar de eventos históricos trágicos, la energía nuclear tiene muchos beneficios para ofrecer a la sociedad y, en particular, a la conservación de piezas históricas. “Acá no se quiere terminar de aceptar que la energía nuclear no es la bomba de Hiroshima, que de los métodos para combatir los hongos es el más adecuado porque no deja residuos, porque el conservador trabaja con material sano, porque los deterioros que produce son mínimos, y porque es un trabajo hecho con responsabilidad y respeto, hecho por profesionales”, concluye Ana María Calvo.

2 COMENTARIOS

  1. Estimada Lectora:
    Lamentablemente no contamos con información suficiente para contestar una pregunta tan específica. Le sugerimos comunicarse con el Laboratorio de Conservación y Restauración de Colecciones en Papel (CAE-CNEA) para que le suministren dicha información.
    Saludos, Revista U-238

Los comentarios están cerrados.