Entrevista a Abel J. González, Experto en protección contra radiaciones

Por Marina Lois. En U-238 Marzo 13

 

Referente a nivel mundial en materia de seguridad nuclear, protección ambiental y de las personas, el ingeniero argentino se encuentra trabajando en la sede del OIEA en un informe cuyo paso final será su presentación ante la Asamblea General de la ONU. Desde Viena, y en exclusiva para U-238, González explicó por qué el factor psicológico de los ciudadanos fue el efecto más grave a nivel sanitario, y detalló cómo lo cultural influyó en la toma de decisiones. Además, el especialista comparó la planta japonesa con las argentinas y reveló por qué nuestro país es ejemplo a nivel internacional en materia de seguridad nuclear.

 

¿Por qué sucedió Fukushima?

Fukushima fue una catástrofe combinada, inédita, en la que se juntaron un terremoto, un tsunami que mató a casi 20 mil personas y, como consecuencia de ello, el accidente nuclear. Lo destacable es que, dentro de ese desastre, no ha muerto ni una sola persona debido a ese accidente nuclear. Ni siquiera hubo personas sobreexpuestas por encima de los límites de radiación. Esto sucedió a pesar de que la autoridad japonesa cometió errores, pero finalmente ellos siguieron las indicaciones de la International Commission on Radiological Protection (ICRP) —de donde soy vicepresidente—, así que la gente sigue protegida. Los ciudadanos estuvieron protegidos.

 

¿Cuáles son las consecuencias de estos sucesos, a nivel de la comunidad nuclear internacional?

De Fukushima se han extraído lecciones que son muy favorables para la Argentina. Porque además de los accidentes previsibles, para los cuales uno hace sistemas de seguridad, lo que hay que tener siempre en cuenta es que hay eventos que exceden la imaginación y la única manera para protegerse es contar con un sistema de contención: es decir que si se produce un accidente y, por caso, se rompe toda la planta, que el material radioactivo no salga al exterior. De las lecciones aprendidas a partir de Fukushima, una de las más relevantes es que la contención es, posiblemente, lo más importante de una central nuclear.

 

¿Cuáles son las características de la planta de Fukushima?

Fukushima es una planta vieja que, además, tiene un diseño malo. Los norteamericanos se dieron cuenta de que era malo y lo modificaron. En cambio, Japón, al no seguir esos lineamientos y al no contar con una autoridad regulatoria independiente, terminó tomando malas decisiones. En este sentido, la Argentina es mucho más conservativa: la Argentina tiene el mejor contenedor del mundo. Atucha II tiene un container espectacular, es esférico, de acero, tiene un contenedor de concreto. Al ser una planta de uranio natural, no puede tener los problemas que tuvieron los japoneses de que se quemara y entrara en criticidad. Y el sistema contenedor de Japón, a pesar de que es francamente ridículo, no es, sin embargo, el peor: hay casos peores, como el de algunos rusos y los de las centrales de origen británico.

 

¿Qué otras diferencias pueden establecerse entre Fukushima y Atucha?

Hay que estar en el lugar para notar que, desde el punto de vista geográfico, la zona donde está emplazada la planta de Fukushima es bastante parecida a la de Atucha. Por ejemplo, hay un nivel de agua, que en Atucha es un río y allá es un mar, pero no cambia la cosa, porque el río Paraná tiene mucho caudal. También hay un playón, que es bastante parecido, que debe tener más o menos unos 50 metros, y después hay una barranca en Atucha que es muy parecida a la de Fukushima. A la barranca la sigue otra meseta, pero la diferencia fundamental es que los japoneses instalaron la planta en el playón de abajo y nosotros instalamos nuestra planta arriba. Es decir que, si en Atucha se diera una situación similar a la de Fukushima, el agua no llegaría. Cuando consulté sobre los motivos por los cuales habían instalado la planta en el playón, me respondieron algo que me sorprendió: se necesita de mucha energía para llevar el agua arriba. En la Argentina, en cambio, ese problema lo resolvimos hace 40 años, cuando nos dimos cuenta de que eso podía ser resuelto con una central hidroeléctrica que, entre otras ventajas, permite generar energía adicional en caso de una parada.

 

¿Cómo colaboró la Argentina para la resolución del conflicto que tuvieron en Fukushima?

Argentina colaboró mucho con Japón. En reuniones que tuve en la Embajada de Japón me lo han reconocido. En la Conferencia Ministerial de la OIEA (Organismo Internacional de Energía Atómica) que se realizó en junio de 2011 en la ciudad de Viena, la Argentina no sólo expresó su solidaridad con el pueblo japonés y su gobierno, sino que prestó ayuda desinteresada a través de representantes de la ARN (Autoridad Regulatoria Nacional). Por otra parte, la Argentina tuvo participación técnica, por un lado elaborando lecciones de seguridad que fueron aplicables a las centrales nucleares argentinas y, por otro, a través de colaboración de profesionales que participaron en foros internacionales y mantuvieron reuniones y entrevistas con especialistas de la delegación japonesa en la Argentina.

 

¿A nivel técnico, cuáles fueron los factores que generaron el accidente de Fukushima?

Los factores son varios, pero se concentran en lo siguiente: una enorme cantidad de material radioactivo salió al aire de manera descontrolada, contaminó grandes territorios, alimentos, agua y otros productos de consumo. Hubo que evacuar a la gente, algunas evacuaciones no fueron bien hechas y la gente fuera de sus hogares sufre mucho. Habría que determinar qué hacer con la contaminación: cuándo puede volver la gente a sus hogares, cómo lidiar con los productos de consumo y montones de problemas que tienen, centralmente, dos focos: el material radiactivo liberado y la protección de la gente.

 

¿Específicamente, cuál fue su función, como experto, en este conflicto?

Hicimos muchas cosas. En particular, me pidieron que realizara un informe con las lecciones aprendidas que, actualmente, están en el ICRP. Allí hay un resumen de lo que se va a publicar en una revista internacional. Con un grupo de varias personas, armamos un informe en el que damos cuenta de que detectamos 18 temas sobre los cuales hay lecciones aprendidas y que hay que ver cómo se resuelven en el futuro.

 

De las 18 lecciones, ¿cuáles son las más destacadas?

Por su peculiaridad, yo subrayaría una lección que también se percibió en Chernobyl y que provoca uno de los mayores impactos en la salud, que es el daño psicológico. Este aspecto es muy importante y, en el caso japonés en particular, los daños psicológicos son profundamente agravados por la cultura japonesa, especialmente si se ponen en relación con el concepto de “estigmatización”, que en Japón está muy presente. En nuestras culturas occidentales la palabra estigma es medio rara; no la usamos mucho. En cambio, en Japón, hay seis palabras diferentes para referirse a este concepto con diferencias sutiles, algunas de las cuales, desde la cultura occidental no se alcanzan a comprender. Uno de ellos es el estigma ligado al nombre. Por ejemplo, si una persona está ligada al nombre Fukushima tiene, prácticamente, su vida arruinada. Otro término es el que está ligado al estigma por discriminación, porque se está en el área del accidente. El otro término está relacionado con la vergüenza, que es un tema muy serio en Japón. La vergüenza, un sentimiento terrible en términos sociales, es una carga muy fuerte. Yo trabajé en Rusia, en el accidente de Chernobyl, durante dos años, y también estuve en Brasil involucrado a las consecuencias del accidente de Goiânia, y estos problemas allí no se vieron. Por otra parte, en Japón se dio una particularidad social que fue una angustia extrema por los niños. Si bien en cualquier situación catastrófica los adultos se preocupan por las consecuencias que puedan llegar a tener en los niños, en el caso de Fukushima, la preocupación y la angustia eran extremas, incluso muy por encima de la preocupación de los adultos por sí mismos.

 

En manejo de crisis, ¿cuáles fueron las lecciones aprendidas?

Se puede decir que Fukushima demostró una gran falta de comunicación entre todos los actores intervinientes: expertos y gobiernos, gobierno y prensa, ciudadanos entre sí. Los medios contribuyeron mucho a la confusión y a dar noticias erróneas. Pero lo cierto es que, si no se le suministra información adecuada a la prensa, los medios van a decir lo que quieran. Una de las lecciones aprendidas es que hay que saber informar porque, de lo contrario, se incurre en errores técnicos. La prensa llegó a informar que se iba a morir medio millón de personas, lo cual fue un error gravísimo. Nadie les informó sobre el tema de los riesgos de radiación, entonces un programa de noticias muy popular en Japón informó incorrectamente. En otro orden de cosas, un problema que se detectó a nivel científico, es la confusión en la redacción de las normas internacionales. Estas normas se redactan en inglés y se suelen utilizar términos incorrectos, que en inglés pueden comprenderse bien, pero que traducidas al japonés generan confusiones gravísimas, con consecuencias directas en los procedimientos. Es muy común utilizar en inglés sustantivos como adjetivos y eso no tiene traducción. A eso, además, se le agrega que el japonés es un idioma muy complejo, más complejo que el chino, porque en Japón se manejan dos idiomas: el silábico, como el nuestro, y, en una instancia de mayor nivel cultural, se utilizan los caracteres chinos que son simbólicos. Por lo tanto, una de las lecciones aprendidas es que lo que está equivocado gramaticalmente provoca confusiones técnicas.

 

¿Cuál sería la solución a ese problema?

Una de las soluciones es que los expertos que no somos de habla inglesa nos pongamos más firmes en ese aspecto. Actualmente, el inglés es la lengua franca, es nuestro latín actual. Pero aún en la época del latín se preocupaban porque se entendieran bien todos entre sí. Newton y Copernico se entendían bien porque Newton, que escribía sus textos en latín, podía leer a Copernico y entenderlo. El inglés, en cambio, es un idioma menos preciso y para comprenderlo hay que manejarlo muy bien. Por ejemplo, es muy raro que se utilice el tiempo verbal subjuntivo —en Estados Unidos directamente ni saben lo que es— y, en una norma estándar de protección, el subjuntivo es importantísimo porque le dice bajo qué condición es así o no. En cambio, con el indicativo, es así o no es así. Incluso si uno escribe bien una norma o recomendación, todavía hay probabilidad de que quien la emplea se equivoque, así que todo empeora cuando, además, la norma está mal redactada.

 

Se dice que la cultura japonesa es eficiente, apegada a la norma y que, por lo tanto, su sociedad es productiva y efectiva. ¿Qué fue, entonces, lo que hizo que muchas decisiones fueran mal tomadas?

Lo que fue negativo para Fukushima es, precisamente, la estructura social japonesa verticalista, en la que todas las cosas se deciden de arriba hacia abajo y no existen cuestionamientos de abajo hacia arriba. Por esa razón, el jefe del operativo de Fukushima terminó siendo el Primer Ministro. Esto, en la Argentina, está mucho mejor resuelto, porque aquí esos procesos están protocolizados. El presidente, como tal, es la autoridad final, pero para las decisiones técnicas se designan por protocolo a expertos en funciones específicas. Japón es una sociedad extraordinariamente efectiva. De Tokio Station sale un tren cada minuto que va a 330km por hora: si no fueran efectivos, se haría una madeja de trenes. Pero el problema es que es una sociedad efectiva para todo lo que esté normalizado. Apenas algo anduvo mal, la sociedad se paraliza y le pide al jefe más próximo qué hacer y así sucede en toda la línea ascendente.

 

A partir de su experiencia, ¿qué hay que hacer en este tipo de conflictos?

Lo que yo sostengo es que lo peor que puede pasar en estas situaciones conflictivas y técnicamente complicadas es el ruido político, porque eso lleva al desastre. Si bien lo político influye y tiene su rol específico en este tipo de situaciones, también es cierto que no puede interferir en decisiones que deben tomarse rápidamente y en las que debe haber conocimientos técnicos muy específicos. Lo que hay que entender, y es raro que los técnicos y los políticos puedan comprenderlo, es que un accidente no puede ser planificado. Uno puede hacer planeamientos de emergencia, procedimientos, protocolos, pero el accidente en sí es algo distinto que no está en los libros. Por eso, uno tiene que estar preparado y ser flexible en las decisiones que toma, para poder así buscar la mejor decisión bajo las circunstancias prevalentes. Para eso hay que tener conocimientos. En 2004, si mal no recuerdo, compartí un coloquio en la Universidad de Nueva York con Rudolph Giuliani, el intendente de Nueva York cuando sucedieron los ataques a las Torres Gemelas en 2001. Íbamos a hablar sobre preparaciones de emergencias ante ataques terroristas con material radioactivo. Él daba el enfoque político y yo el enfoque técnico. Yo fui mal predispuesto porque pensaba de qué iba a hablar Giuliani, pero su exposición me sorprendió porque él reconoció que habían hecho cualquier cantidad de planificación, que pensaban que podían poner bombas en edificios, en los túneles, preveían cualquier cantidad de escenarios, pero a nadie, a nadie se le ocurrió que iban a ir con un avión con pasajeros y lo iban a estrellar contra un edificio. En consecuencia y ante los hechos que escapaban a lo planificado, hubo que flexibilizar todos los planes que tenían y tratar de resolver un evento que nadie había planificado.

 

¿Algo similar pasó con Fukushima?

En el caso de Fukushuma ¿quién podía pensar que iban a ocurrir esos tres eventos uno detrás del otro? Después de que sucedió es fácil. Como digo yo, el Prode del lunes hay que hacerlo el sábado.

 

A nivel regional, ¿cuál fue la reacción frente a Fukushima?

Después de Fukushima, Argentina promovió lo que se llama una prueba de resistencia de las centrales del área Iberoamericana: Brasil, México y España, en el marco del Foro Iberoamericano de Organismos Reguladores Radiológicos y Nucleares, que funciona en Buenos Aires y que sirve para que los reguladores intercambien experiencias. Allí, la Argentina propuso realizar un estudio de todas las centrales nucleares del área, vis a vis con la experiencia de Fukushima, y el estudio salió muy bien. Los resultados fueron puestos en común y discutidos por todos los miembros del foro. Y no sólo eso. El estudio fue destacado en la Declaración de la Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno que se realizó en noviembre de 2011 en Cádiz. Que los Jefes de Estado hayan tomado nota de este informe es un hecho importantísimo.

 

¿Cuál fue la reacción europea?

En Europa lo hicieron también pero, a mi juicio, lo hicieron peor y no lo elevaron a los Jefes de Estado, sino que quedó a nivel técnico; por lo tanto no hubo un análisis político. A mi entender, los europeos se equivocaron en los tiempos: los hicieron demasiado rápido cuando todavía no se sabían las consecuencias. El estudio europeo comenzó a las pocas semanas de ocurrido el accidente, mientras que el iberoamericano se inició en julio o agosto, es decir, unos meses más tarde. El problema que tienen los europeos es político: los reactores ingleses no tienen un edificio de contención, salvo uno. Si uno ve una foto de un reactor inglés al lado de una foto de Atucha la diferencia es evidente: los reactores ingleses están recubiertos por un galpón de chapa, en cambio Atucha tiene paredes esféricas de dos pulgadas de hierro y concreto. Y, por razones políticas, los europeos no pueden modificar esas estructuras.

 

¿Cuál es eje central que debe regir el concepto de seguridad?

Si bien Argentina y Brasil han trabajado mucho en temas de seguridad, es un aspecto muy difícil para desarrollar porque no son inversiones productivas en corto plazo. Si uno nunca tiene un accidente, se pregunta para qué gasté tanta plata en seguridad si nunca pasó nada. ¿Para qué gastamos tanto dinero en el contenedor? Son decisiones difíciles de tomar, hay que decidir entre tomar el riesgo o salvar esa plata. Si el accidente ocurre, pasa lo que sucedió en el caso de Japón.

 

Quién es Abel J. González

Ingeniero egresado de la UBA, Abel González es especialista en seguridad radiológica y nuclear, en la protección de las personas y el medio ambiente frente a los efectos de la exposición a las radiaciones ionizantes. Como tal, González es, actualmente, Vicepresidente de la Comisión Internacional de Protección Radiológica (ICRP), la máxima referencia a nivel internacional sobre normas de seguridad radiológica y nuclear. Es Representante Argentino del Comité Científico de la Naciones Unidas para el Estudio de los Efectos de las Radiaciones Atómicas (United Nations Scientific Committee on the Effects of Atomic Radiation, UNSCEAR). También Miembro de la Comisión de Estándares de Seguridad del Organismo Internacional de Energia Atómica (OIEA). A nivel nacional, se desempeña como asesor senior de la Autoridad Regulatoria Nacional (ARN). Como experto, González realizó, junto a un grupo interdisciplinario de profesionales de diversos países, un informe en el que condensó las “lecciones” aprendidas en Fukushima. Actualmente, González se encuentra trabajando en la UNSCEAR (United Nations Scientific Committee on the Effects of Atomic Radiation, organismo de la ONU) en la ciudad de Viena, donde se encuentra realizando un informe sobre Fukushima que será aprobado en mayo por un Comité de Técnicos para, posteriormente, ser presentado ante la Asamblea General de la ONU.

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