Por Daniel E. Arias. En U-238 Marzo 14
Las exportaciones de reactores nucleares argentinos al mundo dan cuenta de la enorme capacidad que tiene el país para encarar proyectos nucleares de envergadura. Sin embargo, la historia detrás de cada “caso de éxito” demuestra que el camino para convertirse en referente internacional fue largo y sinuoso. INVAP —exportadora indiscutida de reactores experimentales y plantas de radioisótopos— no ha sido la excepción. Sin embargo, lejos de sucumbir, la empresa estatal argentina nacida de la CNEA se ha convertido en referente indiscutido en el país y, sobre todo, en el resto del mundo.
El asunto empezó en 1976, pero sin que ni quien firma la nota ni casi todo el resto del país se enterara de los hechos.
La acción visible sucedió durante las tres décadas que ya cumplo como periodista científico: la empresa INVAP, que estuvo al menos dos veces en peligro de cierre, fue escalando posiciones en el mercado mundial de pequeños reactores de investigación. Pasó de la categoría “el desconocido de siempre” a la de “el proveedor de referencia”: el diseñador y constructor más respetado, el que gana casi todas las licitaciones, el llamado a opinar en caso de arbitrajes. Y esto se logró frente a competidores desproporcionadamente más poderosos, en un mercado marginal, un nicho de escasos movimientos (cuatro licitaciones en una misma década es el máximo esperable).
En el camino sucedieron varios “casi milagros”. El primero fue que INVAP no cerrara entre 1983 y 1993, cuando el Estado sostuvo primero una política implícitamente antinuclear (con el presidente Raúl Alfonsín), y luego explícitamente antinuclear y antiestatal (los dos períodos de Carlos Menem y las presidencias de puerta giratoria que antecedieron al triunfo de Néstor Kirchner).
INVAP nació de la CNEA para incordio inevitable del hemisferio Norte. Que el logro de la misión fundacional de la empresa (el enriquecimiento de uranio) fuera anunciado públicamente en 1983 por el presidente electo Alfonsín, y el presidente saliente de la CNEA, el almirante Eduardo Castro Madero, le puso los pelos de punta a la OTAN. Para ponerse en situación, eso sucedió al año “y monedas” de la guerra de Malvinas. Hoy, por menos que eso, a un país poco alineado con Washington le caen encima con los Marines.
A partir de 1989, cuando la OTAN ya sabía que él uranio enriquecido se quiere solamente para exportar reactores y centrales, estrangular en silencio a INVAP siguió siendo de prioridad por motivos de ideología económica. La empresa rionegrina no tiene la culpa de desmentir con sus éxitos a los “opinólogos” que aseguran que una empresa estatal es obligadamente ineficiente. INVAP vive del mercado, sin subsidios, entrega sus obras en tiempo y forma y además, generalmente supera a sus competidores europeos, canadienses, estadounidenses, coreanos y rusos más por una mejor oferta tecnológica que por precio.
No soy estatista y me encantaría decir que el capital privado argentino hizo diez empresas equivalentes en capacidad de inventar tecnología nueva y venderla, pero estaría mintiendo. Cuando cuento, me sobran seis dedos. Si no fuera así, este país tendría un PBI enormemente más alto y otra imagen internacional.
El cafecito con Claudia
Hubo dos veces en que INVAP —a la sazón más conocida fuera de su país que dentro de él— venía en picada por falta de trabajo, tenía fecha de cierre calculable y parecía a punto de confirmar que nadie es profeta en su tierra, cuando la salvó el Estado. Sí, el Estado egipcio primero, al otorgarle el reactor ETRR y luego el australiano, cuando la empresa barilochense ganó la licitación de la planta RRR, hoy rebautizada como OPAL.
El ETRR de Inshas, Egipto, a tiro de piedra de El Cairo, ya era un reactor poderoso, con sus 22 megavatios. Pero triunfar en Australia con un aparato que une sin problemas capacidades de fabricación y de laboratorio, eso era como ganarle la final de la Copa Mundial de Fútbol a Inglaterra, pero no jugando en México, sino en Inglaterra misma. Y sin ningún gol discutible.
Cuando INVAP apenas soñaba con ganar en aquella licitación tan reñida y logró pre-calificar, su CEO, Héctor “Cacho” Otheguy me llamó para que le publicara la noticia en La Nación, donde yo estaba de freelance. Siguió este diálogo:
— Cacho, te felicito de corazón, pero los periodistas nos ocupamos de noticias.
— ¿Y esto no es noticia? — se asombró Cacho.
Suspiré: ingenieros…
— Llamame cuando hayan ganado. Si ganan.
— Te entiendo, Arias. Pero esto es noticia igual.
— ¿Por qué?
Cacho pensó unos segundos.
— Digamos que es el equivalente de lograr tomarse un cafecito con Claudia Schiffer.
Gol. Me rendí. Tenía razón.
La Schiffer era la modelo más cotizada de los 90, y el equivalente exacto de aquella licitación en la que casi todos los contendientes, hambreados por el “parate” de la construcción de centrales en Occidente, estaban desesperados por ganar. La Nación entonces era demasiado solemne para lo del cafecito con Claudia, pero la Revista XXI agarró la idea al vuelo y la publicó, sin que nuestra clase económica o política se enteraran. Poca tirada.
Los milagros continuaron: con el gobierno de Fernando De la Rúa cayendo en espiral y el país a punto de entrar (por implosión) en la lista de estados fracasados, el comité de expertos australianos que revisaba y puntuaba las ofertas de 1 a 10 empezaba a desvelarse.
Lo que sucedía era terrible: cada subsistema de las ofertas en competencia (enfriamiento, seguridad, capacidades de fabricación de radioisótopos, equipamiento para investigación, etc.) era evaluado y puntuado separadamente por un subcomité específico de expertos. Los subcomités trabajaban aislados entre sí y la información era elevada al ANSTO (Australian Nuclear Science and Technology Organization). Y las puntuaciones de cada subsistema del OPAL que iban llegando a los decisores finales marcaban rutinariamente 8, 9 y 10. En puntaje sumado, era predecible aplastar al resto.
Los australianos estaban alarmados. Víctimas de su política de transparencia y “de yapa” en un país tan ecologista, ¿iban a tener que comprarle su mayor obra de tecnología nuclear situada, para más inri, en Lucas Heights —un equivalente en Sydney a nuestros bosques de Palermo porteños— a un inminente estado fracasado?
Los australianos apretaron las muelas y en lugar de declarar desierta la compulsa y volver a fojas cero, le metieron para adelante.
Y entonces Claudia Schiffer sonrió y dijo que sí.
Ganó INVAP.
Señal que cabalgamos.
Hubo furia en el ambiente nuclear y antinuclear, que a veces se conectan de modos impensables. Greenpeace organizó en Australia un concurso para ponerle un nombre terrorífico al nuevo reactor: ganó “Chernobyl Heights”. El gobierno siguiente, visto el buen desempeño de la planta, le puso el nombre de la piedra semipreciosa más exportada por los australianos: OPAL.
Sin comentarios.
Aquí, la citada multinacional de la ecología logró que un importante conjunto de figuras políticas dijera públicamente que la única causa por la que una empresita estatal argentina tan mínima hubiera podido ganar una obra tan grande contra competidores tan superiores era por el compromiso secreto argentino de quedarse con los residuos nucleares generados por “Chernobyl Heights”. Pensamiento de colonizado en estado puro.
Era tan secreto el compromiso que no había prueba de éste mismo en ningún papel, pero, simultáneamente, varios grupos, que desde los 80 viven de asustar a los vecinos de Ezeiza con un Chernobyl local, afirmaron que era allí donde se consumaría el crimen. Los menos delirantes limitaban su augurio a que en el Centro Atómico Ezeiza (CAE) se reprocesarían los combustibles quemados de Australia, mientras los más draconianos vaticinaban que allí se les daría repositorio definitivo.
Simultáneamente, en Francia hubo piquetes con señoritas disfrazadas de esqueleto para cortar los caminos que llevan a las plantas de reprocesamiento de La Hague, “de modo que no llegara la basura nuclear argentina”. Con las miles de toneladas de combustible quemado que se reprocesan en esos sitios desde hace décadas, el escaso aporte de un reactorcito de 20 megavatios no califica como nota al pie. Pero, además, las encantadoras osamentas francesas que cerraban las rutas debían esperar al menos dos décadas en la barricada, bajo la lluvia, hasta que Australia mandara un primer lote “ya enfriado”… si lo hacía.
La utilidad de las movilizaciones era más inmediata: que el tema apareciera en los noticieros de Australia y la Argentina. Había que ensuciar y castigar a INVAP y al ANSTO simultáneamente. ¿Qué es eso de venir a triunfar en el Primer Mundo? ¿Qué es eso de comprarle a los sudacas?
Aquel contrato, a todo esto, no dice nada respecto del combustible. En los 90 se entendía que fuera de Francia e Inglaterra (veteranos ya en el negocio de reprocesar el material quemado de otros países y devolverles los residuos vitrificados), el destino final de los desechos radioactivos de cada país es responsabilidad de quien los generó, punto. Qué hará Australia cuando el OPAL haya juntado 40 o 50 años de combustible irradiado es tema de Australia. Pero si lo quieren reprocesar o simplemente vitrificar, hoy, además de Francia e Inglaterra, tienen tres o cuatro proveedores posibles, todos más a tiro del Pacífico. Por mandato Constitucional, nuestro país no está dentro de este negocio.
El estado argentino, entretanto, no colapsó, la economía argentina resucitó y a medida que el OPAL se iba fabricando pieza a pieza en Bariloche y la obra se iba ensamblando en Sydney, los gritones aquí y allá cambiaban de tema o se alejaban silbando bajito. Era inevitable recordar aquella frase de don Quijote a su escudero: “Ladran, Sancho… señal de que cabalgamos”.
Hoy, el OPAL es el mejor reactor multipropósito del mundo y no hay mucho que añadir. Estuvo a punto de dejar de serlo cuando INVAP ganó la licitación de Petten, Holanda, en 2008, para construir una planta capaz de abastecer por sí sola a dos tercios del mercado mundial de radioisótopos médicos e industriales. Pero entonces quebró Lehman Brothers y los dueños de la verdad en economía, los bancos de inversión, debieron ser rescatados por los Estados. Holanda se quedó sin un euro para proyectos, y la obra de Petten jamás arrancó, para mal de millones de enfermos cardíacos y oncológicos en buena parte del hemisferio Norte.
A partir de 2006, con el OPAL inaugurado y luego de tantos “casi milagros”, sucedió el último y más difícil: a INVAP la descubrió el Estado argentino. La todavía pequeña empresa barilochense se había vuelto el referente nacional en emprendimientos de alta tecnología (ingeniería petrolífera, radares civiles y militares, satélites de observación terrestre y de comunicaciones, televisión abierta, energía eólica, medicina nuclear, aviones no tripulados o “drones”, etc). Era imposible no verla: uno se tropezaba con ella. El Estado finalmente descubrió al Estado.
Lejos de “tener la vaca atada”, su diversificación actual pone a la empresa barilochense en, al menos, una zona de riesgo. Si los grandes fabricantes nucleares heridos en el honor (y el bolsillo) son fieras de cuidado, no se quiera ver el daño que pueden infligir los fabricantes de armas. Y un drone, tanto como un radar 3D, califica como tecnología dual.
Ahora te llaman Margot
El camino de INVAP hacia el éxito internacional empezó en Argentina, con un primer reactor construido para la CNEA: es el RA-6 en San Carlos de Bariloche, Río Negro, a principios de los 80.
Esta obra como “vidriera” y una tenaz decisión de exportar, pese al contexto cambiario y crediticio adversos, hicieron de la empresa un contendiente mundial durante los 90.
Fue mientras iba alcanzando esa nueva posición que a mediados de los 90 INVAP construyó el RA-8 en Pilcaniyeu (en la misma provincia y también para la CNEA).
Éste fue su segundo reactor en territorio propio y un banco de pruebas para los combustibles del proyecto tecnológico más ambicioso del país: la futura central de potencia CAREM, hoy en sus primeras fases de construcción en el mismo predio que las centrales Atucha I y II.
La buena ingeniería, la puntualidad y los bajos costos de construcción del RA-6 decidieron que la CNEA le diera a INVAP la responsabilidad de montar los reactores RP-0 y el RP-10, diseñados por la CNEA para Perú. El RP-10, una planta de fabricación de radionucleídos de 10 megavatios de potencia, está en Huarangal, Perú, no muy lejos de Lima. Allí y entonces, a comienzos de los 80, y como contratista de la CNEA, INVAP recibió su bautismo como exportadora de tecnología atómica.
El RA-6, en suma, fue una de las mejores inversiones que el país hizo sobre sí mismo: a tres décadas de construido, sigue siendo la escuela de nuestros futuros ingenieros atómicos y costó 80 millones de dólares, que se recuperaron rápida y sobradamente en Perú. Pero las exportaciones que siguieron (Argelia, Egipto y Australia) sumarían más de 700 millones de dólares, a valores actualizados, y jamás habrían sido posibles sin aquel trampolín hacia el mundo.
Desde 1988 a la fecha, las principales firmas del mercado nuclear mundial compitieron por la licitación de cuatro reactores de investigación: fueron la del NUR de Argelia (obtenida por INVAP en 1987, para desconcierto de Francia, tan segura de ganar). La siguiente fue la del ETRR-2 de Inshas, Egipto, en las afueras del Cairo: otro gol para INVAP, y la primera —pero no última— vez en que la PyME barilochense fue elegida para sustituir un viejo reactor inglés inaugurado en los 50.
Si se tiene en cuenta “el reactor que no fue” (Petten, Holanda), es la tercera vez que la Argentina es elegida para reemplazar un fierro made in Britain que se puso crítico cuando aquel país todavía era una potencia industrial planetaria. Como medida de su retroceso en ramas pacíficas de la ingeniería nuclear, hoy Gran Bretaña ni siquiera concursa en esas compulsas. La cuarta licitación fue la del TRIGA de Tailandia (que ganó un competidor estadounidense), siguió la del OPAL de Australia (segunda sustitución de una vieja planta británica), y luego Petten, Holanda (tercera sustitución, casi)… ¿y ahora Arabia Saudita? Fuera del enigma saudí, (comunicado por la empresa al webzine rionegrino ADN pero sin que la noticia fuera tomada por la prensa gráfica de media o gran tirada, o llegara a los medios de aire o cable), el balance de la incursión nuclear criolla en el mercado mundial da tres plantas construidas, otra ganada y suspendida, una posible a espera de confirmación oficial, y una única derrota.
Hay que contar dos reactores más: el RA-10 de la CNEA, que reemplazará al ya veterano RA-3 de Ezeiza y a su equivalente en Brasil.
Efectivamente, la CNEA va a dotarse de una planta multipropósito bastante potente —el reactor RA-10, de 30 megavatios— a completar en 2018, al costo de 300 millones de dólares. Va a ser parecido al OPAL de Sydney, pero de 30 megavatios (un 50% más potente) y dotado de un “loop” de alta presión (100 atmósferas) para testeo de combustibles nucleares. Si el OPAL es el Rolls Royce de la industria, el RA-10 es aún más sofisticado: casi, como quien dice, un “Opalón”.
Luego de buscar un entendimiento con Francia (y toparse con una pared de imposiciones) Brasil decidió en 2010 que el Mercosur también existe. Por ende, la CNEN, el equivalente brasileño de la CNEA, buscó en la Argentina un arreglo más justo. Se llevará de aquí la ingeniería básica y de detalle e INVAP podría estar a cargo de la construcción de ambos aparatos.
Con el desabastecimiento mundial de tecnecio 99m, que se mantendrá hasta mediados de la próxima década, cada uno de estos reactores Mercosur podría capturar por sí solo el 20% del mercado planetario. Hagan lo que hagan los brasileños, el RA-10 podría pagar su propio precio de 300 millones de dólares con los siete u ocho primeros meses de producción.
Esperamos saber más de Arabia Saudita en la próxima edición. INVAP creció y creció. Ha cambiado de suerte. Ya no es más mi Margarita, ahora la llaman Margot.
¿Conclusiones? Ser el number one del mercado de reactores prestigia al país, aunque a la larga no da para vivir: es un nicho con poco movimiento, algo así como vender cetros para monarcas: trabajo bien pago, pero pocas coronaciones.
¿Conclusiones de las conclusiones? Habría que hacer dos cosas: escalar al mundo mucho más rumboso y adinerado de las centrales nucleares, que es lo que está haciendo la CNEA, que retomó el CAREM como proyecto de bandera. La otra es diversificarse, volver a INVAP una marca mundial que signifique “tecnología argentina buenísima”. Una marca que genere la confianza casi irracional con que un fabricante aeronáutico le pone a su avión turbinas Rolls Royce. ¿Es acaso siquiera imaginable que Rolls pueda hacer algo malo, o siquiera mediocre?
Los que hacen scrambling, escalada técnica a pulso, sin cuerdas, clavos ni mosquetones, saben que cuando están en una pared vertical y la roca se pone difícil, el modo de salir vivo es para los costados o para arriba.
Escalar y diversificarse. Es lo que está haciendo INVAP.
¡Felicidades y admiración! Un abrazo a toooooooodos los del Instituto Balseiro y mis mejores deseos para todos en INVAP
somos capaces pero no nos dejan mas los ineptos de adentro que los de afuera
INVAP una empresa orgullosamente argentina, exitosa, pero ninguneada por los medios monopólicos que siempre prefieren los de » afuera» como mejor!!!! Hay que seguir poniendo el hombro, este país y sus científicos dan para mucho mas.