Cuidate, querete

09-fotos-edicion-impresaPor Sebastián Scigliano. U-238 #15 Enero 2015

La paranoia por una conflagración nuclear durante la llamada Guerra Fría estuvo acompañada por una industria por entonces razonable pero, también, excéntrica: la construcción de refugios nucleares. Desde entonces, las nobles guaridas destinadas a proteger a la humanidad de ella misma han tenido destinos de los más disímiles, algunos ciertamente sorprendentes.

La posibilidad de una confrontación nuclear entre las potencias del mundo le quitó el sueño durante décadas tanto a expertos como a incautos. En efecto, la proliferación de artefactos nucleares que se produjo luego de que Estados Unidos iniciara esa carrera con los ataques a Hiroshima y Nagasaki más de una vez estuvo a punto de convertirse en la plataforma de confrontación entre potencias rivales, con consecuencias inimaginables para la humanidad. No obstante la seriedad del caso, el absurdo también fue capaz de darse maña para ponerle a esa escena terrorífica una eventual mueca de humor e ironía. Si Stanley Kubrick lo hizo posible, en la ficción, en su célebre Dr. Insólito, fue gracias a que la realidad paranoide de los días de la Guerra Fría volvía perfectamente posibles sus ilusiones más estrambóticas. Una de ellas, la de cómo salvarse del desastre, encontró en los refugios nucleares el Alfa y el Omega de su consumación. En cuestión de años, buena parte del mundo civilizado se regó de esos búnkeres como si se tratara de la última moda. Los hubo más y menos sofisticados, más y menos secretos, y también fueron protagonistas de algunas historias que, con los años, llaman más a la risa que a la consternación.

Todos vamos a morir

Albania es uno de los países más pobres de Europa. Enclavado en la zona más caliente del continente, sus fronteras la separan de Montenegro, Kosovo (con quien muchos albaneses anhelan formar una sola nación), Macedonia y Grecia. Finalizada la Segunda Guerra Mundial, el Partido Comunista Albanés tomó el control del gobierno y su figura más importante, el excéntrico Enver Hoxha, que había participado de la resistencia a los nazis, se convirtió en el líder del partido y del país durante cuatro décadas. La fragilidad política y económica de Albania, su ubicación estratégica en el mapa y el particular entusiasmo de Hoxha por las teorías conspirativas hicieron que el temor por un ataque con armas nucleares fuera particularmente sensible en ese pequeño y convulsionado país balcánico. El combo hizo que, con los años, Albania detentara el curioso orgullo de ser el país con más refugios nucleares del mundo. Durante sus años al frente de la Nación, Hoxha hizo construir unos 750 mil refugios nucleares, lo que en un país de las dimensiones de Albania supone la friolera de 24 búnkeres por kilómetro cuadrado, o uno por cada cuatro albaneses.

Cuenta la leyenda que, para comprobar la eficacia de los refugios, Hoxha ordenó al ingeniero que los diseñó guarecerse dentro de uno de ellos mientras mandaba bombardearlo desde la distancia. Por suerte para él, el ingeniero sobrevivió, lo que convenció al líder para llenar todas las ciudades, campos y rincones de la costa de estas peculiares construcciones. Una inversión descomunal para la empobrecida economía albanesa.

Tras la caída del muro y la disipación de la paranoia, los refugios albaneses cayeron en desgracia y encontraron otros destinos, a veces mejores, otras veces no tanto. Durante años, después de su muerte en 1985, nadie tocó los búnkers de Hoxha. Hasta que, durante la guerra de Kosovo, algunas de las bombas serbias destinadas a ese otro pequeño y malogrado país cayeron en territorio albanés y, ocasionalmente, sobre un refugio. El resultado: se caían como si estuvieran hechos de cristal. A la indignación inicial le siguió la decepción y, luego, el dilema de qué hacer con los refugios que no refugiaban nada.

Allí comenzó la “segunda vida de los búnkers”, una vida civil, por decirlo de alguna manera. La gente dejó de respetarlos. Se transformaron en casas precarias e improvisadas, en pequeños comercios o, eventualmente, en extrañas atracciones turísticas, por ejemplo, los que estaban sobre la playa que, según cuentan, no son de las más atractivas del Adriático. En el viejo barrio de la jerarquía comunista en Tirana, capital de Albania, estaban los refugios más grandes y mejor construidos, que hoy sirven como bares y discotecas de una zona que se ha convertido a la movida nocturna.

Pero acaso el destino más curioso y, por qué no, más edificante de los célebres búnkeres albaneses sea uno de los menos pensados por la paranoide lucidez del Hoxha: es una tradición entre los jóvenes de ese país usar los refugios para debutar sexualmente. Intimidad, no les falta.

En el centro de Tirana hay otro búnker: una gran pirámide erigida por Pranvera, la sobrina de Hoxha, cuando éste murió. El gobierno albanés quería hacer en ella su tumba y convertirlo en lugar de peregrinaje para los colegios, el ejército y los trabajadores. Pero la pirámide está vacía y repleta de grafitis. Los más atrevidos practican skate sobre sus muros.

Para seguros, los suizos

Qué duda cabe: si de seguridad se trata, pensar en Suiza, ese pequeño país en el medio de los Alpes que ha hecho de la confianza, la discreción y de las pocas preguntas su marca de agua. Y como el hábito hace al monje, no podía esperarse menos de la seguridad que el país de los relojes y las cuentas bancarias con nombres ingeniosos les brinda a sus propios ciudadanos. Sin ir más lejos, en Suiza hay tanto refugios nucleares como para albergar a…toda la población del país. Y más también.

En efecto, Suiza es el país del mundo que mayor inversión pública destina a garantizar la seguridad de sus ciudadanos, cerca del 20% del presupuesto nacional. De hecho, esa inversión es una exigencia de las leyes del país. “Todos los habitantes deben disponer de un sitio protegido al que puedan llegar rápidamente desde sus casas” y “los propietarios de inmuebles deben construir y equipar refugios adecuados en todos los nuevos edificios habitables”, rezan los artículos 45 y 46 de la Ley federal sobre la protección de la población y la protección civil. Es por esta razón que existe un refugio antiatómico en la mayor parte de los edificios construidos a partir de los años 60. La primera reglamentación en este sentido data del 4 de octubre de 1963. En 2006 existían en Suiza 300 mil refugios repartidos entre casas, escuelas y hospitales, a los que se suman 5100 refugios públicos. La suma de todas sus capacidades equivale a 8,6 millones de puestos disponibles, es decir ¡el 114% de la población! Dicho de otra manera, en los refugios nucleares suizos puede protegerse a toda la población helvética e incluso a la totalidad de los habitantes de una ciudad promedio, por ejemplo, Milán.

Sólo Suecia y Finlandia pueden competir con Suiza en la materia. Pero con una cobertura que llega a los 7,2 millones en el primer caso y a 3,4 en el segundo, lo que representa el 81%  y el 70% de sus respectivas poblaciones. Apenas podrían aspirar a competir dignamente con el indiscutido campeón helvético.

Otro dato curioso: durante mucho tiempo, Suiza también pudo vanagloriarse de tener el mayor refugio civil del mundo: las galerías del Sonnenberg, en Lucerna, un espacio en el que podían guarecerse hasta 20 mil personas a la vez. En las siete plantas que componían este refugio, inaugurado en 1976, se encontraban un hospital con quirófano, un estudio de radio y un puesto de mando militar. Esta infraestructura fue desmantelada en 2006 porque, según los especialistas, ya presentaba muchas fallas. Por ejemplo, las puertas de 1,5 metros de grosor y 350 mil kilos de peso cerraban mal. Por otro lado, los responsables de esta construcción no tomaron en cuenta otros pormenores como los problemas psicológicos y logísticos asociados a semejante concentración humana bajo tierra.

Los culpables de todo

También, cómo no, tanto los Estados Unidos como la otrora Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas hicieron de la construcción de búnkeres anti hecatombe toda una industria. Y también algunos de ellos han tenido un destino, al menos, curioso.

Es el caso de uno de los refugios más célebres de Moscú, el que estaba construido bajo tierra, a 65 metros de profundidad, en el barrio de Tanganka. Hoy, es uno de los centros de esparcimiento más concurridos de la ciudad. El “búnker 42” data de 1956, seis años antes de la denominada “crisis de los misiles” y uno de los momentos más tensos de la Guerra Fría. Se construyó junto y en sustitución del conocido como “Búnker de Stalin”, un reducto de los años 40 que no había estado diseñado para contener un ataque nuclear.

Hoy, el viejo refugio se ha convertido en un moderno complejo que incluye restaurante, bar, karaoke, sala de reuniones y, claro, un museo alusivo: se puede acceder a una visita guiada por el interior de la construcción para comprobar cómo eran las condiciones de vida de los 2500 operarios ocupados de mantener en funcionamiento semejante mole; las salas de comunicaciones, las barracas de trabajo, la maquinaria de mantenimiento, todo se ha conservado tal cual fue en su momento.

El predio tiene en total 7 mil metros cuadrados en los que es posible hacer fiestas, cumpleaños, convenciones y hasta casamientos. La organización también ofrece la posibilidad de jugar partidos de paint ball —ese juego donde los participantes se disparan bolitas de plástico llenas de pintura— y hasta ofrece el lugar como locación para películas.

En el gran país del Norte también se cocieron habas. En 2006, durante una revisión rutinaria, empleados municipales descubrieron un refugio nuclear intacto bajo el mismísimo puente de Brooklyn. La instalación estaba oculta en la complicada estructura de arcos, bajo la rampa principal de entrada al puente en el Bajo Manhattan, en la orilla este del East River.

En su interior, se encontraron contenedores con equipos médicos, agua embotellada y 352 mil  cajas de galletas saladas, con la leyenda “galletas de supervivencia en situaciones de emergencia de defensa civil”. En las cajas había escritas dos fechas muy significativas: 1957, año en el que los soviéticos lanzaron el satélite Sputnik, y 1962, el año de la llamada “crisis de los misiles” entre Estados Unidos y Cuba.