Por Laura Cukierman. En U-238 Mayo 2013
En la localidad de Lima, provincia de Buenos Aires, y a espaldas del Río Paraná, asoma imponente el domo de contención de la Central Nuclear Atucha II la central nuclear argentina, símbolo indiscutible de los vaivenes que sufrió la política de energía nuclear a los largo de las últimas tres décadas. Hoy, reactivado el Plan de Energía Nuclear y con un gran impulso por parte del Estado para el desarrollo de una política científica y tecnológica, se convirtió en un autentico proyecto colectivo que une generaciones de técnicos y científicos dispuestos a saldar una deuda histórica en el sector energético.
Esta es la historia de un gran proyecto que se convirtió en símbolo y metáfora de los logros y frustraciones de la Argentina en el campo científico y tecnológico, y en el desarrollo mismo de un proyecto de país independiente. Es la historia de Atucha II, la central nuclear cuyo contrato se firmó en 1980 que debía estar terminada en 1987 y finalmente pudo concluirse su obra en septiembre de 2011, bajo el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Tuvo que padecer el desguace científico y tecnológico que significaron las políticas neoliberales profundizadas durante la década del noventa. Las mismas que promovieron un proyecto privatizador, un dramático recorte del presupuesto a la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) y la total paralización del Plan Nuclear Argentino desde 1994 hasta 2006, año que comienza a reactivarse, bajo el impulso de la presidencia de Néstor Kirchner.
Has recorrido un largo camino
La historia nuclear argentina tiene una larga trayectoria condicionada por los vaivenes de la coyuntura política y económica del país y por los distintos intereses en materia de política internacional. Comenzó con Atucha I, inaugurada en 1974 en la localidad de Lima, Provincia de Buenos Aires. Le siguió Embalse en la provincia de Córdoba en 1984 y finalmente Atucha II en 2011. Pero nada fue tan sencillo como parece mostrar la simple enumeración de los hechos. El desarrollo nuclear estuvo siempre sujeto a la ciclotimia de un Estado que por momentos ninguneó a su campo científico y, por otros, le dio tal impulso que lo colocó en el centro de la escena internacional.
De esta manera, la central nuclear Atucha I fue la primera instalación nuclear de América Latina destinada a la producción de energía eléctrica. Se inició en 1968 y su puesta en marcha se realizó en 1974 bajo la presidencia del General Perón, que ya había dado un gran impulso al desarrollo de la energía nuclear con la creación de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) en 1950. Eran los años en los que el interés por el desarrollo nuclear se reflejaba en políticas de Estado concretas, con el fin de impulsar una soberanía científica y tecnológica.
A partir de su puesta en marcha, Atucha I entregó una potencia de 357 MWe con una tensión de 220 kV al Sistema Argentino de Interconexión. La central nuclear colocó al país en el epicentro de la escena internacional. Nunca antes se había construido una central similar en toda la región. Un impulso más que significativo para apostar por nuevas centrales. Pero Atucha II tuvo un destino un poco más complejo.
Atucha II
La historia de Atucha II se inició hace 26 largos años. En 1979, el Estado nacional decide construir cuatro centrales de potencia como parte de su Plan Nuclear. Así, en 1980, la Comisión de Energía Atómica (CNEA) suscribió un contrato de provisión de equipos con la alemana Siemens (la misma empresa que construyó Atucha I). Las primeras obras comenzaron a mediados de 1981 y, para ello, el Estado decidió crear la Empresa Nuclear Argentina de Centrales Eléctricas (Enace), que sería la encargada de la construcción de la planta. El Estado participaba en un 75% en la sociedad y el restante 25% quedaba en manos de Siemens. La empresa aportaba el diseño y parte de la financiación. El proyecto avanzó con una inversión aproximada de US$ 3000 millones que llevaron la central a un nivel de terminación de un 80%. Pero hacia 1987 las obras se redujeron drásticamente y, aunque siguieron avanzando, lo hicieron de manera muy lenta.
Para mediados de los 90, ya habían quedado completamente abandonadas. El devastador ataque privatizador a las empresas del Estado arrasó también con el proyecto Atucha II. Fue precisamente en 1996 cuando el gobierno de Carlos Menem anunció la disolución de Enace. De un plantel de 120 personas que trabajaban en la compañía apenas quedó el 25%, que pasó a pertenecer a Nucleoeléctrica Argentina. Siemens se retiró del negocio y fue reemplazado por la francesa Framatone. La ciencia argentina comenzaba a vivir su década mas triste: postergada y ninguneada por el Estado, obligando a sus expertos a seguir sus carreras fuera del país, relegando planes y proyectos y reduciendo cualquier tipo de experimentación a la nada.
La reactivación
En agosto de 2006 el entonces presidente Néstor Kirchner impulsó la reactivación del Plan Nuclear Argentino. El crecimiento económico implicaba una mayor demanda del aumento de energía, tanto por el crecimiento del sector industrial como por el aumento del consumo doméstico. Era necesario volver a poner en marcha el Plan Nuclear. Y así se hizo, siguiendo algunos objetivos claros: el desarrollo de la energía nucleoeléctrica y las aplicaciones de la tecnología nuclear en la salud pública y la industria.
Pero este proyecto formaba parte de una estrategia aún más ambiciosa: recuperar el proyecto científico nacional. Fue así como se inició una nueva etapa, no sólo en el sector nuclear sino en todo el campo científico argentino, cuyo símbolo más concreto fue la creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología e Innovación Productiva (MINCYT), a cargo del Dr. Lino Barañao, el aumento del presupuesto destinado al área, los programas de repatriación de científicos argentinos y el claro interés por parte del Estado para el desarrollo de una ciencia autónoma con una activa participación de técnicos y científicos argentinos.
No era una tarea sencilla. El desafío era inmenso. El proyecto nuclear había sido desmantelado por completo y del sueño de Atucha II quedaba muy poco. El diseñador original del reactor, Kraftwerk Union (KWU), había desaparecido, las obras civiles habían avanzado, pero en las electromecánicas no se había hecho prácticamente nada y había toneladas de materiales almacenados sin un destino claro. Un bache de 20 años para la CNEA y el sistema nuclear, que se perdió de formar a una generación nueva de científicos y tecnólogos. Era necesario empezar casi desde cero con una estrategia clara: convocar a los especialistas que habían sido expulsados del campo científico y tecnológico, formar a jóvenes técnicos y profesionales, utilizar recursos propios. En síntesis, recuperar la capacidad nacional necesaria para encarar, con recursos del país, el diseño y construcción de las próximas centrales nucleares argentinas.
En términos simbólicos, esto significa todavía mucho más. Haber retomado la obra de Atucha II implicó reformular el proyecto de país alrededor de la producción de la energía propia. De esta manera, todas las entidades del sector nuclear argentino (CNEA, CONUAR, ENSI, Dioxitek e INVAP) colaboraron con Nucleoeléctrica, quien asumió el compromiso de concretar el proyecto. Además, casi toda la estructura se realizó con materiales locales y, en este aspecto, se destaca la participación de INVAP, quien realizó aportes de alta tecnología. Un proyecto nacional en todos sus aspectos y, sobre todo, un auténtico proyecto colectivo al servicio del desarrollo del país. De esta forma, en el periodo de máxima actividad de montaje, la obra de Atucha II ocupó a 6.900 personas en forma directa y se ejecutaron 47 millones de horas/hombre de trabajo nacional. La central aportará 745 megavatios de energía limpia al sistema interconectado nacional, lo que equivale al consumo de más de 3 millones de personas. Las centrales nucleares argentinas proveen casi el 7% de la energía eléctrica del país, y con la llegada de Atucha II esto se ampliará casi al 10%.
Resultados concretos, mucho más que números y porcentajes.
Atucha II es el ejemplo de un proyecto que quedó postergado y que logra encontrar, finalmente, las fuerzas necesarias para motorizarlo nuevamente y ponerlo en marcha. Habían pasado tres décadas de este símbolo de la postergación cuando a las 17:44 de la tarde del 28 de septiembre de 2011 la presidenta Cristina Fernández de Kirchner pulsó los dos botones que pusieron en funcionamiento la turbina y el ingreso de agua para el enfriamiento de Atucha II. “Vencimos no sólo las postergaciones en algo en lo que fuimos pioneros, sino que, además, estamos saldando una deuda”, expresó la presidenta en la localidad de Lima.
“Somos la generación del Bicentenario, la que está cubriendo todas las deudas históricas que se han creado por décadas de abandono o injerencia externa para que Argentina no tenga desarrollo nuclear”, concluyó aquella tarde. Y era cierto. Comenzaba una nueva etapa en la que se privilegiaron a los especialistas argentinos, los mismos que una década atrás habían sido ninguneados por el Estado y expulsados de la comunidad científica. Una etapa en la que también se integró a nuevos profesionales. Un proyecto que fue la comunión perfecta del trabajo colectivo. Un momento que entró definitivamente en la historia de la ciencia argentina.
Atucha II en números
- Entre octubre de 2006 y agosto de 2011 se invirtieron $10.200 millones, de los cuales el 88% han sido costos de mano de obra, suministros y contratos con proveedores nacionales.
- Se necesitaron 47 millones de horas hombre de trabajo
- La central tendrá una dotación de personal para operación permanente de 700 personas.
- Posee capacidad para dar energía eléctrica a toda la ciudad de Buenos Aires.
- Tanto el agua pesada como los elementos combustibles necesarios para la puesta en marcha y el funcionamiento de la Central son producidos en el país.
Una vida al servicio de un proyecto
El ingeniero Alfredo Fernández Franzini es una de las personas que más conoce el proyecto Atucha. Fue Director de la Central Nuclear Atucha I y Jefe de División del Sistema Primario y Operación General de Planta en Atucha II. Tuvo que alejarse cuando ya no quedaba mucho por hacer pero el destino, que a veces da revancha, lo volvió a poner cerca de Atucha II al reactivarse el Plan de Energía y con él, la puesta en marcha de la central.
¿Cómo es la experiencia de trabajar tanto en Atucha I como en Atucha II?
La experiencia de trabajar en las dos Atuchas es muy singular, ya que transcurrieron 19 años entre la fecha en que dejé la Gerencia de Atucha I, en febrero de 1988, y la fecha en que comencé a trabajar en el Proyecto Atucha II, en marzo de 2007. Además, en Atucha I yo trabajé en una central en operación; en Atucha II fue una central en construcción primero y en puesta en marcha ahora. La diferencia más significativa es que Atucha I fue un proyecto “llave en mano”, bajo control de Siemens, y Atucha II es un proyecto a cargo de una empresa de ingeniería llamada Empresa Nuclear Argentina de Centrales Electricas (ENACE) formada por Siemens-KWU en un 25% y por la CNEA en un 75%. Las condiciones de ambos contratos fueron muy diferentes. Atucha I era la primera central nuclear que la República Federal Alemana vendía al exterior y, para ganar la licitación, ofrecían muy buen precio y financiación. Para Atucha II sólo había dos proveedores de reactores de uranio natural y agua pesada: la canadiense Atomic Energy of Canada Limited (AECL) y Siemens–KWU. Mientras que AECL exigía la firma del Tratado de No Proliferación (TNP), Alemania sólo exigía poner Atucha II bajo salvaguardia de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA). Como en ese momento Argentina se negaba a firmar el TNP por considerarlo discriminatorio, la única opción posible era la oferta alemana. Por otra parte, la financiación alemana sólo cubría los componentes de ese origen, así que hubo que pagar un monto adicional por las licencias de los diseñadores para las empresas argentinas que los fabricaron. Para el resto del proyecto, la financiación saldría del presupuesto aprobado para el Plan Nuclear Argentino de 1979, que contemplaba la construcción de cinco centrales nucleares hasta 2000, más la Planta Industrial de Agua Pesada de Arroyito en Neuquén.
Atucha II es un símbolo de los procesos económicos y políticos que atravesó la política científica argentina. ¿Cómo fue vivir desde adentro esos cambios?
Yo viví el comienzo de los problemas del proyecto CNA II siendo Gerente de la CNA I, durante el gobierno de Alfonsín, entre 1984 y 1988. Debido a la presión de la deuda externa, no llegaban los fondos para pagar a los contratistas de la obra, quienes interrumpían el trabajo y comenzaban a computar gastos improductivos por el equipamiento que tenían en obra. Cuando llegaban los fondos asignados para continuar la obra, se iba casi todo en pagar dichos gastos y, por lo tanto, el avance de obra era mínimo. Luego de algunos años trabajando en empresas privadas para la industria petrolífera, fui contratado por ENACE y desde allí pude ver directamente el proceso privatizador de la década del 90, tanto en YPF y Gas del Estado como en las empresas estatales de electricidad. En esa época asistí como representante de ENACE a la comisión de energía de la UIA, donde se discutían las características de las leyes de marco regulatorio de la electricidad y el gas. Los modelos provenían de Inglaterra, vía Chile y asesores chilenos en la Fundación Mediterránea, que era la base ideológica de las reformas. En ese marco se formaron las empresas que agrupan a los distintos actores que operan bajo el control de CAMMESA (Compañía Administradora del Mercado Mayorista Eléctrico SA). Aún hoy sufrimos los problemas de desinversión como consecuencia de la ausencia del Estado durante tanto tiempo.
¿Cómo vivió la reactivación del Plan Nuclear? ¿Cuál fue su rol?
Lo viví como una gran alegría al ver que el gobierno decidía relanzar el Plan Nuclear. En esa época yo trabajaba para una empresa de ingeniería de Neuquén y pude convencer a los directivos de ir a ofrecer nuestros servicios a la Unidad de Gestión CNA II, a cargo de reiniciar las obras. A raíz de esos contactos, me ofrecieron trabajar para la UG y desde entonces he retomado el trabajo en mi vocación de la ingeniería nuclear.
Es muy interesante que el proyecto Atucha II permita el trabajo colectivo de nuevas generaciones con aquellos que tienen mayor experiencia. ¿Cómo lo vive usted?
Es una experiencia única y extremadamente satisfactoria y enriquecedora para la autoestima. Somos dos ex Gerentes de la CNA I que estamos trabajando en la UG CNAII y formamos parte de un gran grupo de profesionales jóvenes, a los que tratamos de ir transfiriendo nuestra experiencia técnica, pero por encima de todo, tratamos de transmitir una actitud ante la vida, que nosotros hemos aprendido de quienes fueron nuestros jefes cuando empezamos en la CNEA. En este sentido, deseo destacar la figura del ingeniero Jorge Oscar Cosentino quien, además de inculcarnos que una central es una unidad productiva que debe funcionar dentro de parámetros técnicos de seguridad las 24 horas de los 365 días, también daba el ejemplo del funcionario público cuya meta era defender los intereses del Estado que representaba.
¿Cuál es su balance hasta ahora de esta nueva etapa que vive Atucha II?
Muy positivo, ya que hemos tenido que hacernos cargo de un proyecto donde ya no está la presencia del fabricante y eso nos ha obligado a estudiar y comprender mucho más sobre las bases del diseño original y todas las modificaciones que hemos debido hacer para adaptarlo a las nuevas exigencias de seguridad. Todo eso ha servido para que ahora se cuente con un plantel técnico capaz de encarar sin problemas la construcción de la cuarta central.