Por Sebastián Scigliano. En U-238 # 22 Julio – Agosto 2016
Una docente de ciencias y un grupo de estudiantes fueguinos diseñaron una peculiar tabla periódica de los elementos a través de canciones e imágenes. Artómica, así su nombre, no sólo consiguió un inusual interés por la química por parte de estudiantes adolescentes por la química, sino que además fue reconocido internacionalmente como uno de los proyectos de enseñanza más innovadores del mundo.
“El cobre se oxida si llueve, en la tabla periódica su número atómico es el 29 / se encuentra en los cables, transportando electrones, si no lo sabías no te amontones / el cobre tiene un poder sin igual, es el tercer metal, es fundamental / el más utilizado a nivel mundial”, rapea, impostada como la de un dominicano un poco gansta pero también un poco nerd, la voz adolescente de un improbable científico cantor. No, no es una versión actualizada del célebre Teorema de Thales que inmortalizara Les Luthiers, aunque podría serlo, tranquilamente. Es sólo una de las 118 piezas musicales que ilustran, junto a las imágenes correspondientes, el proyecto Artómico, una iniciativa de una docente y un grupo de estudiantes fueguinos que se propusieron representar la tabla periódica de los elementos de un modo singular: a través del arte.
“Yo había empezado a dar clases en la Escuela Polivalente de Arte de Ushuaia y la única materia de ciencias que tenían los chicos era química, así que no estaban muy interesados en eso”, recuerda Irina Busowsky, mentora del proyecto. “Habían estado mucho tiempo sin profe, porque fue un año en el que además había habido muchos paros en la provincia. El tema que se me venía era la tabla periódica y, como había algunos chicos que estudiaban música y otros artes visuales, se me ocurrió diseñar esta tabla”. Y se pusieron, pues, manos a la obra. Así nació una iniciativa innovadora, que involucró a docentes y alumnos de un modo muy peculiar: “cuando quería dar temas de química, tenía a los chicos en cualquier cosa, descalzos en el aula, porque eran medio hippies todos, o mirando el celular”, confiesa el alma mater de Artómica. “A veces es difícil llevar a la ciencia dura el arte, pero en realidad la química está en todo lo que nos rodea, y eso es lo que quería que entiendan. El número atómico del oxígeno no les va a servir para nada, pero sí saber que hay oxígeno en el aire que respiran. Y creativamente eran muy buenos, así que sólo tuve de dejarlos, sin meterme mucho. Solamente, hice un poco de rap en algún tema en el que me dejaron”.
Sí demuestra interés
Presos, muchas veces, de las currículas un tanto estancadas y de los mitos sobre los intereses o apatías de sus alumnos adolescentes, muchos docentes de escuela media suelen sucumbir al tedio de la formalidad de “dar clase” en virtud de la cual, amén de cumplir con el trámite, ni ellos enseñan ni sus alumnos aprenden. No es este el caso de esta particular Licenciada en Biotecnología y entusiasta del aula. “La verdad es que no tenía muchas herramientas para hacerlo, así que decidí confiar en los chicos, que sí sabían de música y de arte”, cuenta Irina. “Empecé por dividir los 118 elementos entre los 25 chicos y que cada uno propusiera una imagen o una música. Para eso, antes hicimos una investigación sobre todos los elementos y de ahí cada uno sacó lo que le interesaba para trabajar: la historia, la utilidad o en dónde se encuentra en la naturaleza un elemento químico. Una vez que tuvimos todo hecho, la gente de Conectar Igualdad de ese momento nos ayudó a armar la web en la que se presenta la tabla”. Y así, como el cobre tiene su rap, el xenon tiene su balada pop, que celebra que, cuando se lo excita con una descarga eléctrica, brilla con una hermosa luz azul. Y lo mismo para el resto de los elementos de la tabla periódica, explicados al ritmo de la cumbia, el tango o la zamba.
Como era de esperar, la iniciativa causó rápida repercusión, lo que llevó a Artómico y a su impulsora a un encuentro de docentes innovadores, en Barcelona, y hasta el mítico MIT de Boston, en el que Irina pudo explicar de qué se trataba su aventura. “Se sorprenden de que con cosas simples, música y arte, hagamos estas cosas. Y también de que no se quiera siempre sacar lucro de algo, ni cuando vino Microsoft a decirnos que era el proyecto más innovador de América Latina. Cuando lo presentamos, no podían creer cómo los chicos habían desarrollado la creatividad para hablar de química”, recuerda.
En el camino, claro, hubo buenas y malas: tanto la colaboración de la comunidad que rodea a la escuela como las trabas burocráticas que hicieron de cada paso, a veces, una epopeya. “En el polivalente muchos profes se engancharon y me ayudaron, por ejemplo, dándole espacio al proyecto en sus propias clases. La verdad que trabajar en un proyecto educativo que sale de la escuela, que involucra a las familias, que tiene repercusiones, en un punto se vuelve muy cansador, porque todas las autoridades que deberían alentar estos proyectos que le hacen bien a la comunidad son bien deficientes. Desde los ministerios hasta las autoridades provinciales te ponen trabas y es agotador. Creo que hay muchos docentes con buenas ideas, pero que se quedan en el camino por estas cosas. Logré que mis alumnos puedan viajar a Tecnópolis, pero fue muy complicado, me tuve que hacer cargo de un montón de cosas que terminan sacándote del foco de lo que estás haciendo”, protesta Irina.
Sin embargo, también las satisfacciones vienen en grande, y no por el tamaño de los premios, sino por lo que representan. “Era más simple darles las tabla periódica, que sale tres pesos, y que aprendan lo que puedan, pero no me puedo conformar con eso. Y eso tiene su premio. Me ha pasado de chicos que habían dejado la escuela , pero que sólo volvían para terminar el trabajo de la tabla con sus compañeros. Ese tipo de cosas no tiene precio para la comunidad que rodea y sostiene a la escuela”.
Mirar para adelante
Artómica fue el primero de su tipo, pero no el único. El impulso que le dio su primera experiencia animó a Irina Busowsky a seguir apostando a la creatividad de sus estudiantes. “Ahora estoy con otro proyecto que se llama Testcoholemia, que es una aplicación de teléfonos celulares para prevenir el consumo de alcohol, que entre los adolescentes fueguinos es un problema bastante grave y que además causa muchos accidentes de tránsito en la provincia”. Para ello, comprometió otra vez a un grupo de estudiantes secundarios para que diseñen y lleven adelante el proyecto, con su supervisión. “Uno de los chicos de la escuela en la que trabajo ahora aprendió a programar y desarrolló la aplicación. Y hay unos cien chicos más que se sumaron a llevar adelante el proyecto, haciendo lo que les interesa, por ejemplo, acompañando a las víctimas de accidentes de tránsito”, detalla Irina. Otra vez, la iniciativa la está llevando a presentar sus alcances a otros profesores, aunque otra vez los inconvenientes se repiten: “Ahora viajo con el chico que diseñó la aplicación sobre alcoholemia, que aprendió a programar para la escuela, una aplicación que no existe en ningún lado y que puso a trabajar a 100 chicos en prevención.
Lo estoy llevando a una jornada para que él explique lo que hizo y todavía estoy luchando para conseguir tres pasajes de avión. A veces pienso para qué sigo, pero después lo veo a mis alumnos comprometidos y me entusiasmo. Cuando los veo cantar temas sobre el helio, por ejemplo, me dan ganas de seguir”.
El secreto, tal vez, esté en cambiar obligación por diversión, sin que ello suponga dejar de enseñar y aprender, sino más bien todo lo contrario. Tal cual lo explica la propia Irina, “el secreto está en hacer las cosas con placer. Los chicos van a aprender, así que es el docente el que tiene que cambiar y adaptarse para que eso pase. Todos los chicos son distintos y no se puede pensar que se les puede enseñar a todos igual. El proyecto funcionó porque yo les pregunté qué les interesaba a ellos, esa es la clave, escuchar lo que los chicos tienen para decir”.