Por Sebastián Scigliano. En U-238 # 23 Septiembre – Octubre 2016
Ciencia nuclear. Energía, radiactividad y explosiones en la era atómica, de reciente aparición en la colección Ciencia que ladra, se las arregla para hacer de la rigurosa investigación atómica un atractivo viaje por lo fascinante y lo descomunal de los fenómenos asociados a ella.
Un par de trabajadores de un reactor nuclear en Suecia detectan niveles poco usuales de contaminación en su ropa. Sin embargo, no es de la planta en la que ellos trabajan de donde viene la anomalía —que no aparenta tener ninguna falla—, sino del viento. Del viento que trae los vestigios del accidente de Chernobyl, que acaba de ocurrir a miles de kilómetros de allí.
Como no saben ya qué hacer para descubrir lo que los desvela, hacen lo imposible: se “suben” a una montaña de toneladas de mineral donada por el gobierno austríaco —que no tenía dónde guardarla, por cierto— para identificar ese material que les quita el sueño, a ella en especial. Así, luego de lidiar con esa mole de chatarra, el matrimonio Curie y, especialmente Marie, descubren el polonio, eso que queda al final de un montón de mutaciones de varios elementos radiactivos y que les vale el Nobel y la gloria.
De muchas de estas asperezas y proezas se nutre Ciencia nuclear. Energía, radiactividad y explosiones en la era atómica, el libro que el Doctor en Química Diego Ruiz acaba de publicar en la ya célebre colección Ciencia que ladra, editada por Siglo XXI. “Lo que fascina de lo nuclear son las magnitudes”, confiesa. “Desde lo inconmensurable de la energía que se puede producir, de la que las bombas son una muestra lamentable pero clara, hasta el hecho de que, finalmente, todo eso está producido por lo que pasa adentro de los átomos, lo más pequeño que podemos pensar y que no se puede ni siquiera ver”. En efecto, el libro es una amena y seductora travesía por la investigación en el campo atómico y nuclear producida durante el último siglo, una tarea que, como el propio Ruiz afirma, cambió la historia de la humanidad.
Ciencia nuclear es una historia, también, de los héroes y las heroínas de ese camino, de sus desvelos, del uso y de las consecuencias de los resultados que obtuvieron y de lo que eso significó tanto para la ciencia como para el desarrollo de la humanidad durante las últimas décadas. “En general, no hay tecnología buena o mala, sino que lo bueno o lo malo es lo que se haga con ella. Igual que las palabras, que uno puede usar para describir algo o para herir. En esta temática puntual, me parece importante destacar eso de que la intención está, es un partícipe necesario del desarrollo, más allá de que esa intención sea buena o mala”.
Es la ciencia, estúpido
El trabajo de Diego Ruiz tiene un mérito que es el de no ser moralizante. Cada hallazgo científico está puesto en contexto y, por lo tanto, se conecta con el campo de fuerzas que lo orienta, lo potencia o lo detiene. Para lograr ese efecto no se priva de hacer equilibrio entre la fascinación y el espanto frente a los acontecimientos nucleares, muchas veces, asociados con la calamidad. Y esto se revela en varios pasajes del libro, como cuando describe la escena de la primera prueba con una bomba nuclear, poco menos de un mes antes de las detonaciones en Hiroshima y Nagasaki, y las reacciones de quienes presenciaron el evento: Robert Oppenheimer, recitando una especie de apocalipsis del Bhagavad Gita, el libro sagrado de los hindúes, cuando ve ascender el hongo es una muestra de esa ambivalencia que el libro se esmera por detectar, pero no juzgar. “La idea del libro es proyectar las aplicaciones en general de la energía nuclear. Respecto de los pros y los contras, si bien uno puede llegar a tener una posición, no intento que el lector la asuma directamente, sino introducirlo en la problemática, que la conozca y que en base a eso saque sus propias conclusiones. Porque siempre las posiciones son un ‘me parece’, algo subjetivo”, aclara el auto, y agrega: “En lo que es tecnología en general, no solamente la atómica, el componente militar o bélico para el desarrollo de esa tecnología es una constante. En química, el desarrollo de polímeros, de plásticos, que usamos a diario ha tenido orígenes militares, por ejemplo. Eso no quiere decir que uno la avale, pero la realidad es que eso ha permitido el avance en tiempos mucho más breves para los normales en el caso de algunas tecnologías. Eso incluye a lo nuclear. Si no hubiese sido por la segunda guerra y la amenaza de esa hipotética bomba que estaban desarrollando los alemanes, quizás no se hubiese desarrollado todo eso. El proyecto Manhattan —nombre con el que se conoce al desarrollo de las primeras bombas nucleares en Estados Unidos— sigue siendo, hoy en día, el segundo o tercer proyecto más costoso de la historia de la humanidad, por ejemplo”.
No muerde
Pero además de los descubrimientos, sus protagonistas, sus historias y sus consecuencias, el libro de Ruiz es un libro que “explica” la ciencia, es decir, un libro de divulgación, de esos a los que Ciencia que ladra tiene ya acostumbrados a sus lectores. Y es un trabajo científico respecto de un fenómeno mucho más habitual de lo que parece, lo que fue uno de los puntos de partida que motivaron al a autor a escribir sobre él. “Lo que explica el libro es parte de nuestra realidad cotidiana, la de todo el mundo, no sólo la de la comunidad científica, porque todo el tiempo tenemos contacto cotidiano con fenómenos radiactivos, obviamente, en dosis pequeñas, porque eso es parte de la naturaleza. Por otro lado, un componente importante de la generación de energía en buena parte del mundo es la energía nuclear, y justamente un aporte importante para lo que es la diversificación de la matriz energética es aprovechar sus potencialidades”, explica el autor.
Ciencia nuclear se las arregla para hacer de algo, en apariencia, muy complejo para el lego, un inventario sencillo de los principales fenómenos atómicos, de su cotidianeidad, pero también de su enormidad, que vuelve relativa cualquier escala. Por ejemplo, el hecho de que algunos elementos sean considerados “inestables”, más allá de que el ciclo de esa inestabilidad se mida en decenas de miles de años. También es cierto que la fascinación que lo nuclear produce en el público más o menos desprevenido le da un margen para que esos lectores le tengan paciencia a explicaciones que no pueden ser sencillas pero que, asociadas a zonas de interés y con buenas dosis de simpatía, se digieran con más facilidad. Ese equilibrio entre lo riguroso y lo ameno es algo con lo que, cada vez más, los divulgadores científicos se familiarizan para desarrollar su actividad. “En general soy muy lector de la divulgación”, confiesa Ruiz, “y siempre se destacan ese tipo de textos que son muy fáciles de leer y que te meten cosas que no son habituales en un libro de ciencia, que te sacan de los lugares clásicos a los que te llevan. Siempre me gustó. Y esta colección es perfecta para eso. Parte del ‘requisito’ de la colección es ese, la referencia a la cultura popular, al cine, a la música, para que el texto sea más ameno”. De hecho, todos los títulos y subtítulos del libro “se roban” alguna canción o algún tema popular para presentar los temas al lector, como que para describir la fisión del núcleo atómico se valga del nombre de un disco de Sumo, Divididos por la felicidad, o que se apele al célebre “todos unidos triunfaremos” de la Marcha Peronista para hablar del proceso contrario, la fusión. “Yo soy científico y hago investigación. Pero también me interesa explicar, hacer conocer lo que hacemos los científicos”, afirma Ruiz. “En general hay una doble visión sobre eso, pero el prejuicio es cada vez menor. Siempre se parte de querer explicar algo en forma lo más sencilla posible, simplificar, que no quiere decir perder el rigor. Si hay que poner todo el detalle de cada uno de los temas, se hace muy engorroso. En general se demuestra que se puede hacer un buen libro de ciencia sin que se pierda tanto del rigor. Yo soy docente de secundaria hace 20 años y, cuando explicás los temas más complejos, tenés que utilizar una palabra que por ahí no es la terminología adecuada para que se entienda, y eso no me parece un problema”, concluye.