Diego Hurtado, Secretario de Innovación y Transferencia UNSAM

Por Laura Cukierman. En U-238 Octubre/12.

La Argentina y su política de energía nuclear: un recorrido por sus diferentes etapas
Diego Hurtado es Doctor en Física (UBA), Director del Centro de Estudios de Historia de la Ciencia José Babini y secretario de Innovación y Trasferencia de Tecnología en UNSAM. Enseña, investiga y analiza los procesos de la historia de la ciencia argentina determinada por un entramado político, social y científico tecnológico. Es en este contexto en el que la Argentina ha elaborado una política de energía nuclear la cual atravesó diferentes etapas. Aquí, Hurtado analiza y define aquellos períodos en los que la energía nuclear argentina se ha situado en distintos lugares del campo científico internacional.

¿Cuáles fueron las etapas más importantes en el desarrollo de una política de energía nuclear en la Argentina?
Los períodos más interesantes se vinculan con la historia política argentina, entre otras razones, porque el desarrollo nuclear vehiculizó componentes cruciales de política nacional. La creación de la CNEA en 1950 durante el gobierno de Perón es un momento clave que va a dar al área nuclear rasgos originales. Este gobierno se esforzó por integrar el factor tecnológico a su programa de gobierno, como marca política del peronismo y como rasgo para ser asimilado a la identidad nacional. Otra etapa importante fueron los años sesenta, con figuras como Oscar Quihillalt, Jorge Sabato o Celso Papadópulos, para mencionar a los más visibles, que elaboraron una estrategia que supo mostrar que la tecnología era un problema político, cultural, organizativo y no sólo un problema de laboratorios. Es en ese momento que Sabato se transforma en un referente latinoamericano de política tecnológica. En paralelo el CONICET de esos años, por ejemplo, es un enclave de excelencia científica, pero sin dirección, sin comprensión del contexto, sin una elaboración de la función social del científico. Esta institución juega a que la ciencia es universal y los científicos “animales” desinteresados y curiosos. El resultado está a la vista.

¿El retorno a la democracia es una etapa importante de este proceso?
El gobierno de Alfonsín hereda un país devastado con una deuda externa impagable. En un contexto económico muy negativo, el desarrollo nuclear debió volver a jugar el juego de la democracia. De este período creo que hay que rescatar el impulso que dio Alfonsín a la colaboración nuclear con Brasil y los esfuerzos del tándem INVAP-Centro Atómico Bariloche por consolidar y diversificar una estructura industrial en Río Negro, “desprendiendo” de sus proyectos una pléyade de nuevas empresas. Es cierto que este primer intento fue barrido por la crisis de 1989, pero se trató de una experiencia que dejó un aprendizaje enorme, que luego pudo ser reutilizada. Recuerdo un artículo del New York Times de 1994 titulado “Nuclear Roots Grow Into an Argentine Silicon Valley” (“Raíces nucleares crecen en el Silicon Valley argentino”), que comparaba lo que ocurría en Bariloche con una versión en pequeño del Silicon Valley.

¿Cuáles fueron las etapas más críticas según tu perspectiva? ¿Hay una paradoja en nuestro país con respecto a las etapas de dictadura militar?
El desarrollo nuclear atravesó muchas etapas críticas. A mi juicio, las dictaduras dejaron diferentes “marcas” sobre el desarrollo nuclear. El ejemplo más complejo y traumático, que a mí me resulta muy difícil de analizar, es la última dictadura en el terreno nuclear. Por un lado, la CNEA padeció las políticas de terrorismo de Estado, con un saldo de 15 desaparecidos, además de numerosos encarcelamientos y despidos. Por otro lado, debió insertarse en la política económica que clausuró el modelo industrialista para reemplazarlo, con enormes costos sociales, por un modelo financiero desindustrializador y antiestatista que hizo estragos en el sector de las pequeñas y medianas empresas. En ese momento, las grandes obras públicas de la CNEA —Embalse, Atucha II, la planta de agua pesada de Arroyito, la planta de reprocesamiento de plutonio en Ezeiza, por ejemplo— durante la última dictadura fueron funcionales a la consolidación de un conjunto de grandes empresas oligopólicas beneficiadas por su cercanía al poder de facto y su capacidad de lobby en la arena de los capitales trasnacionales. Es por eso que se produce un desdoblamiento, porque en paralelo, muchos actores relevantes dentro de la CNEA conservan la ideología histórica y creen, aún en aquel contexto de desindustrialización, en el desarrollo de capacidades autónomas. No es casualidad que en un momento dramático como aquel nazca la empresa INVAP y se desarrolle, en secreto, la capacidad de enriquecimiento de uranio en las instalaciones de Bariloche y Pilcaniyeu. El presidente de la CNEA durante la dictadura, Carlos Castro Madero, encarnó este desdoblamiento y es la mejor representación de esta suerte de esquizofrenia institucional. Esto es lo que hace que su figura sea enormemente polémica y muy difícil de abordar.

¿Esta es la herencia que recibe el gobierno de Alfonsín?
Claro, Alfonsín heredó un plan nuclear totalmente sobredimensionado para un país azotado por una deuda externa impagable y una estructura productiva devastada. Sin embargo, a pesar de que muchas de las grandes obras nucleares debieron ser paralizadas, el gobierno de Alfonsín adoptó una posición autonomista que resistió presiones internacionales. También, durante ese período el área nuclear tuvo que hacer frente al primer movimiento de resistencia, cuando la CNEA hizo pública la realización de un estudio de prefactibilidad para la construcción de un repositorio de residuos nucleares en Gastre, que en realidad era un proyecto heredado de la última dictadura. Sabato, que había fallecido antes de la asunción de Alfonsín, había escrito en 1982 como legado para los años subsiguientes: “Pese a mi gran respeto por la competencia técnica de la CNEA, y por su seriedad y responsabilidad, me permito llamar la atención sobre el hecho de que en ningún país democrático se ha podido llegar hasta el momento a una decisión sobre lo que es un lugar seguro y una instalación segura para depositar los residuos nucleares”. Y sugería la necesidad de un debate social amplio del tema.

¿En el sector nuclear, la década del 90 significa una ruptura o una continuidad con la década anterior?
Creo que, por un lado, hay rupturas profundas a nivel de la política económica y de la política exterior que la acompaña. Por otro, hay continuidades en una escala sectorial, como consecuencia de una cultura nuclear activa que defiende un proyecto alternativo a la perspectiva neoliberal dominante. La política exterior del menemismo, conocida como “realismo periférico”, al poner como prioridad el alineamiento incondicional con Estados Unidos, entendía que cualquier desarrollo tecnológico sensible debía ser desactivado.

¿Qué quiere decir “desarrollo tecnológico sensible”?
Pregunta crucial. En el área nuclear, las llamadas “tecnologías sensibles” eran básicamente el enriquecimiento de uranio, el reprocesamiento de plutonio y la fabricación de agua pesada. Desde fines de los 60, el problema de la proliferación nuclear, que justificaba (y justifica) la rigurosa restricción de estas tecnologías, formaba parte de un núcleo inextricable con las ambiciones comerciales de los países exportadores de tecnología nuclear. Se trata de una construcción ideológica con fines de hegemonía tecnológica. Es decir, el supuesto miedo a las bombas atómicas periféricas va a ser perfectamente funcional a los intereses comerciales de las potencias nucleares. Alcanza con mirar lo que hoy ocurre con Irán para darse cuenta de que países como la Argentina nunca están muy lejos de transformarse en el próximo Irán si no saben manejar con habilidad sus políticas exteriores. La fabricación de escobas podría ser sensible si el mercado de escobas fuera codiciado por las potencias. El argumento sería que la intención oculta real es que queremos fabricar palos para lanzas. Está en la esencia del capitalismo. Aquello que es peligroso por su poder de manipulación, control, transformación constructiva o destructiva es justamente lo que la lógica de mercado define como costoso y codiciado, justamente por su capacidad de control transformador. Esto es la tecnología. Producir energía, industrializarse, incorporar valor agregado, significa también volverse peligroso: en el mercado y en la política, que son los territorios donde se juegan las relaciones de poder.

¿Cómo juegan las tecnologías sensibles en los años noventa?
Justamente, el alineamiento con Estados Unidos significaba desactivar las tecnologías sensibles. Y esta política exterior no era otra cosa que la contracara de una política económica que impulsó la “reforma estructural” del FMI. La desregulación de la economía, el “achicamiento del Estado”, la venta de las empresas públicas significaron para el área nuclear una reestructuración traumática. Si bien se pudo inaugurar en 1993 la planta de agua pesada en Neuquén, se decidió la paralización de muchas obras, como Atucha II o la ampliación del Complejo Tecnológico Pilcaniyeu. Por presiones de Estados Unidos se canceló definitivamente la planta de reprocesamiento de plutonio, que había hibernado entre 1983 y 1991 por falta de fondos. La operación de las dos centrales de potencia en funcionamiento, Atucha I y Embalse, pasó a depender de la empresa Nucleoeléctrica Argentina S.A., creada para ser privatizada. También se separaron de CNEA todas las actividades de regulación de la actividad nuclear en el país, creándose para tal fin la Autoridad Regulatoria Nuclear. La fragmentación y falta de rumbo caracterizan este momento.

¿Cuál fue el proyecto más importante que tuvo la Argentina? ¿Qué factores influyeron para realizarlo?
No puedo elegir uno. En la historia del desarrollo nuclear hay varios hitos muy importantes. La puesta a crítico del primer reactor de investigación, el 17 de enero de 1958, representa ya una singularidad temprana. Mientras el resto de los países de la periferia compraban sin excepción su primer reactor a empresas norteamericanas, el entonces presidente de la CNEA, Oscar Quihillalt decide que el primer reactor local y sus elementos combustibles se pueden fabricar en el país. Un cuarto de siglo más tarde, esta decisión en efecto cascada, era responsable de que la Argentina comenzara a exportar sus propios reactores de investigación. Desde otra perspectiva, la compra de la central de Atucha a la empresa alemana Siemens demostró la capacidad organizativa, de integración de competencias heterogéneas y la orientación política hacia la necesidad de autonomía tecnológica —entendida como la capacidad del país para alcanzar objetivos tecnológicos sin interferencias o restricciones externas— , hacia el impulso del proceso de industrialización, al dar prioridad a la participación de empresas de capital nacional y hacia la búsqueda del liderazgo científico-tecnológico regional, por momentos concebido como parte del proyecto de integración regional, por momentos desde la potencialidad comercial de liderar un mercado nuclear latinoamericano. Un tercer hito es el desarrollo de la capacidad de enriquecimiento de uranio y la construcción de la planta de Pilcaniyeu, como logro tecnológico y como logro político, que también puede pensarse como la presentación en sociedad de la empresa INVAP.

¿Hoy cómo estamos? ¿Somos un país nuclear?
En este momento es posible ver la rápida reestructuración de lo que podríamos llamar “comunidad nuclear” y cómo, en pugna con contradicciones que tienen su raíz en los años 90 y con algunas manifestaciones de resistencia social, se van recobrando los principales componentes históricos de la política nuclear adaptados al nuevo escenario. Derrumbada la matriz neoliberal luego de la crisis de 2001 y recuperado un proyecto de país industrial, la reactivación del plan nuclear heredó la difícil tarea de reorientar una estructura organizativa e institucional que fue torsionada hacia otros fines durante los noventa. Sin embargo, resulta evidente cómo van recobrando su vigencia los principales componentes históricos de la política nuclear adaptados al nuevo escenario. Creo que somos un país nuclear desde los años setenta. Decía Sabato en 1973: “Lo atómico ha dejado pues de ser un tema académico y de laboratorio, y se ha integrado a la trama socio-político-económica argentina, a la que sin duda agregará color y textura y de quien recibirá influencias beneficiosas y deformaciones perjudiciales”. Cuando Alfonsín desilucionó a la diplomacia norteamericana con su posición autonomista, un diario norteamericano argumentaba —de forma muy acertada a mi juicio— , sobre la posición de Alfonsín: “No se debe a que comparte las ambiciones nucleares de sus predecesores militares, sino a causa del conspicuo lugar del programa nuclear en la conciencia nacional”.

¿Cuántos nos falta en esta área?
Falta mucho, pero hoy sabemos lo que nos falta. Tenemos lo más importante que es un proyecto de país que apuesta a la construcción de una identidad regional. Yo diría que, más allá del factor tecnológico, una prioridad que creo importante enfatizar es la construcción de canales de diálogo democrático con los movimientos de oposición a la tecnología nuclear. Los ciudadanos que no quieren energía nuclear tienen sus argumentos. No hay que convencerlos, hay que dialogar, escuchar y construir, negociando futuros posibles. Una política tecnológica debe incluir esta variable. El conflicto no es una desgracia o un accidente en una democracia, dice Paul Ricoeur, sino que “es la expresión del carácter indecidible de modo científico o dogmático del bien público”. Estamos en una encrucijada que nos da una oportunidad histórica de construir trama democrática en las junturas tecnología-sociedad, tecnología-cultura, tecnología-derechos, espacios que los países avanzados cubrieron en general con cinismo, engaño y falta de transparencia. Es la oportunidad que tenemos de diferenciarnos de esos modelos.