El proyecto CAREM

Por Daniel E. Arias. En U-238 Octubre/12

Con la construcción del CAREM, que será oficial cuando se vuelque la primera colada de hormigón, la CNEA está por «primerear» al resto del mundo nuclear con una central compacta e inherentemente segura, pensada para fabricar en serie y exportar por decenas.

El CAREM será una central nuclear de diseño muy innovador y poca potencia. El prototipo, de 25 megavatios, está en inicios de obra en Lima, provincia de Buenos Aires, en el mismo predio en el que se encuentran Atucha I y II, plantas convencionales medianas (365 y 745 megavatios respectivamente) diseñadas por SIEMENS (KWU), que parecen enormes en comparación. Acaso la escasa visibilidad mediática del CAREM derive de eso: a lo sumo iluminará a 100 mil argentinos, lo cual no cambiará en absoluto nuestras incertidumbres energéticas.

En el índex PRIS de centrales activas o en construcción del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) con sede en Viena, el CAREM todavía no figura: sólo entran proyectos en los que se han vertido las primeras coladas de hormigón. Si usted ve el CAREM hoy, es una excavación del tamaño de un supermercado mediano, cuyo nivel más profundo llega a los 12 metros. Pero también es un elenco que creció de 12 a más de 200 expertos en dos años y ascendió a Gerencia dependiente de la presidencia de CNEA en forma directa. Dispone además de otros 200 especialistas en otras gerencias tecnológicas de CNEA. Por otra parte, el equipo está diseñando el segundo CAREM, un modelo que ya no es un prototipo sino un modelo industrial de 250 megavatios a instalarse en Formosa. Y el hormigón ya viene.

En una lectura ingenua, tener diseño y construcción propios en centrales sirve para prender lamparitas, cambiar un poco nuestra matriz energética, tal vez importar menos gas. En una visión más profunda, sirve para prender neuronas, cambiar nuestra matriz intelectual e importar más de aquello que más importa: en la economía mundial del conocimiento.

Adquirir mil o 2 mil megavatios “llave en mano” a algún proveedor internacional —una tarea urgente— tal vez conjure apagones. Sin embrago, tener 25 y luego 250 megavatios de diseño 100% propio y exportable transforma la realidad de nuestra industria nuclear: construir el CAREM significa formar profesionales altamente especializados, producir un salto cualitativo en la ingeniería al incorporar el diseño, además de realizar aportes muy significativos a la seguridad operativa de la central, que en este caso tendrá una seguridad intrínseca superior a cualquier planta nuclear operativa del mundo. El CAREM nos saca de compradores y nos vuelve proveedores en materia de reactores nucleares de potencia. Por eso, hoy es el proyecto “de bandera” de la CNEA.

Lo que cuesta partir el átomo
Las empresas de ingeniería nuclear que sobrevivieron los últimos 30 años a la etapa “post-Chernobyl” saben que entre licenciar un diseño nuevo de escala gigavatio (mil “mega”) y obtener la venia estatal para construirlo demora no menos de diez años de inversión, a los cuales hay que añadir cinco de construcción más uno de puesta en marcha. A los 16 años, empiezan a cobrar algo.

Ya en los tempranos 70, antes del accidente de Three Mile Island en 1979, que no dejó muertos, contaminados ni desplazados, el 50% del costo de una central responsablemente diseñada (categoría que excluye enérgicamente el RBMK soviético de Chernobyl y los GE Mk-1 de Fukushima) correspondía a los sistemas y subsistemas redundantes e independientes de seguridad. Esto fue volviendo menos atractivo el negocio para el capital privado.

Pese a los accidentes de Chernobyl y Fukushima, según OIEA hoy operan 435 centrales nucleares y se construyen 62 (en general, enormes), a lo que hay que añadir 160 pedidos y otros 329 proyectos. De aquí a veinte años, habrá tal vez unas mil unidades, mayormente de escala gigavatio (mil mega) ¿Por qué? Somos una sociedad de consumo voraz y no se vislumbra que esta conciencia vaya a cambiar en los próximos años. El petróleo y el gas transformable en combustible por medios convencionales se están acabando en todo el planeta pero sus precios van en ascenso a pesar de la recesión iniciada en 2008.

Es que no da para vivir del carbón: el recalentamiento global por el uso de combustibles fósiles se disparó. Según nuevas estimaciones, para fines de siglo el aumento del nivel marino no se limitará a un máximo de 59 centímetros, como preveía de un modo conservador el IPCC (Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático). Visto el nuevo ritmo de fractura y fusión de las plataformas flotantes antárticas, las últimas estimaciones son de 75 a 190 centímetros de suba. Eso lo afirman con cierta angustia glaciólogos como Pedro Svarka, del Instituto Antártico Argentino, Theodore Scambos, del National Snow and Ice Data Center de Boulder, Colorado, de los Estados Unidos y Martin Vermeer, de la Universidad Tecnológica de Helsinki, Finlandia .

De seguir esta tendencia en 2100, buena parte de Buenos Aires, de su conurbano costero y de la depresión bonaerense del río Salado quedarán bajo agua. Mejor no pensar qué pasará en Bangla Desh, donde hoy viven 162 millones de habitantes en un área igual a la mitad de la provincia de Buenos Aires, sólo que mucho más llana y baja, con 1/3 de su superficie al nivel del mar. Por dar un ejemplo: en 1991 un ciclón produjo 140 mil muertes mientras que la inundación de 1998 anegó dos tercios del país. ¿Y las repúblicas insulares del Pacífico y del Índico? ¿Y Holanda y Bélgica? ¿Dónde las ponemos? Buenas preguntas.

Todo parece indicar que durante los próximos 30 o 40 años necesitaremos electricidad nuclear sí o sí (hasta que aparezca algo mejor). Quizás aquí se impone un cambio de paradigma en cuanto a cómo continuar el desarrollo de la industria: las megacentrales deberán complementarse con reactores modulares pequeños como el CAREM, es decir, conjugar la baja en los costos que implican las ese tipo de centrales con el factor geográfico/climático que no podrá ignorarse: primero pensemos como geógrafos, luego como Henry Ford.

Mares, cordilleras, oasis y costos

Imaginemos un “oasis eléctrico”. Imaginemos una isla cualquiera entre las 17.508 de la República de Indonesia, la cuarta más poblada de la Tierra (240 millones de habitantes). Imaginemos esa isla con algunos recursos naturales, un mix de sobrepoblación y subocupación y un recurso eléctrico muy escaso. La megacentral eléctrica de la gran isla vecina no resulta útil aquí ya que entre los fondos marinos profundos, los ciclones y la sísmica local, no hay modo de interconectar una red con Líneas de Alta Tensión (LATs) en tremenda nación-archipiélago repartida sobre más de 5000 kilómetros de mar.

Pensemos ahora en forma más continental y americana. Consideremos la explotación de un salar de litio en el NOA, donde el estado nacional y el provincial hayan acordado que este metal salga con todo el valor agregado industrial puesto, es decir, convertido en pilas. Porque 15 kilos de barros se regalan, 15 kilos de carbonato de litio purificado se venden a 15 dólares, 15 kilos de pilas de iones de litio “made in Argentina” a 20 mil dólares . Pero un proceso industrial en medio de la nada requiere de una LAT que le haga andar. Y son 2.5 millones de dólares el kilómetro de tendido eléctrico en llano. Los salares argentinos son cuencas rodeadas de altas montañas con vientos, temperaturas extremas, deslaves y tormentas eléctricas de consideración. Mal lugar para tender cables.

No es necesario forzar la imaginación para visualizar un oasis eléctrico en la costa patagónica, porque ya lo tenemos. En los años 70, Argentina erigió la central hidroeléctrica andina de Futaleufú (472 megavatios) y tendió 300 kilómetros de LAT a través de la estepa para iluminar Trelew y Puerto Madryn, dos ciudades costeras que se evaporaban por pérdida de jóvenes.

Como detalle interesante vale la pena destacar que el 1% de la electricidad de Futaleufú hasta mediados los 90 era consumida por las ciudades y el 99% por la fábrica de aluminio de Aluar, que inundó Puerto Madryn de ingenieros y técnicos bien pagos por el milagro electrointensivo de transformar bauxita importada en aluminio metálico nacional. Además de añadirle a la industria del aluminio un segundo piso de industrias transformativas (llantas y carpintería), lo primero que hicieron los nuevos habitantes fue plantar su ciudad en el mapa turístico mundial. Las ballenas y pingüinos estaban desde hace milenios, pero atraer visitantes de otras latitudes requería de hoteleros, operadores turísticos y bilingüismo. Hoy, esa es la ciudad de mejor nivel de vida en la Patagonia. El Estado, que quería aluminio propio para ser autónomo en fabricación de aviones, sólo puso electricidad y educación.

El CAREM significa poder repetir el modelo eliminando de un plumazo obstáculos como mares, cordilleras y desiertos. Por causas similares, en todo el mundo se vuelve a pensar en pequeñas plantas nucleares. ¿Acaso son novedad? Hace 60 años que existen, moviendo submarinos, portaaviones, barcos mercantes y rompehielos. El CAREM es, después de todo, un descendiente lejano del Otto Hahn, un motor naval.

Es el momento de pensar a lo Henry Ford. Los CAREM pueden fabricarse en serie, como aviones y en el lugar de destino. Si allí necesitan altas potencias, puede llegarse a ellas de a poco, sumando unidades. En lo legal, un diseño se licencia una única vez y puede fabricarse luego en serie, de a decenas.
El mundo está lleno de despoblados donde el CAREM “cierra”, pero la propia Argentina, con casi 2,8 millones de kilómetros cuadrados octavo país de la Tierra por tamaño y con casi toda su población amontonada en un puñado de ciudades crecientemente ingobernables de la Pampa Húmeda, lo necesita de apuro. El CAREM es oportunidad para descentralizar el país a partir de industrias electrointensivas, y además de generar electricidad y vapor industrial, puede desalinizar agua de mar o subterránea. No es poco decir en un país que es árido en su 70%.

La Argentina presentó el CAREM en 1984 en Lima, Perú, durante un congreso de pequeñas unidades organizado por OIEA, casi como curiosidad. Luego se pasó décadas sin construirlo, víctima primero de una pasión por el gigantismo inherente a toda la industria nuclear de aquel momento, y después, por pura pobreza y caotización.

Entre tanto, empresas de Corea y los Estados Unidos han copiado el CAREM porque vislumbran que tiene futuro y realizan congresos de SNPPs, Small Nuclear Power Plants, pequeñas centrales. Algunas de ellas son réplicas desvergonzadas del prototipo argentino, como el SMART coreano o el NuScale estadounidense. Otros son innovaciones conceptualmente vertiginosas, como reactores enfriados por metales de bajo punto de fusión o por sales líquidas.

Pero nuestros competidores manejan ideas a caza de inversores que por ahora no salen del papel. Las actas de tales eventos son muy escrupulosas en no mencionar al CAREM, la única SNPP que tiene décadas de testeo de cada componente en loops de alta presión, la única que hizo un pequeño reactor nuclear (el RA-8 en Pilcaniyeu, Río Negro) para poner a prueba el combustible, y la única que está en obra, aunque todavía no llegaron los camiones a volcar el cemento. ¿No nos toman en serio? Tienen razones para hacerlo. Pero tal vez les demos algunas para arrepentirse.