Por Gustavo Barbarán. En U-238 # 21 Abril – Mayo 2016
Si la investigación y la ciencia aplicada han sido pilares fundamentales para el desarrollo nuclear, la formación de profesionales en institutos especializados también ha ocupado un lugar preponderante en la ya larga historia del sector nuclear argentino, hasta constituirse en referente a nivel internacional.
“El 16 de febrero de 1951 en la Planta Piloto de Energía Atómica en la Isla Huemul, de San Carlos de Bariloche, se llevaron a cabo reacciones termonucleares bajo condiciones de control en escala técnica”, anunció Perón. Había entendido que el mundo ya no sería el mismo al finalizar la segunda guerra mundial y debía buscar un camino alternativo al desarrollo impuesto desde dos polos de poder que se estaban configurando. El desarrollo y domesticación de la energía nuclear era el arquetipo de la ciencia aplicada al desarrollo, y para ello se contrataron los servicios de Ronald Richter, que durante cuatro años engañó a Perón acerca de que sus investigaciones se encontraban años por delante de las del resto del mundo.
Dos modelos de desarrollo científico estaban en pugna. Por un lado, en su visión más liberal, se encontraban la libertad de investigación, la autorregulación de los científicos, el mecenazgo y la ciencia básica como principal objetivo. Por el otro, estaban la ciencia y la tecnología orientadas a la solución de los “problemas nacionales”, con la intervención y direccionamiento estatal para integrar la ciencia y la tecnología al desarrollo económico, y con problemas técnicos como principal objetivo.
Cuando Perón comenzó a sospechar que Richter lo estaba engañando, organizó una comisión fiscalizadora conformada por Balseiro, Báncora, Beninson, Bussolini y Gamba. Las conclusiones del “Informe Balseiro” fueron lapidarias; “Las experiencias presenciadas no muestran en ninguna forma que se haya logrado realizar una reacción termonuclear controlada, tal como lo afirma el Dr. Richter. Todos los fenómenos que allí se observan no tienen ninguna relación con fenómenos de origen nuclear.”
Fueron momentos en que la CNEA pasó de ser un ente que acompañaba administrativamente las investigaciones del científico austríaco a ser la organización que comenzaba a definir el qué, el cómo
y el dónde en cuestiones nucleares en el país.
En aquellos años, se estimaba que la cantidad de físicos argentinos no superaba los 30, razón por la cual, en 1953, Balseiro promovió la creación de un Instituto de Física en las instalaciones de Bariloche para la capacitación de 200 físicos —especialidad que había probado ser importante para el avance industrial de los países desarrollados—. El éxito de un curso de verano durante el año 1954 (repetido al año siguiente) le dio más impulso a la idea. La configuración del Instituto de Física de Bariloche se realizaba entre la Universidad de Cuyo y CNEA.
Para llevar adelante investigaciones nucleares de manera seria, no solamente era necesario contar con buenos investigadores, sino que también había que crear los equipos de trabajo. Si CNEA se embarcaba en una actividad académica debía hacerlo con características que la diferenciaran de lo que ocurría en las Universidades.
El sistema debía integrar la formación académica con una fuerte formación en investigación. Ya desde el inicio, se implantaron esquemas académicos revolucionarios para la época, que se mantienen en la actualidad. Los alumnos ingresarían al instituto una vez realizados los dos primeros años de una carrera de ciencias exactas, recibirían una beca mensual que cubriría las necesidades de alojamiento, alimentación y gastos menores que sería otorgada luego de un riguroso examen de selección, en conjunto con una entrevista personalizada.
Las clases se darían en las instalaciones de lo que luego se convertiría en el Centro Atómico Bariloche y los profesores también se dedicarían a tareas de investigación. La convivencia entre alumnos y profesores, y la dedicación exclusiva de todos ellos —en conjunto con el fácil y libre acceso a la biblioteca y a los laboratorios abiertos las veinticuatro horas del día, siete días a la semana— convirtieron a este centro en un experimento único a nivel nacional.
Por la misma época en la que comenzaba la experiencia del Instituto de Física, en Buenos Aires se lo contrataba a Jorge Sabato, un profesor de física que dirigía un laboratorio de investigación aplicada en metalurgia, para que conformara un grupo de metalurgia nuclear. De acuerdo a lo declarado por él tiempo después, ante la disyuntiva de comenzar a trabajar en un tema tan específico como la metalurgia nuclear, decidió encarar la creación de un departamento que se especializara en metalurgia a secas, en un momento en que su desarrollo como ciencia (la ciencia de los materiales) recién estaba emergiendo a nivel mundial y en Argentina, aún, no existían los metalurgistas.
En el grupo inicial, no había un solo estudiante o profesional que se hubiese dedicado a la metalurgia, por ello, una de las primeras medidas que se tomaron fue la capacitación de todos en los centros de excelencia a nivel mundial. Se envió a estos investigadores a Inglaterra, Francia y los Estados Unidos para que se formen en la ciencia metalúrgica. Cuando volvieron, estos mismos profesionales comenzaron a replicar su propia capacitación en el ámbito local.
Estos primeros pasos son fundamentales para entender lo que ahora denominamos el “modelo CNEA”, donde se encuentra la creación de capacidades, la difusión de la ciencia y el desarrollo tecnológico de la industria y, por supuesto, la actividad formativa de los propios recursos humanos. Entre los puntos emergentes que fueron conformando ese pensamiento podemos ubicar a la decisión de construir localmente al RA-1, la decisión de diseñar y construir el RA-3, el descubrimiento de 20 radioisótopos nuevos, la creación del SATI, la decisión de realizar el estudio de prefactibilidad de lo que sería la central nuclear Atucha I.
En Bariloche se decidió que el Instituto de Física desarrollara la física del estado sólido y la física nuclear, ramas fundamentales en el desarrollo de la tecnología nuclear. Se intentaba, así, desarrollar un programa de investigación que atendiera los intereses de la CNEA y otros intereses técnicos del país.
El grupo de metalurgia debía avanzar sobre la formación de su plantel y además colaboraría con el desarrollo de la actividad académica y docente en las universidades para garantizar la formación necesaria, no solamente de la CNEA, sino también del país. Se comenzó con cursos nacionales y luego, con el apoyo de OEA, UNESCO y BID, se internacionaliza a través del Primer Curso Panamericano de Metalurgia, que luego se dictaron periódicamente durante años. Se aseguraba así la “apertura” e “integración” a nivel nacional y latinoamericano.
A medida que fue evolucionando el programa nuclear argentino, las necesidades se fueron ampliando y complejizando. Así es como también nace, por los años 70, la carrera de ingeniería nuclear en el Instituto Balseiro, orientada a la formación de profesionales para el plan nuclear que se estaba llevando a cabo. A pesar de los vaivenes (más que vaivenes, sacudones) políticos que sufría el país, el sector nuclear mantenía una política deliberada dirigida fundamentalmente a la creación de capacidades científico-técnicas, de decisión autónoma, en el campo de la energía nuclear.
En los últimos 15 años se crearon otras dos carreras de grado en el Balseiro, ingeniería mecánica y en telecomunicaciones, además de varias carreras de posgrado, maestrías y doctorados. Claramente su campo de acción excede ya al ámbito nuclear, en un notable paralelismo con la empresa INVAP, también nacida de la CNEA y actualmente con una gran participación en el Plan Nacional Espacial
y en Argentina Conectada.
No es casual que tanto el director de la CONAE, el Dr. Conrado Varotto, como el Gerente General de INVAP, el Lic. Héctor Otheguy, sean egresados del Instituto Balseiro.
En 1993, la continuación de los cursos panamericanos de metalurgia derivó en la fundación del Instituto Sabato, creado en colaboración entre la por entonces recientemente inaugurada Universidad Nacional de San Martín y la CNEA. Inicialmente, se enfocó en los cursos de posgrado en materiales, en 1996, y siguiendo el modelo Balseiro, creó la carrera de Ingeniería en Materiales.
Enfocando su campo de acción en las aplicaciones de la tecnología nuclear, se crea el Instituto Dan Beninson entre CNEA y la UNSAM. Inicialmente apuntando a cursos de posgrado, en 2015 creó una nueva carrera de ingeniería nuclear. Para acceder a ella, también se ingresa luego de dos años de alguna carrera de ingeniería o de ciencias y se orienta, fundamentalmente, a aplicaciones de tecnología nuclear en la salud e industria, con un gran énfasis en aplicaciones médicas.
Los tres institutos comparten algunas características, más allá del ingreso a partir del segundo año de alguna carrera de ingeniería o de ciencia exacta; la posibilidad de dedicarse exclusivamente a estudiar, a través de becas otorgadas por CNEA, NA-SA, INVAP, Techint o YPF, entre algunas de las empresas que otorgan becas de estudio. Esto crea condiciones ideales para la dedicación al estudio con muy bajas tasas de deserción, un problema recurrente en las carreras técnicas en las universidades nacionales.
Al estar los institutos dentro de las instalaciones de CNEA, el acceso permanente a los profesores/investigadores, los laboratorios, las bibliotecas, todo en conjunto con una currícula que le otorga la formación práctica, genera una orientación a la resolución de problemas que es ampliamente valorada en el campo laboral. Una característica adicional es la estrecha vinculación entre los trabajos finales con problemas reales y concretos que se proponen, ya sea desde las industrias o desde la propia CNEA.
Con el Balseiro como referencia, los institutos de CNEA ya tienen un amplio reconocimiento. Es frecuente encontrar en un diario de provincia la noticia sobre un estudiante local que logra una beca de acceso al Balseiro o que egresó de este, como un pequeño orgullo local.
Más allá de la formación académica
Si bien los institutos son una gran herramienta para la formación profesional de gran parte de los especialistas e investigadores del sector nuclear, también hay que destacar otras herramientas que se enfocan en la capacitación en el ámbito nuclear, como lo es el sistema de becas “aprender haciendo” o la escuela de soldadores, creada en el marco de la finalización de Atucha II.
En Argentina, la actividad nuclear busca traspasar la barrera que le impone su propio “gueto” científico. Se trabaja en una constante búsqueda de apoyo social, por los preconceptos arraigados en gran parte de la población. Ya se sabe que no se cuida lo que no se ama, y no se ama lo que no se conoce. El sostenimiento en el tiempo de la actividad nuclear depende fuertemente del apoyo social que reciba.
Y en este sentido, en el marco del renacimiento nuclear, se dieron algunos pasos para ampliar el universo al cual puede llegar el brazo académico de CNEA. Dos iniciativas se destacaron sobre el resto. La primera es un portal educativo destinado al desarrollo de herramientas educativas relacionadas con la física y la tecnología nuclear. Está dirigido a la formación de docentes secundarios de manera de poder introducir el complejo tema nuclear de una manera actualizada y presentada en relación a la situación de nuestro país.
La segunda iniciativa está directamente relacionada con la provincia de Formosa, donde la provincia trabajó para la instalación de un Centro de Medicina Nuclear y la futura planta de Dioxitek. En un intento de fortalecer la educación técnica de la provincia, el Instituto Balseiro inició un proyecto de cooperación con la provincia para fortalecer la educación en el nivel secundario técnico, creando una “Especialización Técnica en Aplicaciones Nucleares” en la EPET 1 de Formosa.
Los ejes de la vinculación involucran tres aspectos: la revisión del diseño curricular de los trayectos formativos de las escuelas industriales, la capacitación docente con una intervención de los docentes del Instituto Balseiro y el equipamiento de laboratorios. Pero el espíritu de la colaboración va más allá de la preparación de recursos humanos para los futuros proyectos nucleares formoseños, los cuales estarán formados para abordar cualquier tarea. La presencia territorial de la actividad nuclear, sobre todo en su fase formativa, permite generar recursos y conciencias sobre las necesidades del país.
Claro está que los beneficios de estos programas sólo se visualizan a largo plazo, algo de lo que eran plenamente conscientes aquellos que iniciaron este camino. La particularidad de la política nuclear argentina es que, a través de los más de 60 años de historia, creció desde las raíces a través de la acción y del trabajo de todos los que participaron en ella, y donde la capacitación fue un pilar fundamental para la configuración de un sector que mantiene un compromiso con el desarrollo del país, en su definición más estricta.