Hablar sobre ciencia no es ninguna ciencia

01-fotos-edicion-impresaPor Sebastián Scigliano. En U-238 #18 Julio – Agosto 2015.

Desde hace 15 años la editorial Iamiqué se dedica a traducir a libros para chicos el más diverso conocimiento científico, desde cómo se forman los colores o por qué truena hasta qué es el tiempo. “El secreto es preguntarse las cosas como se las preguntan los chicos”, dice Ileana Lotersztain, bióloga y una de las fundadoras del emprendimiento.

Final de los años 90. La ciencia argentina no pasa, ni de cerca, por su mejor momento. Años de desinversión, de cerebros emigrados o choferes de taxi y de un ministro, célebre por entonces, que mandaba a los científicos a lavar los platos. Y en ese contexto, no va que a dos amigas, una bióloga y la otra física, que se conocieron en un curso de periodismo científico, se les da por fundar, ni más ni menos, una editorial dedicada a producir libros sobre ciencia para chicos.

Así nació Editorial Iamiqué, uno de los emprendimientos más originales —y más exitosos— del renovado mundo de la divulgación científica. “Digamos que hicimos un pequeño estudio de mercado y la verdad es que los pronósticos eran malísimos. Año 1999, las editoriales chiquitas cerraban o las compraban los grupos grandes, todo el mundo nos decía que no lo hiciéramos. Y nosotras dijimos y a mí qué me importa”, como dicen los chicos, y ahí nació el nombre de la editorial’, cuenta Ileana Lotersztain, la bióloga del dúo fundador, que se completa con Carla Baredes, la física.

Todo empezó un poco jugando, un poco en serio, como era de esperar para una propuesta como esta. De escribir sobre ciencia para libros de textos escolares, se dieron cuenta de que el espacio que se le dedicaba a esos temas era mucho más estrecho que la curiosidad que los chicos podían tener acerca de de esas cuestiones. “Los libros de textos tienen muchas limitaciones: poco espacio para desarrollar un tema, o algunos que no se pueden tocar y otros que tienen que estar sí o sí. Hay que satisfacer a todo el mundo. Y muchas cosas nos quedaban afuera y nos empezó a dar ganas de hacer un libro que se leyera porque sí, que no fuera necesariamente para la escuela”, cuenta Ileana. Y así empezó la aventura. Lo que primero fue una propuesta de armar fascículos para un diario pronto se convirtió en una colección en sí misma y en la piedra fundacional de la editorial. “Nos empezamos a plantear preguntas, que ya teníamos muchas acumuladas, porque siempre que hay un científico en la familia los chicos preguntan cosas, muchas. Fuimos armando algo con amigos, diseñadores, ilustradores y el marido de Carla tiene una imprenta, así que ahí fuimos”. Así nació “Preguntas que ponen los pelos de punta”, la primera entrega de Iamiqué y su nave insignia, hasta ahora. De esos primeros pasos, Ileana recuerda que “de movida, nos dio mucha bola la prensa, la idea le gustó a mucha gente y salió en todos lados. Eso fue un poco una sorpresa. Les mandamos una carta muy simpática a los periodistas que cayó muy bien, la leían en todos lados. De hecho, mucha gente nos decía que no conseguía el libro, pero que ya se sabían toda nuestra historia. Después empezamos a tener compras institucionales, como la de la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares, que nos compró ese primer libro y a la que llegamos sin saber muy bien cómo”.

Cambiar la cabeza

Claro que escribir ciencia para chicos no es cosa sencilla. La curiosidad está garantizada, pero no se la puede satisfacer de cualquier manera. Si bien es un público fiel, también es exigente, porque obliga a pensar y a preguntarse de un modo que los adultos suelen haber olvidado. “Para los chicos, la fascinación por entender cómo funcionan las cosas es lo que más les gusta. Entonces la intención fue reproducir en un libro esa charla que se tiene cuando te hacen una pregunta y vas desentrañando un fenómeno. Si un chico te pregunta algo y se lo explicás, enseguida viene otra pregunta después. Si no pregunta, es porque no entendió”, resume Ileana. Sin embargo, para poder recorrer ese camino de preguntas no alcanza con tener las respuestas, sino que es necesario también saber cómo darlas: “Al principio, nos costaba mucho desprendernos de la mirada de los colegas, liberarnos de la necesidad de abarcar la completitud de las cosas. Por ejemplo, si teníamos que hablar de las leyes de Newton, nos parecía que teníamos que hablar de todas, no de una sola. Y por ahí eso no es lo que los chicos necesitan, por ahí sólo hace falta hablar de esa que resuelve el problema”, reflexiona Ileana. “Otro tema era meternos en la cabeza de los pibes e identificar qué les da curiosidad. Por ejemplo, un pibe no te va a preguntar cuáles son las consecuencias de que el eje de la Tierra esté inclinado, sino que te va a preguntar por qué hace calor en verano. Y ahí le explicás lo del eje inclinado, pero no antes. Ese fue el mayor aprendizaje”. El esfuerzo, sin embargo, parece valer la pena. Cuenta Ileana que “Nos escriben muchos mails muy lindos, porque a los libros los compran muchos planes de lectura de muchos países de América Latina, y entonces tenemos muchos chicos que nos escriben de Cuba, de México y es muy lindo porque los pibes perciben eso que quisimos hacer de una cosa cercana, desacartonada. Te cuentan chistes, te cuentan qué hacen los fines de semana, te tratan como a un amigo”.

Otra época

El desarrollo de Iamiqué coincidió con un tiempo en la Argentina en el que la ciencia fue ocupando un lugar cada vez más destacado, tanto en las agendas gubernamentales como en el interés cotidiano de muchas personas que, hasta no hace mucho tiempo atrás, veían con desdén casi todo lo que tuviera que ver con lo científico. “Me acuerdo que para la época en la que empezamos, cuando contábamos qué estábamos haciendo, mucha gente nos decía que no le interesaba la ciencia, pero con regodeo, como que estaba bien no tener nada que ver con eso”. Con los años, esa actitud se fue modificando y las iniciativas de divulgación científica se multiplicaron, tanto por iniciativas estatales, como Tecnópolis, como por un sinnúmero de emprendimientos privados, como lo es la precursora Iamiqué. Sin embargo, Ileana todavía encuentra algunos escollos para que la tendencia termine por revertirse completamente: “Si bien hoy la divulgación científica tiene un lugar mucho más importante que cuando empezamos, los planes de lectura en las escuelas siguen estando como desbalanceados entre ficción y no ficción. Es muy poco lo que se compra en el país de no ficción para que los chicos lean en las escuelas en relación a lo que pasa en otros países de América Latina, sin ir más lejos, México o Chile. Y eso se vuelve importante, incluso, para chicos que están en contextos en los que tienen acceso a mucha información, pero a los que les cuesta discriminar las fuentes y la veracidad de las cosas, porque el entrenamiento en la lectura de no ficción te ayuda un montón para eso. Suponemos que en algún momento eso va a cambiar”.

Además de los programas de lectura, todavía la enseñanza de la ciencia en las escuelas sigue siendo un tema con sus asperezas, sobre todo, porque no todos los docentes están preparados para enfrentar el desafío de abrir puertas en las que no saben muy bien qué es lo que se van a encontrar. Para Ileana, “una de las cosas que cuentan las maestras es que les da cierta inseguridad no estar formadas en ciencias frente a chicos que, justamente, por ahí se saben todos los nombres de los dinosaurios, por ejemplo, y eso las ponen nerviosas frente a esa situación de no tener el lugar de impartir el saber”. Sin embargo, según una de las directoras de Iamiqué, la actitud debería ser otra, y es en esa dirección que ellas trabajan: “siempre les decimos que eso es un error, que el conocimiento se construye entre todos y que el maestro puede hacer el rol de mediador o de guía y que es perfectamente aceptable que digan que no saben algo y que estimulen, en todo caso, a que los chicos investiguen eso que no tiene respuestas en el aula”.

Lo que viene

Hacemos pocos libros por año porque trabajamos mucho en cada uno, así que tenemos ideas acumuladas para adelante”, cuenta Ileana respecto de los planes a futuro. La novedad, en todo caso, es la apertura de la editorial hacia el campo de la filosofía y las ciencias sociales, un territorio raramente explorado por los libros de divulgación para chicos. “Nos dimos cuenta de que lo que teníamos de valioso no era tanto qué contábamos, sino el modo en que lo hacíamos, así que abrimos el campo a otras disciplinas que no sean necesariamente de las ciencias duras”, explica Ileana. “Eso nos hizo meternos con temas con los que no estábamos tan familiarizadas, como la filosofía. También abrimos una línea en ciencias sociales, con una serie que se llama Las cosas no fueron siempre así, básicamente, de historia de objetos y tecnología”.