“Hasta que no se comunica, la ciencia no es ciencia”

Por Laura Cukierman. En U-238 13 Septiembre 14

Diego Golombek no es un biólogo como cualquier otro. Es multifacético: dirigió teatro, fue músico, escribe poesía, cuentos y novelas, y es periodista. Además, es uno de los comunicadores de ciencia más importante que tiene el país. Para Golombek, los científicos tienen el deber de contar a la comunidad qué están haciendo y de contarlo de una forma entretenida. Por eso, sostiene que no hay realmente ciencia hasta que se la comunica. Transmite pasión en cada concepto que explica y desde hace muchos años tiene la responsabilidad de acercar la ciencia a la gente. Algo que hace con muchísimo éxito.

¿Por qué no te gusta usar el término divulgación?

Las palabras no son nada inocentes y lo más común es usar términos como divulgación o popularización de las ciencias. La etimología de esas palabras dice que divulgación viene de “vulgo” y de “pueblo”, y popularización también viene de “popolo”. Es decir que estamos hablando de lo que en la teoría se llama “modelo de déficit”. Hay algunos que saben, esos son los científicos que se encuentran “arriba”, y “abajo” está el pueblo que no sabe. De ahí vienen metáforas como “bajar la información” o “traducir”. En lugar de hablar de “divulgación”, a mí me parece mucho más interesante usar la palabra “comunicación”, porque significa “poner en común”, compartir la información. Esto quiere decir que no hay algunos que la tienen clara y otros que no tienen idea, sino que hay distintos tipos de saberes, uno de los cuales es el científico y que se puede compartir. Hay algo también interesante con estos conceptos como “divulgación”, “popularazión” o “comunicación” que siempre se refieren a quien hace el conocimiento dirigido a quien lo recibe. En cambio, el concepto inglés es Public Understanding of Science que se centra en quien comprende y quien recibe.

¿Y vos con que término te sentís más cómodo: científico o comunicador?

Biólogo, aunque sin alguno de los dos mundos me sentiría un poco rengo. No podría comunicar ciencia sin hacer ciencia, ni hacer ciencia sin poder comunicarla.

¿Cómo comunicarías tu especialidad en Biología?

Soy Biólogo, trabajo en Neurociencia y dentro de ella trabajo con un pedacito del cerebro que mide el tiempo y le dice al cuerpo qué hora es. Ese pedacito de cerebro que mide el tiempo lo llamamos reloj y, al estar adentro del cuerpo, le decimos reloj biológico. Estudiamos este reloj en condiciones normales y también cuando anda mal. Por ejemplo, cuando lo forzás al trabajar de noche o en turnos rotativos, o cuando viajas por husos horarios diferentes. Es decir, trabajo en el funcionamiento de este reloj en las buenas y en las malas.

¿Cómo nacieron tus ganas de comunicar lo que haces en el laboratorio?

En realidad, el interés es previo. Yo me dedico a comunicar antes de a comenzar a hacer ciencia, porque trabajo en periodismo desde los 15 años, cuando respondí un aviso en un diario a través del cual buscaban un cronista de deportes, y ese mundo me encantó. No sé bien por qué después me metí en una carrera científica. De hecho, al principio no entendía nada, pero poco a poco fueron convergiendo los dos mundos: el poder hacer ciencia y el poder contarla con formatos bastante poco tradicionales. Se fue dando de esa manera y pude juntar así los dos grandes intereses que a mí me apasionan.

¿Cuál es la mejor forma de contar la ciencia?

No sé si hay una mejor forma, pero se pueden dividir en dos grandes maneras de contarla. Por un lado, está la ciencia profesional que hacen los científicos y los investigadores que viven de eso. Un gran ejemplo de esto es Adrián Paenza, cuyo programa se llama “Científicos Industria Argentina”, o sea contar lo que hacen los científicos en la Argentina. Esta muy bien que se haga este tipo de programas y hay que seguir haciéndolo cada vez más. Pero por otro lado, la otra vertiente, es tomar a la ciencia no como ciencia profesional sino como ciencia–actitud, ciencia-“preguntona”, ciencia de todos los días, qué te ocurre cuando tenés ganas de que ocurra y cuando tenés ganas de preguntarle cosas a la naturaleza. Esto tiene otra forma de contar que no es necesariamente dentro de un formato de entrevistas o de informes documentales, sino que se puede partir de fenómenos mucho más cotidianos para los cuales se admiten otros recursos, analogías, metáforas, ficción, humor, etcétera. Yo me divierto más con esta forma de comunicar, pero esto no quiere decir que sea la mejor ni la más importante. Las dos son igualmente necesarias.

Vos afirmás que los científicos tienen la obligación de comunicar lo que están haciendo. ¿Por qué?

Sí, sobre todo los que trabajamos en ámbitos públicos. Siguiendo una lógica impositiva, somos empleados públicos, que tenemos que rendir cuentas a los organismos que nos evalúan, el CONICET, las universidades, pero también a la sociedad que nos permite hacer este trabajo porque, entre otras cosas, nos paga. Con lo cual, es nuestra obligación, ni siquiera moral, sino casi contractual, de contarle lo que hacemos. Esto no quiere decir ponerse las plumas y salir a hacer teatro de revista sino realizar acciones pequeñas que contribuyan a la comunicación, como ir a las escuelas, a una feria de ciencias, responder a los periodistas cuando te llaman para chequear información, escribir en algún medio, etcétera.

El fenómeno de la difusión científica se dio como nunca en los últimos años. ¿A qué se debe?

Se dieron muchos cambios. En principio, la posición de la ciencia en la sociedad es completamente diferente en la actualidad. El hecho de tener un Ministerio de Ciencia, simbólicamente patea el tablero, porque pone a la ciencia a la altura de Educación, de Defensa, etcétera. Hay más apoyo financiero, hay más cargos, hay más líneas de investigación, hay un cambio de cultura para que la ciencia tienda a mirar, además del laboratorio, a lo que le está pasando a la sociedad que la contiene. Pero además, cambiaron las tres patas de la comunicación. Los científicos están entendiendo que contar lo que hacen es parte de lo que hacen, es parte de su trabajo. También tenemos intermediarios más especializados, periodistas científicos profesionales, gente que se dedica de forma exclusiva a esto y nuevos espacios en los medios de comunicación para contar ciencia. Y la tercera pata es que ahora la gente quiere saber de qué se tratan los temas que les tocan de cerca como la salud, la energía… La combinación de estas tres patas hace que haya un cambio importante en la comunicación de la ciencia en Argentina

¿Cuán importante es la comunicación para la ciencia misma?

En principio, la ciencia se basa en la comunicación. Hasta que no se comunica, la ciencia no es ciencia. Hay dos planos de comunicación: por un lado, está la comunicación como parte del trabajo. Nosotros vivimos de contar lo que hacemos, vivimos de los papers, de los congresos, de los libros, de chusmear con los colegas. Sin eso, no estaríamos haciendo nada. Si uno se guarda un experimento o un resultado en su laboratorio es como que si no lo hubiera hecho. Pero después está el caso de la comunicación pública, en donde hay un público no científico. Es decir, una comunicación amplia de la ciencia que es otro tema, que no tan solo es necesario sino fundamental para los científicos y para la sociedad. Al mismo tiempo, si se quiere, hay un interés: nosotros tenemos que contar lo que hacemos porque estamos apasionados con lo que hacemos, porque creemos que es realmente importante. Tenemos que ser muy asertivos para contar lo que hacemos porque necesitamos apoyo, pero éste viene de quienes nos pagan los impuestos, de la gente que, sabiéndolo o no, está ayudando a que haya más investigación. Por lo tanto, dado que la mayoría de nosotros no hacemos lo que se llama ciencia aplicada, una forma de devolver, de compartir, es contar y comunicar. Otro motivo importante para comunicar es que necesitamos más “cientifiquitos”. Necesitamos fomentar más la vocación científica y una de las formas de hacerlo es contar lo que hacemos en un formato desacartonado que muestre que los científicos somos personas como cualquier otra. Cuando un pibe tiene cierto interés en la ciencia es muy difícil que se vuelque directamente a ella porque piensa que es para genios o porque piensa que no hay trabajo o está mal pagado. Esto es falso: hay varias carreras científicas con ocupación plena y eso hay que contarlo. Si estudiás geología, ingeniería o informática seguro tenés trabajo y te van a pagar muy bien. Y también hay que contar ciencia porque es fascinante mirar el mundo con ojos de científicos. Sería muy egoísta quedárnoslo sólo en el ámbito científico.

¿Cómo impacta en la cantidad de inscriptos a carreras científicas una buena difusión?

Es difícil de contestar eso porque pasó relativamente poco tiempo de este crecimiento de la comunicación científica. Hay muchas cuestiones anecdóticas, pero que no tienen que ver con la estadística. A mí se me caen los pantalones cuando estando en Tecnópolis o en distintos ámbitos públicos se me acercan pibes a decirme “lo que hacen ustedes terminó definiendo mi vocación”.

¿Cómo debería abordarse, desde la difusión científica, cuestiones como el desarrollo del sector nuclear y la energía nuclear, en sociedades como las nuestras en la que estos temas resultan controversiales?

Ahí tenemos el problema de que el campo está bastante minado. Cuando hay fenómenos sobre los cuales hay una importante ignorancia es muy fácil que la información vaya para cualquier lado. Me parece que el campo nuclear es uno de ellos: está demonizado y no se cuenta la otra campana. La energía nuclear bien usada es una de las energías más eficientes y más limpias que puede haber. Por otro lado, la información que proviene del resto del mundo nos llega parcializada. Me parece que cuando uno habla de energía nuclear inmediatamente aparecen fantasmas basados en desconocimientos reales sobre qué es la energía nuclear, de dónde sale, cuáles son sus beneficios y cuáles son sus riesgos. Es ciencia básica que va más allá de hablar de reactores, es entender qué pasa dentro de los átomos, qué es un núcleo de un átomo, por qué pueden llevar energía ciertas reacciones, etcétera. Todo esto lo saben los físicos y los ingenieros y estaría bueno que también se incorporara al saber popular de tal manera, que podamos conocer lo que sucede y, recién después, tomar una posición al respecto.

¿Cuál sería la forma para contrarrestar los mitos, la desinformación y los imaginarios catastróficos sobre uso de energía nuclear?

Esa comunicación, por ejemplo, debería tener en cuenta los riesgos y comunicar las acciones tendientes a minimizarlos. Uno no puede dejar en manos de terceros este conocimiento. Uno tiene que saber hacia dónde está apuntando la matriz energética y qué está sucediendo para tener una voz y una opinión formada al respecto. En la intersección entre información científica y aplicación de dicha información para, por ejemplo, el desarrollo de políticas públicas, suele haber una “grieta”, un “gap” que, en muchas ocasiones resulta todo un desafío.

¿Cómo consideras que debería llevarse a cabo esa “traducción” para que los resultados de la investigación científica puedan tener un fin social, que favorezca al conjunto de la población y que no quede “encerrado” en un paper, un libro o una presentación? ¿Es posible superar esa brecha?

Si, aunque no tenemos mucha gimnasia al respecto. Me gustaría ver mucha más discusión de ciencia y tecnología en los ámbitos legislativos, por ejemplo. Esto implica hacer un gran cambio en la comunicación también. Una vez que se instalen ciertos temas y se discutan a un nivel importante se va a necesitar la comunicación pública porque finalmente todo se traduce en costos, en apoyo a ciertas posturas. Todavía hay muy poco incorporado en la agenda política y tenemos que decir que, más allá de cuestiones estrictamente partidarias, este gobierno instaló el tema como ningún otro lo había hecho antes. Es muy común que todo gobierno y todo partido muestre la necesidad de apoyar a la ciencia. Este gobierno tuvo un cambio de preposición: pasaron de apoyar a la ciencia a apoyarse en la ciencia. Esto hace que en los discursos de la Presidenta y del Ministro de Ciencia —y no muchos más— esté presente la idea de usar a la ciencia para solucionar los problemas que tenemos. Es decir, rompe con aquello de que primero hay que solucionar los problemas que tenemos de pobreza, de hambre, de educación y después vemos qué hacemos con la ciencia. Piensa, en cambio, que la ciencia puede ayudar en estos temas. Esta presencia de la ciencia en el discurso público, promovido por este gobierno, ojalá sea retomada en futuros gobiernos, independientemente del signo político que tenga.

¿Quién es Diego Golombek?

Nació en noviembre de 1964 en Buenos Aires. Estudió en el Colegio Nacional de San Isidro, se graduó como Licenciado en Ciencias Biológicas en la Universidad de Buenos Aires y luego obtuvo el doctorado. Actualmente dirige un laboratorio donde, junto a su equipo, investiga temas relacionados con la cronobiología, del que es autor de numerosas publicaciones y dos patentes. Ejerce la docencia en Universidad Nacional de Quilmes y es investigador del CONICET. Por sus aportes, y en particular por un trabajo sobre el viagra y los hamsters, recibió el curioso (aunque académico) premio Ig Nobel. Desde muy joven, y en paralelo a su carrera académica y científica, se dedicó a escribir. Sus cuentos y poesías aparecieron en diversas revistas y antologías; en 2004, publicó la novela Cosa funesta (Sudamericana). Recibió premios literarios en la Argentina, Chile y Venezuela. Además, trabajó como director de teatro, periodista y músico.

Divulgación científica

Es editor de la colección “Ciencia que ladra” de la editorial Siglo XXI, la primera en publicar un libro de Adrián Paenza. En televisión, creó al Cocinero Científico para el programa Científicos Industria Argentina, se convirtió en Doctor G para el canal Encuentro y es asesor científico del programa de Discovery Channel, “La Fábrica”. Además, publica semanalmente una columna sobre ciencia en la revista del diario La Nación. Es autor, entre otros libros de ensayo y textos científicos, de Cerebro: últimas noticias, El nuevo cocinero científico: cuando la ciencia se mete en la cocina, Cavernas y palacios: en busca de la conciencia en el cerebro y Sexo, drogas y biología (y un poco de rock and roll), ADN: 50 años no es nada, Demoliendo papers y El parrillero científico, entre muchos otros. Recibió, entre otros, el Premio Nacional de Ciencias “Bernardo Houssay”, la Beca Guggenheim, el Premio Konex en Comunicación y el Premio “Ciudad Capital” del Distrito Federal de México.

Desde el 2003 es director de “Expedición Ciencia”, un programa de enseñanza de las ciencias que incluye campamentos en diversos lugares del país para jóvenes, así como otras actividades para docentes, que tienen por objetivo promover la educación científica a través de propuestas que fomenten el pensamiento crítico, la creatividad, el conocimiento y la igualdad de oportunidades. Además, realiza diversas presentaciones en Tecnópolis.