La licenciada Diana Feld, directora de la Especialización en Física de la Radioterapia del Instituto de Tecnología Nuclear Dan Beninson, Directora de la Maestria de Física Médica de la UBA y jefa de la División de Física Médica de la CNEA, recibió el premio Día Internacional de la Física Médica 2017 otorgado por la Organización Internacional de Física Médica (IOMP, por sus siglas en inglés).
La IOMP representa a los 25.000 físicos médicos que se calcula hay en todo el mundo, y está compuesta por 86 organizaciones miembro. Su misión es «avanzar en la práctica de la física médica mediante la difusión de información científica, el fomento del desarrollo educativo y profesional, y la promoción de servicios médicos de la más alta calidad»; y colabora con organizaciones internacionales como el OIEA, la OMS y la OIT para fortalecer el papel de los físicos médicos. Recientemente la OIT catalogó a las/os especialistas en física médica como una «profesión dentro de la en la Clasificación Internacional Uniforme de Ocupaciones-08 (ICSO-08) en física y astronomía», categoría que suma para que los gobiernos reconozcan a las/os expertas/os en física médica en la clasificación de sus ocupaciones.
“El objetivo principal en los tratamientos médicos de radioterapia es entregar la mayor dosis de radiación al tumor y la menor a los órganos sanos. En los estudios de diagnóstico de medicina nuclear como en rayos X, lo que se intenta es entregar la mínima dosis para ver lo máximo”, destaca Diana Feld.
Este tipo de expertos entra en escena tras la indicación de un tratamiento de radioterapia. “A cada paciente que se le prescribe una dosis de radiación, se le diseña su plan de tratamiento con un programa computacional específico donde se ingresan los datos del enfermo y algoritmos de cálculo para procesar esa información”, detalla Feld, y ejemplifica: “los cañones deben apuntar a la lesión, y lo que sería la retaguardia, debe proteger a los órganos nobles”. La radiación puede destruir el ADN de las células cancerosas y disminuir así el tamaño del tumor.
Esta especialidad verifica si el equipo de tratamiento responde adecuadamente, si la radiación que debe entregar por minuto es la que corresponde. Para controlar que las radiaciones emitidas por los distintos aparatos médicos sean las adecuadas, estos profesionales recurren a fantomas. “Se trata de modelos que simulan el cuerpo humano. En general son de agua, porque nosotros somos agua. Es como una pecera que tiene dimensiones del cuerpo humano, y se miden las variaciones que hay en la cantidad de radiación que reciben los distintos puntos: en el eje, alejado del eje, para ver si la dosis de radiación se distribuye como queremos”, detalla. “También, -agrega- se hacen fantomas heterogéneos, con distintos órganos, se simula el pulmón con corcho, o los huecos con aire que hay en el cuerpo. No es lo mismo que la radiación se tope con un hueso, aire o tejido blando. Lo que reciba el paciente dependerá de lo que tenga en el camino el haz de radiaciones”.
Algunas de las tareas de esta especialidad es optimizar los tratamientos radiantes; calibrar el equipamiento para asegurar que funcione dentro de los límites recomendables; avanzar en diseños de equipos, así como en incursionar en la hadronterapia. En este caso se usan partículas pesadas tales como el protón (en lugar de fotones y electrones), con el cual se irradia menos el órgano sano situado detrás del tumor. “Por ejemplo, al irradiar una parte del ojo es mejor hacerlo con protones porque llegan hasta un determinado lugar y luego no hay más producción de radiación. Eso es diferente a lo que ocurre con los fotones. Para determinadas lesiones, el protón es muy útil. En nuestro país todavía no lo tenemos y es una posibilidad a desarrollar”, indica Feld, a cargo de la división de física médica de la CNEA.