Por Gustavo Barbán. En U-238 # 22 Julio – Agosto 2016
La obra “El Estado emprendedor”, de la economista ítalo americana Mariana Mazzucato, analiza diversos aspectos del desarrollo y de la innovación económica, y el rol que cumple el Estado como actor central en ese escenario. El planteo general de Mazzucato es utilizado como disparador para analizar, desde la coyuntura local, el lugar que ocupa el Sistema Nuclear Argentino de cara a estrategias de crecimiento económico.
A principios de año pasó por Argentina la economista Mariana Mazzucato, a presentar sus ideas, plasmadas en el libro El Estado Emprendedor, invitada por el Ministerio de Ciencia y Tecnología y el de Producción. Provocó algún pequeño revuelo, ya que, previo a la charla, se juntó con el presidente Mauricio Macri y luego tuiteó “Ayer hablé con el presidente de Argentina, Macri. Charlamos sobre el rol del Estado en la innovación y por qué las políticas económicas neoliberales fallan. No estoy segura de que lo haya entendido”. Pero más allá de la chicana tuitera, su reflexión permite abrirse al análisis de cuáles son los rasgos esenciales de la innovación en el sector nuclear, y las políticas y estrategias necesarias para optimizar su implementación.
El principal campo de estudio de Mazzucato se centra en los aspectos económicos de la innovación, las finanzas y el crecimiento económico; y el papel del Estado en el capitalismo moderno. Refuta, de forma clara, con respaldo de datos y bastante éxito, la idea generalizada de que el Estado no puede elegir a los ganadores, que es torpe, burocrático e incapaz de asumir riesgos empresariales. Su propuesta es clara, el papel del Estado no debe limitarse a las intervenciones en la macroeconomía como un “fijador de reglas” (de mercado) o como financiador pasivo de la I+D pública sino que el Estado debe ser empresario, asumir riesgos y crear mercados.
Las ideas que componen el cuerpo del trabajo de la economista son sencillas, pero no por ello dejan de ser disruptivas en un presente donde se exalta el valor del “emprendedor” como agente sobresaliente de la sociedad y no se tiene una real dimensión de lo que significa. Sostiene que prácticamente toda la tecnología que está detrás de las principales empresas mundiales de consumo fue desarrollada desde un principio por el Estado. Por supuesto, centra su análisis en los Estados Unidos y en Europa, lugares a donde dirige sus críticas y realiza sus propuestas de política de ciencia e innovación.
Toma algunos ejemplos claros, como el de la empresa Apple y toda su parafernalia de aparatos inteligentes (iPhone, iPad, iPod), mediante la cual demuestra con base cierta el desarrollo por parte del Estado de cada una de las características que hacen de estos aparatos “inteligentes”. El GPS, Internet, pantallas táctiles, SIRI, los microprocesadores, las pantallas de cristal líquido, prácticamente toda la tecnología fue desarrollada o financiada por algún organismo del estado norteamericano. Esto no le quita méritos al Sr. Steve Jobs, que tuvo la no menor genialidad de darle el diseño y características deseables por prácticamente todos los usuarios de teléfonos celulares del mundo, al punto tal de convertir esa empresa en la de mayor capitalización a nivel global. Lo mismo muestra con los algoritmos que le dieron origen a Google y con la mayoría de los nuevos medicamentos que salen al mercado.
Podríamos seguir citando ejemplos sobre el trabajo de Mazzucato, muy bien fundamentados, pero nos correríamos de los objetivos de este trabajo que es repensar, a la luz de estas teorías y el contexto actual, la innovación en el Sector Nuclear Argentino (SNA).
Históricamente, la idea del desarrollo científico tecnológico del SNA estuvo signada por la teoría-praxis de las ideas de Jorge Sabato. El SATI, la apertura del Paquete Tecnológico, la Fábrica de Tecnología, la conceptualización del Triángulo de Sabato son todos conceptos que fueron evolucionando al calor de los trabajos que Sabato y su equipo hicieron desde la creación de los laboratorios de metalurgia en CNEA. Fueron muchas de las ideas que se llevaron a la práctica y que permitieron tomar conciencia de los procesos y determinantes en la apropiación de la tecnología y su utilización para la transformación productiva del país.
Se puede mencionar como principal aporte a la política tecnológica el Triángulo de Sabato, donde conceptualiza al desarrollo tecnológico a partir de tres actores y sus vinculaciones (de ahí el Triángulo). Estos actores son el gobierno, las empresas y el sistema científico-tecnológico, y de las vinculaciones entre ellos se origina el proceso actual de desarrollo. Demás está decir que estas ideas propulsaban al Estado como un actor central en el direccionamiento de las políticas y el desarrollo económico.
Ya pasaron más de cuarenta años de aquellas ideas y todavía mantienen plena vigencia, aunque ya no esté presente la organización institucional que les dio origen, esa CNEA monolítica que contenía a todas las actividades del SNA. En aquel entonces, Sabato planteaba los inconvenientes de un ente como CNEA, con los problemas que acarrea llevar a la fase productiva los diversos desarrollos creados en la institución. Ya en esa época mencionaba la necesidad de crear empresas que tengan como objetivo el desarrollo productivo de estas actividades.
El contexto actual es más parecido a lo que planteaba Sabato en su momento. Además del promotor y del regulador de la actividad nuclear (CNEA y ARN respectivamente), existen por lo menos seis empresas dedicadas exclusivamente, o en gran parte, a actividades nucleares (DIOXITEK, ENSI, CONUAR, FAE, Nucleoeléctrica e INVAP). Muchas otras existen que realizan alguna actividad relacionada con el uso de radioisótopos y las radiaciones, pero lo importante es el entramado institucional de generación de valor que sustenta estas actividades. La constitución del SNA está representada en el Triángulo de Sabato.
Esta conformación en red hace que hablemos del Sector Nuclear Argentino, sin referencia explícita a ninguna organización en particular. Pero, considerando que lo nuclear es una política de Estado en nuestro país y la participación de CNEA, como accionista o en su rol de director en prácticamente todos los actores relevantes del sistema, la convierten en un actor central para entender al sistema, la creación de la actual subsecretaría de energía nuclear en el ámbito del Ministerio de energía y minería, resignifica el vértice G. Esto le da una nueva dinámica al sistema, ya que por primera vez en la historia de su creación, el sector cuenta con un enclave institucional dentro de las estructuras de un gobierno.
Ante esta realidad, las preguntas que surgen son varias, sobre cómo direccionar, organizar y evaluar las políticas aplicadas en el SNA. Como estableció claramente Sabato en 1970, en Argentina, lo nuclear sirve en tanto y en cuanto sea una herramienta para la transformación productiva del país.
Si nos centramos en las relaciones entre el sistema científico tecnológico y las empresas, el sistema está regido por la Ley Nº 23.877, “de promoción y fomento de la innovación tecnológica”. Esta ley marca los lineamientos para realizar y agilizar la transferencia de tecnología de los entes estatales y pone en el centro a las Unidades de Vinculación Tecnológicas, las UVT, que representan el núcleo fundamental del sistema de innovación, ya que hacen las veces de nexo entre el organismo estatal y la empresa que necesita el desarrollo tecnológico. La mayoría de las UVT están asociadas a alguna institución y fueron creadas a tal fin, en el caso del SNA. Estas son la Fundación Balseiro, la Asociación Cooperadora del Departamento de Física y el Foro de Ciencia y Tecnología para la Producción.
Estas tres UVT facturaron en el año 2014 el total de $123 millones en múltiples actividades, desde la prestación de servicios a las empresas del SNA, hasta servicios a la industria metalmecánica, farmacéutica, petrolera, alimenticia, espacial entre otras. No es un número nada despreciable, si tomamos en cuenta que el presupuesto de dicho año para la ejecución de proyectos (lo que no es gasto de personal) ascendió a $853 millones. Alrededor de 1500 empresas e instituciones fueron receptoras de los servicios de innovación tecnológica de CNEA para el mencionado año. Es un número que llama la atención y resalta la cantidad de lugares donde se llega con algún servicio o mejora.
En estas ejecuciones se destaca obviamente, por su tamaño y la cantidad de proyectos que lleva adelante, la relación con Nucleoeléctrica Argentina: de esos $123 millones, $69 corresponden a dicha relación. Más del 55% del monto total se lo lleva una empresa, la más importante, del Sistema Nuclear Argentino. Lo curioso de la relación entre CNEA y NA-SA es que, aun siendo tenedora del 20% de las acciones de la empresa (todavía sin suscribir), todavía no se encuentra un modelo estable y armonioso de relación, lo que también puede extenderse al resto de las empresas del SNA donde la participación de CNEA es mayor aún. Este es uno de los grandes desafíos, ya que por la, a veces pesada, historia común de nuestras instituciones, estas relaciones sufrieron fuertes vaivenes.
Para ello, se deberían repensar y trabajar en la armonización de las actividades que realizan las empresas del SNA. Esto implica definir su complementariedad, requerimientos de investigación y desarrollo en CyT, posibilidades de sustitución de importaciones, desarrollo federal, políticas conjuntas de desarrollo de recursos humanos. Demás está decir que cada uno de estos sectores se siente orgulloso de su aporte a una política que viene desarrollándose a lo largo de más de seis décadas, pero requiere de una coordinación técnico-política que no era necesaria hace treinta años, cuando todo el desarrollo nuclear se concentraba en CNEA.
Las empresas creadas por el SNA tienen diversos orígenes y motivaciones, por lo que es imposible establecer un único patrón de relaciones. INVAP nació del seno de CNEA como una fábrica de tecnología, en el sentido más Sabatino. CONUAR, FAE y ENSI lo hicieron al calor de un plan nuclear que quedó trunco. NA-SA fue creada con el objetivo de privatizar la generación nucleoeléctrica, así como lo fue DIOXITEK. Es por eso que todas difieren en sus estatutos en cuanto a sus relaciones con la I+D desarrollada desde el lugar que les dio origen. Tanto CONUAR como FAE explicitan en sus estatutos que se destinará el 2% de la facturación neta, con el objeto de promover tareas de investigación científica y tecnológica relacionadas con la producción y utilización de aleaciones de circonio y combustibles nucleares. Por otro lado, ni NA-SA, ni CONUAR tiene en sus estatutos algún artículo de esas características.
La ecuación funciona para los dos lados, el apoyo en el sistema científico tecnológico como forma de progresar debiera ser equilibrado con la generación de nuevas empresas que se dediquen a llevar adelante todas aquellas tareas que trasciendan la escala laboratorio y comiencen con su fase productiva. Numerosos ejemplos existen de tareas que podrían ser desarrolladas de una mejor manera, pero que todavía no se les encontró la forma organizativa para una mejor operación. La estrategia es de doble vía, pues actualmente existen muchas actividades productivas que no terminan de despegar o que consumen recursos que se pueden dedicar al desarrollo de nueva I+D en el ámbito nuclear. Los casos de la minería del uranio y lo que pueda llegar a pasar con la producción del RA-10 se presentan como puntos clave en este sentido.
En definitiva, como sostiene otro economista, estudioso de los procesos de industrialización y desarrollo, el coreano Ha-Joon Chang, el conocimiento es esencial para innovar y lo que logra cambiar la estructura de un país no es el conocimiento individual, sino el conocimiento colectivo. Porque en la economía moderna, el desarrollo de las habilidades productivas ocurre adentro de las empresas antes que a nivel individual. Todo lo que se mencionó respecto de la innovación, posibilidades de mejoras y estrategias, hay que considerar lo puesto que la innovación en el sector nuclear tiene sentido en tanto y en cuanto el gobierno adopte como Política de Estado el desarrollo de la Nuclear como un vector de modernización de la industria.