Por Pablo Domini – En U-238 Diciembre 12
Esta es la historia de un club que —como en una película de Campanella— estaba destinado a desparecer. Sin embargo, un grupo de socios se decidió a salvarlo del olvido. Ahora, el Club Social y Deportivo Energía Atómica de Malargüe no sólo se destaca en la liga malargüina de fútbol, sino que también se anima a soñar con incorporar al hockey sobre césped y al rugby a las competencias oficiales.
“La vida imita al arte”, dijo alguna vez Oscar Wilde, acuñando una frase que bien puede aplicarse a la historia del Club Social y Deportivo Energía Atómica de Malargüe, creado en la década del 60 para el esparcimiento de trabajadores de la CNEA —del yacimiento Huemul y la planta Malargüe— y protagonista de un relato que da cuenta de la importancia que pueden alcanzar ciertos lugares cuando se transforman en el centro de la vida de un grupo de personas.
Así es como, siguiendo lo dicho por el poeta, la historia de la modesta institución malargüina puede sugerir un cruce con el mundo de lo artístico, recordando a Luna de Avellaneda, club de ficción y título del popular film dirigido en 2004 por Juan José Campanella y protagonizado por Ricardo Darín. Ocurre que en ambos casos un puñado de socios decidió juntarse para salvar de la desaparición al club de sus amores, a esos colores que, ya lejos de sus años dorados, parecían condenados al olvido.
En el drama de Campanella, inscripto en un escenario de crisis, los enemigos son, en buena medida, el individualismo y el neoliberalismo que lo alimenta, inspirador de la ruptura de los lazos solidarios e impulsor de la privatización de un espacio que la lógica económica entiende como inviable. A esos escollos se enfrenta Román Maldonado, el personaje interpretado por Darín. En Malargüe, el protagonista se llama Argentino César Correa, bicicletero, mecánico y ex soldador mecánico de la CNEA, que presidió el club entre 1996 y 2009 y, en este caso, la historia está ligada al nacimiento, desarrollo y ocaso de la explotación del uranio en el sur mendocino.
“Nos íbamos a quedar sin nada”, relató Argentino al recordar la crisis que en 1996 derivaba inevitablemente en el fin del Club Energía Atómica de Malargüe (CEA). El declive se debía a que, a partir de mediados de la década de 1990, la actividad vinculada con el uranio entró en una etapa de cierre definitivo, de descontaminación de equipos e instalaciones, dejando atrás el apogeo que tuvieron hace décadas el yacimiento Huemul y la Planta de Malargüe. Y, en rigor, el cierre del club ocurrió, con el detalle de que a partir de ese momento comenzó a surgir el Club Social y Deportivo Energía Atómica, gracias al impulso de una decena de socios que resistió y llevó a la práctica lo que en Luna de Avellaneda no se expresa, pero queda sugerido tras la venta del club y la luz de esperanza que queda en Maldonado. Se trató entonces de una segunda fundación para esta institución malargüina representada por los colores rojo y blanco.
El salvataje del club debió luchar contra la dura realidad de la región, ya que se estaba dando, lisa y llanamente, el completo retiro de la actividad nuclear de la región y con ello de la mayoría de los empleados que habitaban una zona que había crecido, justamente, por impulso del trabajo de la CNEA y de otros organismos nacionales. El club era parte del paquete —funcionaba dentro del predio de la CNEA— y ya no podía seguir funcionando. Fue entonces cuando tomó la posta el grupito de socios. “Queríamos aunque más no sea un lugar para contarnos las penas”, rememoró Argentino, quien señaló que, con el CEA ya desaparecido, comenzó a tocar puertas, sin éxito al principio, hasta que logró hacer una jugada exitosa: salió al aire contando la situación en la radio local. La historia prendió y pronto se logró que el municipio adjudique un terreno del que lograron posesión precaria —en espera aún hoy de la escritura— tras estar dos años sin un espacio físico.
Así es como nació el Club Social y Deportivo Energía Atómica, heredero del CEA, que funciona en un predio de 4 hectáreas ubicado a 2 kilómetros del centro de Malargüe, en el callejón Milagro de los Arenales 758.
Allí, en la sede inaugurada en 1999, los 86 socios activos actuales pagan una cuota de $10, que pronto subirá a $20 y ostentan los “lujos” de tener vestuarios, agua caliente, luz y un salón de siete metros por cinco, donde jueves por medio se organizan concurridos shows de folklore. Cada tanto, también se realiza allí alguna fiesta.
“Ahora estamos haciendo el portón y vamos a construir un gimnasio”, se ilusiona Argentino, quien actualmente es vocal del club y cuenta con el privilegio de manejar uno de los tesoros del club: una camioneta Ford F 100 blanca del año 82.
El deporte, claro, fue y sigue siendo la actividad principal del club, con el fútbol como estandarte. De hecho, los Atómicos están muy orgullosos de su equipo de primera que viste camiseta roja y blanca con rayas verticales, similar a la de Estudiantes de La Plata, aunque a veces el diseño incluye el color negro y formatos alternativos. En ese plantel hoy sobresalen Manuel Campo, el goleador y Jorge Río, “un negrito muy rápido que juega arriba”, según lo describe Argentino. Se suman formaciones en categorías de menores de 19 años, menores de 17 años y de la liga infantil. La competencia que los incluye es la liga malargüina, que actualmente está desafiliada de la AFA, en la que tienen como rivales a Club Volantes Unidos Social y Deportivo, Vialidad Nacional, Ferrosol, Ranquil del Norte, Deportivo Municipal, San Lorenzo y Agua Escondida. El club más grande de la localidad es el Deportivo Malargüe, que actualmente compite en la liga de San Rafael.
La hinchada de los Atómicos pueden jactarse de jugar siempre de local, ya que es en su cancha —o en la de Vialidad— donde se juegan las fechas completas cada sábado, a excepción de un puñado de frías semanas de julio y agosto, cuando la nieve hace su aparición en esta parte de Cuyo, próxima al complejo de esquí Las Leñas.
Y no sólo de fútbol se alimentan los Atómicos, ya que de un tiempo a esta parte han logrado incluir entre las actividades al hockey y al rugby que, si todo sale bien, pronto podrían llegar a participar en competencias oficiales. Por eso es tan importante para este club del sur de Mendoza poseer su propia cancha, y es por eso que cuidan como oro el pasto o “chepica”, como le dicen a la gramilla especial que cubre el suelo, la única apta para resistir los crudos inviernos, las heladas y la nieve.
Años dorados
En Mendoza, la extracción de uranio fue la responsable, junto con la actividad minera y el petróleo, del crecimiento de la región sur, con las tierras malargüinas como centro de la actividad. La prosperidad económica motivó el crecimiento de la población a partir de la década del 60, con la consecuente demanda de servicios y opciones de esparcimiento. Así fue como la CNEA, responsable de la explotación de uranio en la zona, creó el CEA, dándole espacio dentro de su predio. Fue el 17 de abril de 1967, fecha de la primera de las dos fundaciones que tuvo el club.
En ese entonces, el CEA reunió a los empleados de la Planta de Malargüe y del yacimiento Huemul, con tres centenas de socios. La cuota societaria se cobraba compulsivamente de los salarios de los trabajadores, por lo que hasta 1996 nunca faltaron fondos en el club.
Como era de esperar, el fútbol se convirtió rápidamente en una de las principales actividades del CEA, con participación en torneos departamentales. Los equipos estaban integrados por empleados de las plantas e incluso por algunos gendarmes que se sumaban al plantel a pesar de que tradicionalmente su club es el San Lorenzo malargüino.
Los pergaminos del CEA indican que se alzó con varios campeonatos de la liga de Malargüe e, incluso, jugó un torneo provincial. Algunos ídolos recordados son los hermanos Peralta, Ángel, un cinco “metedor” y Manuel, goleador, que jugaron a mediados de la década del 70. Horacio Agostini es otro “romperredes” de esa misma época que rescatan los memoriosos.
Cómo máximos logros de ese entonces, los Atómicos destacan aquella participación en el torneo provincial de 1977, con una actuación digna teniendo en cuenta que se trataba de un equipo de obreros reforzado con gendarmes.
Nunca jugaron contra clubes de Buenos Aires, Córdoba o Santa Fe, pero aquel torneo del 77 les dejó el recuerdo de una victoria por 3 a 2 contra Godoy Cruz, un equipo que hoy juega en la Primera División del Fútbol argentino y se codea con las estrellas de Boca Juniors y River Plate.
En los 80, el fútbol entró en decadencia en Malargüe, con la desafiliación de la liga local en 1985 por problemas con los balances. Comenzó entonces a jugarse un torneo independiente fuera de la tutela de la AFA, con una fuerte pérdida de competitividad, ya que los clubes más fuertes como Deportivo Malargüe se trasladaron a la liga de San Rafael. Los Atómicos, entonces, debieron conformarse con partidos de menor nivel o, a partir de 1993, por caso, alentando a Electrón 75, nombre de la formación que representaba al club en la liga de veteranos. Otras fuentes de alegría eran —y siguen siendo—los intercambios con clubes de Chile, como 21 de Mayo y Constitución, entre otros, o con los vecinos Veteranos de Villa Atuel, de San Rafael.
Pero así como el club está actualmente en etapa de recuperación, el fútbol de los Atómicos y de Malargüe también estaría cerca de entrar en una racha positiva: todo indica que la liga local accedería a una personería jurídica como Asociación Malargüina de Fútbol, lo que recuperaría la competitividad del fútbol local. “Con el Fútbol para Todos hay una corriente más federalizadota y la AFA quiere favorecer que haya nuevas ligas oficiales”, confió José Ribero, miembro del club, ex jugador y ahora entrenador de fútbol de chicos, cuyo padre, un ex empleado de la CNEA, vivió las épocas doradas de los Atómicos, tiempos que, bajo la luna cordillerana de Malargüe, podrían volver a repetirse en el predio del callejón Milagro de los Arenales.
Huemul
La historia de la energía atómica en Argentina está estrechamente relacionada con la provincia de Mendoza y, más precisamente, con la localidad de Marlargüe, donde se descubrió el 31 de mayo de 1952 el Yacimiento Eva Perón, luego denominado Yacimiento Huemul. En su momento, se trató de la fuente de uranio más importante de una Argentina que, como otros muchos países, tras la Segunda Guerra Mundial, se iniciaba en el nuevo mundo de la energía atómica. En una segunda etapa, entre 1961 y 1962, se elaboró un proyecto para instalar en Malargüe la primera planta de procesamientos completa para minerales uraníferos de Latinoamérica, una condición que conservó hasta la década del 80. Aun así, para 1975 ya se había agotado el uranio en Huemul, por lo que la Planta Malargüe comenzó a ser alimentada con minerales del yacimiento Dr. Baulíes, en Sierra Pintada, departamento de San Rafael. A partir del comienzo de la operación del Complejo Minero Fabril San Rafael, en 1979, las actividades de la Planta Malargüe comenzaron a menguar, y a mediados de los 80 las operaciones llegaron a su fin, dando paso a una etapa que implicó el cese del procesamiento de uranio en el Departamento Malargüe. Paulatinamente se iniciaron las actividades de desmantelamiento de la instalación y, a partir de 1997, cuando la provincia dictó la Declaración de Impacto Ambiental, se dispuso el inicio de las obras de restitución ambiental.