Más energía nuclear, menos calentamiento global

Por Gabriel De Paula y Carolina Miscione. En U-238 12 Julio 14

A mediados de 2014 la U.S. Environmental Protection Agency emitió una directiva de política ambiental que tendrá impacto en los próximos años: reducir la emisión de dióxido de carbono de las plantas generadoras de energía. En la misma sintonía, el sector nuclear de Estados Unidos se puso a la vanguardia al afirmar que ese objetivo es posible sólo a partir de un impulso que multiplique la capacidad de la energía nuclear en el país.

Tras estas definiciones, encontramos un contexto internacional en materia ambiental y estratégico político, y en la agenda interna un análisis de capacidades que dan cuenta de las posibilidades de diversificar la matriz energética del país.

El calentamiento global en la agenda internacional

El 11 de diciembre de 1997 se adoptó el Protocolo de Kyoto, compromiso internacional para la reducción de los gases efecto invernadero. La firma de este acuerdo tuvo lugar durante la COP 3 (Conferencia de las Partes) de la Convención sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas, el cual recoge tres aspectos básicos que dan lugar al calentamiento global, y sobre los cuales plantea que es imperativo trabajar:

* La concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera de la Tierra está directamente relacionada con la temperatura media mundial del planeta.

* Desde la Revolución Industrial la concentración ha ido aumentando de forma continua y con ella las temperaturas medias mundiales.

* El gas de efecto invernadero más abundante es el dióxido de carbono, que se genera al quemar combustibles fósiles.

Los documentos de la convención son claros al identificar problemas relacionados con el calentamiento global, como el derretimiento de los polos, el aumento de la masa marina, la alteración del equilibrio dinámico del Planeta Tierra, el desarrollo económico y la pobreza. En consecuencia, el Protocolo de Kyoto busca darle respuesta a estos fenómenos asociados, a partir de una serie de compromisos con el medio ambiente y el desarrollo sustentable.

Al día de hoy, el protocolo fue ratificado por 192 países y la Unión Europea, pero hay dos países que no forman parte del mismo: Estados Unidos y Canadá. En el caso de Estados Unidos, el presidente Bill Clinton había firmado el Protocolo, pero no fue ratificado por el Congreso. Fue su sucesor, George W. Bush, quien dio por cerrada la posibilidad de que su país formara parte del mismo en 2007, durante una reunión convocada en Washington que nucleó a los 16 países más contaminantes del mundo. En esa oportunidad, el entonces presidente Bush aseguró que tal como estaba planteado el Protocolo de Kyoto, las reducciones de gases de efecto invernadero debilitan el crecimiento económico; cada país debía diseñar su estrategia centrada en los recursos energéticos, su nivel de desarrollo y sus necesidades económicas.

Probablemente, esa sea la definición más elocuente del nivel principal de la toma de decisiones, y que da cuenta del análisis estratégico de Estados Unidos sobre la cuestión. Es a partir de estos datos que nos encontramos en 2014 con el anuncio de la U.S. EnvironmentalProtection Agency sobre la reducción de las emisiones de carbono de las plantas generadoras de energía, para combatir el cambio climático. Y que en línea con esa decisión, Richard Myers, Vicepresidente del Nuclear EnergyInstitute’s, afirmara que esa reducción requiere un rol predominante de la energía nuclear.

Geopolítica y matriz energética de Estados Unidos

El impulso de la energía nuclear como sustituto a los combustibles fósiles forma parte de una estrategia más amplia de Estados Unidos, centrada en factores geopolíticos que se han ido consolidando en los últimos 15 años. Ya nos hemos referido, en ediciones anteriores de U-238 a la matriz energética internacional, profundamente dependiente de los hidrocarburos, sobre la cual se van desarrollando escenarios de escasez y conflicto que obligan a algunos países a replantear sus políticas de explotación y/o acceso a dichos recursos naturales, asignando esfuerzo presupuestario, recursos materiales y recursos humanos.

En parte, por las razones expuestas, la comunidad internacional monitorea con especial interés la situación en Rusia y los países del Este de Europa (por donde pasan gasoductos y oleoductos hacia Europa occidental) y Medio Oriente, donde los conflictos armados se mantienen sin solución aparente. Desde el análisis de escritorio, estos conflictos se leen con lógica geopolítica, porque si bien es una disciplina teórica, se aplica en estrategias concretas de despliegue militar y enclaves económicos, en las zonas en las cuales hay disponibilidad de recursos naturales.

En síntesis, la puja entre las potencias por el control de esas zonas tensiona los equilibrios político–estratégicos y dispara alternativas que permitan la autosuficiencia energética, la independencia económica y el mantenimiento de un estándar de calidad de vida, con niveles de crecimiento económico y consumo constantes.

Con este escenario como base de análisis, y la resolución de Estados Unidos de reducir las emisiones de carbono, observemos brevemente la matriz energética norteamericana, a partir de la cual nos será posible ver en números concretos las posibilidades de la energía nuclear como opción a la hora de diversificar la producción de electricidad:

Como podemos apreciar, actualmente el carbón representa el 43% de la producción total de energía eléctrica. Complementando ese dato, según estadísticas de la U.S. Environmental Protection Agency, la generación de electricidad aporta el 38% de las emisiones de dióxido de carbono.

Según estos porcentajes, el carbón estaría representando alrededor del 16% de las emisiones de dióxido de carbono, sumando otras sustancias contaminantes como el dióxido de azufre, óxidos de nitrógeno y mercurio a la atmósfera.

Tal como venimos analizando, el escenario geopolítico y la situación estructural de emisiones de carbono obligan a Estados Unidos a diseñar alternativas a la actual matriz energética. Este rediseño implica potenciar un sector para sustituir el uso del carbón, y tal como se presenta en el gráfico las opciones son el gas natural, el petróleo, energías verdes y la generación nuclear.

En definitiva, es posible inferir que la sustitución por otros hidrocarburos tiene dos aristas, una ambiental y otra económico-política. Acerca de la primera, si se continúa con el uso de hidrocarburos no se solucionan las emisiones de gases efecto invernadero (se reducirían en un porcentaje no significativo) y en la segunda aumentaría la dependencia de la matriz energética sobre el gas y el petróleo, tanto del sector externo como de los límites de producción y abastecimiento interno.

En cuanto a las energías verdes y la energía nuclear la postura oficial es trabajar sobre el desarrollo esta última. No obstante, es necesario tomar en cuenta que sustituir el uso del carbón de forma acelerada y sostenida supondría un salto en la producción de la energía nuclear, lo que generará dependencia por las necesidades de importación de combustible, tecnología y componentes de reactores para sus centrales nucleares.

En síntesis, se mantiene la dependencia aunque con variaciones en el contexto económico y geopolítico, a la vez de traer aparejados condicionantes en términos de inversión, desarrollo y seguridad en sus dos sentidos (safety y security).

Producción de energía nuclear en Estados Unidos

En términos comparativos con otras potencias nucleares como Francia (78% de su producción es nucleoeléctrica), en Estados Unidos la incidencia del sector nuclear en la producción energética es baja. Sin embargo, también comparativamente, se observa que este país contiene la mayor cantidad de reactores nucleares en funcionamiento a nivel global: 100 reactores sobre una totalidad de 435, y actualmente cinco en construcción.

Vale destacar que el estado actual y proyectado de generación nuclear que posee Estados Unidos difícilmente contribuya de manera significativa a combatir los efectos negativos de la emisión de dióxido de carbono. La razón es bastante simple: para detener el estado actual de deterioro ambiental y frenar el calentamiento global, es necesario exigir al sistema productivo enormes reducciones en las emisiones, y la industria nuclear no estaría, al menos en el corto plazo y con los indicadores disponibles, en condiciones de llevar a cabo la construcción de un número elevado de nuevos reactores nucleares.

Sumado a esta situación, las nuevas centrales nucleares que construya Estados Unidos compensarían el retiro de los reactores nucleares construidos décadas atrás. A ello debe agregarse que todo incremento energético de las centrales nucleares debe ir acompañado por la planificación acorde de los repositorios de residuos nucleares permanentes.

El pasivo ambiental de la producción energética

Dentro del abanico de beneficios de la energía nuclear, se destaca el bajo impacto sobre el medioambiente, especialmente si se lo compara con la energía térmica, que tal como se verifica, emite inmensos volúmenes de gases de efecto invernadero y de residuos tóxicos efecto de la combustión, además de utilizar recursos no renovables y escasos.

Toda generación de energía eléctrica implica un pasivo ambiental (aun con las denominadas energías verdes), que se registra a partir de la identificación de determinados sitios contaminados por la liberación de materiales o residuos peligrosos, que no fueron tratados oportunamente, y que obligan a la autoridad pertinente a exigir y remediar dicha situación.

Así como se afirma que comparativamente la energía liberada durante la fisión del átomo es limpia y confiable en el suministro, y no contaminante, también debe advertirse que la principal desventaja de la misma radica en la radiactividad electromagnética que genera (como los rayos gamma y fragmentos del núcleo del átomo) y en el almacenamiento de los residuos radioactivos; consolidando dos variantes de pasivos ambientales que requieren suma atención por parte de cualquier Estado que maneje el ciclo de la energía nuclear.

Sin una política eficiente por parte del Estado, otra consecuencia del proceso de producción de energía nucleoeléctrica susceptible de convertirse en un pasivo ambiental deriva del reprocesamiento del combustible nuclear gastado en los reactores.

En cuanto a la amenaza que supone este pasivo, su explicación se asocia al riesgo exponencial que supone tanto para el personal de la planta como para la comunidad y para el medioambiente la manipulación del combustible gastado por los altos niveles de radiactividad que contiene, a lo deben sumarse los riesgos del transporte de esos combustibles usados plausibles de reprocesar. Respecto al riesgo potencial de proliferación, el punto fundamental que debe tenerse en cuenta es la generación de plutonio como efecto colateral del reciclado de los combustibles usados.

Particularmente, el caso de los Estados Unidos es llamativo ya que canceló el funcionamiento de su propia planta de reprocesamiento por razones económicas y por la amenaza que contrarresta los beneficios de reprocesar. En cuanto al costo económico del reprocesamiento por parte de este país, pensemos que actualmente el uranio natural sigue teniendo un precio muy bajo a nivel internacional ya que la demanda del mismo no ha superado a la oferta. Por lo que el mercado internacional no exige a los Estados aún hoy la necesidad de reprocesar el combustible gastado a fin de obtener nuevamente material físil para el funcionamiento del reactor.

El riesgo de la proliferación como condicionante

Las fortalezas y debilidades expresadas bajo el concepto de “pasivo ambiental nuclear”, deben ser analizadas según el impacto que las mismas tengan en la seguridad nacional de Estados Unidos. Por tanto, para que los riesgos nucleares no opaquen los beneficios de la energía nuclear en lo que respecta a la diversificación de la matriz energética, necesariamente deberán ir acompañados por el incremento del control nuclear que actualmente posee este país.

Esto significa que deberían profundizarse las acciones necesarias y suficientes para proteger a la población y su medio ambiente, resguardándola de los efectos negativos que podrían resultar del desarrollo nuclear, incluyendo los riesgos de acciones bélicas y/o terroristas en territorio estadounidense.

Esto se traduce en una intensificación del abordaje de las tres “s”, de las cuales hemos hablado en números anteriores de U-238 que, en resumidas cuentas, implicarían reforzar las medidas destinadas a salvaguardas (safeguards) previendo que no haya transferencia alguna de materiales nucleares desde los programas nucleares pacíficos a eventuales actividades no pacíficas; mediante medidas propias de la security, que implica controlar la posesión no autorizada y/o uso ilegal y/o malicioso de materiales nucleares y materiales radioactivos; mientras que por último, en lo relativo a la safety deberá asegurarse que el uso de materiales nucleares y materiales radioactivos no causen daño o lesiones a personas y al ambiente.

No debemos olvidar que el Terrorismo Nuclear es entendido por Estados Unidos como una de las principales amenazas a su seguridad nacional, tanto en lo que hace a posibles ataques a centrales nucleares como a robo de material nuclear o de fuentes radiactivas para la construcción de “bombas sucias” por parte de terroristas.

Desde las primeras declaraciones oficiales del Presidente Obama, el tema nuclear se ha posicionado en un lugar preferencial en la agenda de la seguridad doméstica e internacional. Incluso, esto se plasma en la revisión que la Administración en cuestión elabora sobre su Homeland Security (política de la seguridad nacional) donde el “terrorismo nuclear”, especialmente posibles ataques que supongan el uso de dispositivos nucleares improvisados, son entendidos como la amenaza a la seguridad nacional más importante que debe enfrentar este país.

A modo de conclusión general, un escenario posible que se configura a partir de la necesidad de un aumento de la generación eléctrica nuclear en Estados Unidos estará sujeto a una evaluación de cuestiones críticas acerca de la factibilidad en términos económicos, el análisis de impacto ambiental y la gestión de la seguridad sobre instalaciones para minimizar los riesgos de proliferación.