Relato del uranio y la amistad

Por Emiliano Luna. En U-238 Septiembre 13

El mito comenzó entre un amigo y otro de la plaza. Cerca del bosque. Cuando llegué, pesqué en una de esas lo que el Tanito contestaba: Uranio es uranio porque nació enojado el Dios. ¡Pará! dijo el Rengo, que así parado como estaba disimulaba, y pasaba por canchera su parada, qué decís, ¡bestia! Le dicen así porque… hay un planeta que es Urano, ¿bien?

Y la voz se frenaba en el Rengo, como la bocha bajo un pie yendo y viniendo, aplastada, la lengua, y en lo mínimo audible, movía los labios y decía el Rengo como si encontrara algo perdido… ahí está, ¿qué dijiste? Dijo el Tanito, y el Rengo al toque y más alto, que después del Big-Bang unas rocas desde ahí se incrustaron en la tierra y creció el uranio, y muy bajito decía tomá. El Rengo siempre dijo que sabía, nunca lo escuché dejar pasar una chance para opinar, y siempre lo sabía porque lo había escuchado en el club, o a lo sumo a una prima, por eso se quedaba esos micro-segundos buscando una palabra que destrabase el conflicto que genera un silencio incómodo, que sabe a derrota; ¡Ah, bueno!, agregó el Tanito, ya electrizante, lo tuyo es de libro. Lo tuyo también, contestó el Rengo, ¿jugás para algún equipo de tarados? Y vos, replicó el Tanito, ¿bichitos galácticos o algo así? Y qué, aumentó la apuesta el Rengo con su voz ya de túnel con locomotora, montañés, tu manía de mentir es de tu mamá, como le miente al guampudo de tu viejo..? Esa pregunta terminó con las palabras y emprendió la riña. Gallo blanco, gallo negro, crestas de todos colores.

Todo ese cuadro ante mi mirada extrañada ya, pero que al instante lograría sintonizar y con una sonrisa señalada diría adiós a ambos. Los dejé peleándose para siempre cerca del bosque. Era un código nuestro el de no intervenir en riñas internas al grupo. Además, sucediese lo que fuera sabía que estarían amigados para la noche.

Al irme temprano de la plaza, imprevistamente, y mucho antes de lo que yo quería, una pavada me llevó a que caminara pensando alrededor de una respuesta ¿era una pavada?

Yo aún no lo sabía. Luis, el Rengo, por algo se había enojado así con el Tanito Pablo, algo olfateaban o al menos Luis; y además, yo nunca había hecho ningún comentario sobre lo del uranio del Turco, así que supongo que el Turco les habría soltado algo. Seguro que el Rengo y el Tanito querían robarle la piedra esa para venderla. Después de todo, si el cobre se cobra, el uranio debe ser caro, ¿no?

Ahora, seguía por una calle de tierra mejorada, de pueblo suburbano, sur con zanjas ya secas, bien arbolada, bastante antigua en alguna fachada, en algunas zonas todavía sin veredas, de esas que no quedan más en estos tiempos. Saqué un pucho y lo fui fumando.

Algo me intrigaba: ¿estos tipos qué estaban haciendo? Yo los conocía y sabía que no había chance de que ellos hablaran y se entendieran antes de pelear. Y si peleaban, (y sí lo hacían), en el fondo era por la zorra de guita que se imaginaban hacer. Aunque no supieran ni se imaginaran que era “eso” de lo que hablaba el Turco, pero sonaba a negocio; y eso para ellos era suficiente. Porque,… vamos… estos, no movían ni las pestañas si no sonaba al menos unas chirolas en la lata. Pero ¿dónde tenían el plan? La codicia viene en bandeja de plata. Si no les hablabas no pensaban en nada, había que mirarlos para reconocerlos.

Al menos por eso; qué caja de sorpresas sería todo. Paré en un almacén y entré a comprar algo pero salí sin hacerlo, en el balero me preguntaba ¿qué es lo que estaban discutiendo el Rengo y el Tano? Pero sobre todo era inquietante, en el fondo, el hecho de que estos dos se pusieran a discutir nomás, por ese mismo motivo en años anteriores lo más seguro era que buscara y me empeñara en conseguir respuestas, por una vía o la otra. Pero una respuesta en ocasiones podía ser desventurada de hallar y prolongada de realizar, porque las respuestas se construyen al buscarlas. Por eso y ante tamaña empresa inútil para el tiempo de hoy día, di media vuelta y me dirigí derecho a casa.

Llegué, me acosté y dormí. La noche nublada fue escenario de pesadillas. Unas horas más tarde, solo y desayunando, recordé a Herschel. Urano es el primer planeta descubierto por medio de un telescopio; y él fue quien lo nombró por vez primera. Luego de años de ausencia en mis pensamientos, otra vez estaban dentro de uno, Urano y su descubridor, el gran músico de las estrellas. Cómo iba a olvidarme de ese Herschel si la desatendida profesora de cuarto de geografía me hizo estudiar la historia de ese hombre sin decirme por qué y encima después la tipa nunca me lo tomó. Es de las pocas cosas que recuerdo del secundario, la lección de Urano y Herschel para la Rubinatti. La Rubí… cualquiera le estudiaba, tenía el carácter de un Ombú, como queriéndolo ser, te decía en voz alta: caballeritos, please, please.. ¡Silencio! Su voz, fumadora en los recreos, parecía con dos whiskys arriba; encima, tenía el pelo rojo; sí, pánico le teníamos. Pero después yo no le tuve más; aunque eso no importa ahora, pero siempre la recuerdo cuando recuerdo que Urano es el séptimo planeta desde el Sol y es el tercero más grande del Sistema Solar.

Fue descubierto por William Herschel en 1781. Posee un diámetro ecuatorial de 51.800 kilómetros y completa su órbita alrededor del Sol cada 84.01 años terrestres, lo que me convierte en un uranita de 3,81 años. No estaba mal. No está mal haberse aprendido la lección, caballerito, me decía la Rubí y agregaba yéndose, tampoco que se haya acercado a preguntar por qué no pasó al frente, y remataba, es la metodología, nice! Después de un tiempo yo pensaría en esa profesora como un pilar en mi modo de pensar.

Decidí aprovechar la mañana del sábado y salir a caminar. Los pensamientos me llevaban los pasos por las calles en que había crecido y por donde mi padre y mi abuelo hubieron cabalgado. Siempre era una forma muy precisa de pensar para mí, dando pasos por las veredas del barrio. Pero ya no era este aquel suelo; el Tano no reparte figuritas, el viento había traído en unas ráfagas la movilización del semillaje, aunque el Tano sigue repartiendo, ahora son lácteos y todo lo que se venda.

Por eso, cuando la noche anterior escuché al pasar por la plaza “Urano”, recordé al Turco, sí, pero no lograba conectar las puntas del ovillo. Lo ofrecido por mensajito por el Turco era, como traído del Olimpo por Mercurio, papá, decía él y remataba, un cachito de uranio una vez al año. Un cacho de uranio, y yo dije en voz baja Urano, en la Rubí pensé. Y por eso ahora es que recordé que no había contestado el mail del Turco con su ofrecimiento, pero a la vez no sabía qué haría luego en caso de que aceptase, por eso es que no le escribía. Esta cadena de pensamientos detenía otro rumbo de acción. Y yo quería acción por eso es que, sin premeditar nada, llamé al Turco al instante. No era lo único que quería, además quería saber que mi amigo no estuviera en un quilombo. Su vieja siempre rompía los huevos con que iba a terminar mal y él daba los pasos al enchufe mojado.

Entre el Turco y yo tenemos un pacto desde el colegio y es tener a la Rubí como una suerte de clave roja de nuestras vidas. Cualquier referencia que halláramos, aun al pasar, sobre la Rubí, como esto de la clase especial —él sabía de aquel plantón, se había llevado geografía conmigo—, pactamos que pensaríamos al otro con la urgencia y ulular de una sirena. Ahí llama.

-Hola ¿Turco?

-…

-Qué hacé, ¿sabé que la rubí volvió?

-…

-Ta, bueno, entonces, ¿nos vemos?

-…

-Joya. Ahí voy. Chau.

-…

– Vos, puto. Sí, dale…

-…

– No, en serio, todos bien, chau loco.

-…

El turquito sabía bien bien que hacía rato ya, que yo andaba en otra, por eso es que no me llamaba cuando se juntaba él con el Tanito y el Rengo. Le entiendo el descuelgue, de última anda a full el vago con su laburo, él, como el Rengo, reparte y reparte, todo el día. Y a la tardecita, al club. De ese entonces es que empezó a verse con el Rengo, en el club.

Porque el Rengo es re club. Como hacía fulbito desde papi y ya estaba en primera, era muy conocido, y se la pasaba en la arboleda mateando y de ojotas, por la renguera. Y para mí que por eso creció esta culebra de querer hacerse la zorra con el Uranio. Porque el Rengo y el Tanito habían estado invitando al Turco a las “cena con los chicos” porque sabían que algo le podían sacar, pero ni se les ocurrió por la órbita de las neuronas que podían llegar a hacerse de un cacho de uranio, y tampoco sabían aún, bien qué era. Por eso el revoloteo de la plaza, seguro. Y si el Turco sabía algo era porque se morfó conmigo lo de la lección, aunque él siempre tuvo suerte, hace ya unos años.

Ahora, el apuro iba a la caza del uranio del Turco, montado en la ocurrencia cuatro tiempos de saber cómo avisarle que el Rengo y el Tano lo iban a afanar. En cuanto llegara le diría que tendría que pensar antes de actuar, porque si no lo aplacara los iría él a encarar en crudo. Y yo quería evitar todo eso. Pero de repente me llegó un mensaje que cambiaría todo: no te olvides de Klaproth. Número desconocido. El primero no lo respondí por creerlo equivocado. El segundo decía lo mismo con igual remitente. El tercero variaba a no te olvides de mí, Klaproth. Mi desconcierto aumentó. Nunca había escuchado de Klaproth.

Todavía faltaban varias cuadras para llegar a lo del Turco, y sentía mucha curiosidad por los mensajes, pero todo se precipitó cuando el cuarto mensaje se personalizó: Cachilo, no te olvides de Klaproth. Al no poder responder a un número privado, abrí el Google y puse ese apellido enigmático, del cual salió, pues bien, que “en 1789, Klaproth, analizaba una Pechblenda extraída de las minas bohemias de Joachimsthal y que al tratarlo con ácido nítrico (HNO3) y luego con potasa (KOH), obtuvo un residuo amarillo que no correspondía a cualquier compuesto de zinc, hierro o tungsteno, por lo que creyó sería el óxido de un metal desconocido. Lo reduce con carbón, y obtiene por fin un polvillo negro, disponiéndose a bautizarlo. Aficionado a la astronomía y amigo personal del astrónomo Herschel, que había descubierto un planeta nuevo unos años antes, en 1781, decide poner el nombre de dicho planeta al mineral, y así será la URANITA; por eso al metal que de él se obtiene, se le conocerá como URANIUM, que dará el URANIO español.” Cuando terminé de leer no podía creer la coincidencia y la indescifrable conexión, me dirigía a casa del Turco sin entender ni jota pero sintiendo que él estaba metido en algo. A la cuadra sonó otra vez el teléfono y esta vez era Turco: “amigo, Klaproth era amigo de Herschel como yo de vos. Feliz día. Te esperamos”.

Mi sonrisa en la cara era como una media luna, me había olvidado por completo del Día del Amigo. En casa del Turco estaban también el Rengo y el Tanito. Nos comimos un asadito pleno, y no pararon de gastarme por cómo había caído.