Medio ambiente, recursos naturales y escenarios de conflicto

Por Gabriel De Paula. En U-238 # 22 Julio – Agosto 2016

Pensar la energía nuclear como una verdadera alternativa a los problemas globales del mundo de hoy es cada vez menos una abstracción y cada vez más una solución concreta frente a los desafíos que el mundo viene planteando en materia de producción y consumo de bienes a nivel global.

Medio ambiente, recursos naturales, calidad de vida y conflicto. Quizás con estos cuatro conceptos podamos trazar una línea que explique los últimos 50 años de producción de bienes y servicios, a la par de la transición entre períodos de paz y guerra en el mundo. Naturalmente no son los únicos ni excluyentes, pero sin lugar a dudas marcan la política internacional. Es en este contexto en el que la energía nuclear juega un papel fundamental como oportunidad para la seguridad energética de los países, como opción para mitigar los efectos del calentamiento global, y como herramienta para contribuir al mejoramiento de la calidad de vida.

En el mundo hay una preocupación genuina sobre el medio ambiente y la calidad de vida, que se trata asiduamente en diferentes foros internacionales de Naciones Unidas, organización que ya a fines de los años 80 prendió las luces de alerta sobre las problemáticas asociadas a la degradación ambiental. Se establecieron desde aquel entonces metas de reducción de emisiones de hidrocarburos, comprometiendo a los países con la firma del Protocolo de Kyoto por nombrar el más importante. En la misma línea, en el año 2000 en el seno de la ONU, se plantearon en un documento de amplia difusión los Objetivos del Milenio sobre desarrollo humano, con una fuerte impronta sobre el medio ambiente. Incluso desde el Vaticano, el Papa Francisco habló de la urgencia de revisar los modos de producción, trabajar por la paz, y detener la destrucción del medio ambiente en la Encíclica Vaticana “Laudato Si, sobre el cuidado de la casa común”.

En diciembre de 2015, tuvo lugar la Conferencia de las Partes (COP 21, París) de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Los países firmaron el Acuerdo de París, el cual tiene como principal objetivo reducir la temperatura media global, teniendo como parámetro niveles pre industriales. El Acuerdo, según su artículo 21 “entrará en vigor al trigésimo día contado desde lafecha en que no menos de 55 Partes en la Convención, cuyas emisiones estimadas representen globalmente por lo menos un 55% del total de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, hayan depositado sus instrumentos de ratificación, aceptación, aprobación o adhesión”.

En el siguiente mapa vemos claramente la emisión de CO2 por país, el cual además nos da la referencia de cuáles países deben ser los que inicien un proceso de reversión de emisiones, tanto para alcanzar las metas globales como para que el Acuerdo de París se haga efectivo.

Según datos relevados del programa Emission Database for Global Atmospheric Research (EDGAR), del Joint Research Centre dependiente de la Comisión Europea (misma fuente que el gráfico anterior), el ranking de emisiones de carbono por país en porcentaje, tomando la serie 2010 – 2014, es el siguiente:

PAÍS % por país
China 28,67
EE.UU. 15,29
India 5,96
Federación Rusa 5,11
Japón 3,69
Alemania 2,27
República deKorea 1,73
Irán 1,70
Canadá 1,60
México 1,33
Brasil 1,32
Gran Bretaña 1,31
Arabia Saudita 1,31
Indonesia 1,25
Australia 1,20
South Africa 1,12
Italia 1,11
Francia 1,01
Unión Europea 10,50

Queda bastante claro el escenario, los cinco países que más contaminan concentran casi el 60% de las emisiones, sin contar a la Unión Europea en su conjunto. Históricamente, si analizamos otros acuerdos sobre medio ambiente, los países al tope de la tabla han puesto objeciones, solicitado reservas, o buscado mecanismos alternativos para evitar cambiar sus modos y niveles de producción, y en paralelo ajustarse a la voluntad internacional. Los bonos de carbono expresan esa política. En síntesis, implica que un país pueda comprar a otro emisiones no realizadas, ampliando el “crédito” disponible para generar gases de efecto invernadero.

En definitiva, a pesar de las declaraciones y compromisos firmados, en la actualidad es evidente que no se ha revertido la situación. Y es probable que nos acerquemos o hayamos pasado a la línea de no retorno en cambio climático, una idea desarrollada por el científico James Lovelock, en la teoría de la Gaia. Esta teoría plantea que la Tierra es un organismo vivo, formado por un tejido interactivo de organismos vivos. Como nos imaginamos, la humanidad forma parte de ese tejido interactivo y es la causa principal del calentamiento global. Lovelock sostiene que el planeta tiene mecanismos de autoregulación, que en la actualidad están fallando, y que sus consecuencias se ven en forma de tsunamis, inundaciones, sequías, etc. En otras palabras, catástrofes ambientales.

Producción, energía y conflicto

El concepto de no retorno está inevitablemente vinculado a la actividad económica, que a lo largo y ancho del planeta tiene un denominador común: modos de producción intensivos en uso de recursos naturales renovables y no renovables. Cualquiera sea la actividad en la que pensemos, sea esta industrial o de explotación primaria, necesita de energía, la cual invariablemente es generada en un porcentaje muy relevante por hidrocarburos. Hablamos de la electricidad y de los combustibles que se necesitan para mover las mercaderías y las personas y, sólo como parámetro de lo que estamos hablando, la actividad marítima y aérea producen un 3% de las emisiones de carbono a nivel mundial.

Por otro lado, podemos verificar en la agricultura a gran escala la degradación del suelo, el estrés hídrico, o el corrimiento de la frontera de producción a costas de la reducción de bosques y selvas, los cuales actúan como reguladores naturales de la temperatura y lluvias, además de proveer oxígeno a la atmósfera. La alusión de bosques y selvas como “pulmones naturales” no es sólo una metáfora.

En este punto, entra la calidad de vida como un componente que vamos a considerar en dos dimensiones: primero, es un valor simbólico que los gobiernos intentan asegurar para mantener la estabilidad política y social; segundo, es un valor medible en términos de tasas de enfermedades, mortalidad, o acceso al agua potable, por poner las más importantes. En concreto, los gobiernos se preocupan por proveer a sus ciudadanos energía, alimentos, agua, bienes y servicios. Es importante destacar que cada país establece estratégicamente los pisos y umbrales de la calidad de vida de sus habitantes, y que la ciudadanía reclama en el mismo sentido.

Veamos qué ocurre con el conflicto. A pesar de la producción a gran escala, retomando los párrafos anteriores, transitamos un escenario internacional de escasez relativa de recursos naturales, en el cual se producen conflictos de diferente intensidad. La escasez relativa indica que un recurso puede ser abundante cuantitativamente, pero de acceso restringido, por costos, tecnología, o por concentración en el control por parte de un actor. Los hidrocarburos son un buen ejemplo de escasez relativa. Y cuando hay escasez, hay conflicto.

Entonces, esta visión nos pone el eje en el conflicto por recursos naturales. Los de alta intensidad (enfrentamientos armados) tienen a los hidrocarburos como factor común, y los que entran en la categoría de baja intensidad (conflictos focalizados con forma de enfrentamiento civil) se desarrollan ante situaciones de amenaza sobre recursos como el agua o los alimentos.

Si profundizamos en el análisis sobre conflicto e hidrocarburos, identificamos una variable muy importante: la inseguridad energética, la cual puede adquirir diferentes niveles. En forma gráfica, imaginemos una escala con valores entre 0 y 1, donde el “0” es la situación de seguridad absoluta (el tipo ideal que definimos como seguridad energética), y el “1” es la crisis, mientras que entre 0,1 y 1 estarían representados los valores que constituyen los diferentes niveles de inseguridad. La crisis indica picos máximos en el nivel de inseguridad energética tolerable o esperable, e influye en la toma de decisiones. A esta altura, podemos afirmar que inseguridad energética y conflicto guardan una relación directa. Es decir, que a mayor inseguridad actual o esperada, mayor posibilidad de conflicto. O bien, generar inseguridad con el objetivo de vincular cuestiones. Un buen ejemplo es el denso y delicado equilibrio que se mantiene en el estrecho de Ormuz, en Medio Oriente, por donde circula un tercio de la producción de petróleo del mundo.

En la misma línea de análisis, no podemos dejar de referirnos al terrorismo internacional y las avanzadas armadas occidentales sobre países islámicos. En ambos casos, hay un factor común: el control de hidrocarburos; en unos, para financiar las acciones terroristas y controlar un territorio; en los otros, para mantener el statu quo en la producción y provisión de hidrocarburos.

Por último, sabemos que una consecuencia esperada de las operaciones armadas, es la degradación del medio ambiente en el teatro de operaciones y de las zonas del conflicto. Quizás la imagen más elocuente son las columnas de fuego y humo de los pozos petroleros incendiados en Kuwait en la Guerra del Golfo. Pero también podemos hablar de la crisis humanitaria actual de los desplazados sirios, por las condiciones ambientales en las que viven en los campos de refugiados.

La ventana de oportunidad de la energía nuclear

La situación planteada es una síntesis entre la interacción de modos de producción intensivos que degradan el ambiente, recursos naturales escasos que son factores de conflicto, y voluntades políticas en forma de declaración de buenas intenciones, pero de escaso cumplimiento.

Es en esta coyuntura, en la cual es posible pensar en escenarios de no conflicto (nótese que no hablamos de paz, sino de ausencia de enfrentamiento) y ventanas de oportunidad para la energía nuclear. Con un desarrollo sostenido y una expansión de la energía nuclear, sería una solución posible a la escasez de recursos hidrocarburíferos, a la vez que se reduce la emisión de gases efecto invernadero.

Al respecto, Ivan Dybov, Vicepresidente regional de ROSATOM América Latina, afirma que la transición hacia una economía baja en carbono produce diversos ajustes, entre los cuales se encuentra el desarrollo del sector energético del país. Refiriéndose a la experiencia rusa, plantea que todas las centrales nucleares existentes y en construcción por la empresa estatal de energía nuclear Rosatom, pueden reducir las emisiones de dióxido de carbono a un ritmo de 711 millones de toneladas. Esto equivale aproximadamente a las emisiones que producen todos los vehículos de Rusia durante 6 años.

Por supuesto que no es la única ventaja comparativa sobre los hidrocarburos. La industria nuclear genera desarrollo e innovación sobre otras actividades y sectores de la población, como por ejemplo los alimentos y el agua, otros dos factores de conflicto, tal como hablábamos anteriormente.

Centrándonos en recursos naturales y medio ambiente, conocemos la importancia que tiene el agua potable tanto para el desarrollo económico como para la subsistencia. Al respecto, el Presidente de ROSATOM América Latina, Sergey Krivolapov, nos comenta que la industria nuclear ha encontrado que la irradiación es una de las posibilidades para resolver el problema de acceso al agua potable y para mejorar su calidad. La capacidad de la radiación ionizante y su alto poder de penetración son absolutamente seguros para las instalaciones de irradiación; ya que no se forman sustancias radiactivas porque la dosis de radiación es mínima y la energía no es suficiente para convertir los átomos de agua del establo en radioactivos. Sin embargo, esta energía es suficiente para generar especies químicamente activas (radicales, iones), que destruyen microorganismos y reducen el número de bacterias y virus patógenos, ayudando así a la descontaminación del agua.

Desde una visión más amplia, obviamente, no podemos dejar de reconocer que hay algunos miedos en la opinión pública acerca de los riesgos de la energía nuclear, como la disposición de combustibles gastados o los accidentes. Sobre esta cuestión en particular es interesante analizar el modelo de gestión nuclear de ROSATOM en relación con medio ambiente, centrado en no aumentar la carga de los problemas ya adquiridos; limpiar y eliminar los rastros de las actividades anteriores; y por último, resolver el problema de la seguridad del medioambiente, la nuclear y la radiológica.

Los países nucleares, entre los que está Argentina, tienen el desafío y la oportunidad de expandir la industria nuclear y aplicar el “Knowledge Management” para diversificar la generación de energía, potenciar otras industrias y actividades productivas, así como también contribuir al mejoramiento del medio ambiente. En el horizonte de mediano plazo, será también necesario un trabajo de comunicación que impulse la idea de que la energía nuclear es una respuesta certera a los problemas ambientales, al calentamiento global, y a la inseguridad energética.